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Manuel Felipe Sierra: Gallegos no cede

Rómulo Gallegos, entre la literatura y la política - La Gran Aldea
Las cartas estaban sobre la mesa. El 19 de noviembre el Alto Mando se reunió con el Presidente Rómulo Gallegos para enfrentar una conspiración que contaminaba ya todos los niveles de la institución. En la calle, después de tres años de severa pugnacidad política, también existía la impresión de que era inevitable la caída del gobierno
En el patio del Cuartel “Ambrosio Plaza” , Gallegos oyó las peticiones de los jefes militares en la voz del Ministro de la Defensa, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud: “expulsión de Rómulo Bentancourt; prohibición de regresar al país del comandante Mario Vargas: remoción del comandante Gómez Arelllano jefe militar de Maracay; cambio de los edecanes del Presidente y total desvinculación del gobierno con el partido Acción Democrática”
Gallegos habló en tono firme y ratificó su decisión de no aceptar presiones y antes de marcharse dijo: “Les dejo para que tomen una determinación conforme a mis respuestas; mi suerte personal está echada y la de la República queda en manos de ustedes”.
EN LA CALLE

Desde meses atrás se extendía una vasta conspiración en las guarniciones y en la opinión pública crecía la certeza de que el derrumbe del gobierno podría producirse en cualquier momento. Los comandantes Delgado y Pérez Jiménez visitaron los cuarteles para informar sobre el encuentro con el Presidente Gallegos con resultados contraproducentes: la oficialidad una vez informada pensó que era el posible inicio de represalias y detenciones y que podrían activarse en cualquier momento las llamadas “milicias adecas”, sobre las cuales advertía la prensa opositora. El comandante Mario Vargas (recluído en un sanatorio en Nueva York), regresó de urgencia para propiciar un posible arreglo, pero contrariamente ello impulsó el plan golpista; José Giaccopini Zárraga llegó a Caracas desde Amazonas donde era gobernador para reunirse con Gallegos y la jerarquía militar. Las respuestas que obtuvo después de sus contactos fueron llevadas al mandatario quien las rechazó.
EN LA QUINTA “MARISELA”

En esos días, Gallegos le había confesado al opositor Rafael Caldera: “el hombre de presa nos acecha”. Rómulo Betancourt en la Conferencia de la OEA en Bogotá el mes de abril tuvo información de los manejos conspirativos del embajador de Perón en Caracas Juan Pedro Vignale, y de las conversaciones de un diplomático peruano con el grupo sedicioso; desde el diario “Tribuna Popular” Gustavo Machado alertaba sobre un inminente “golpe frío” y en el diario copeyano “El Gráfico”, los editoriales de Germán Borregales con el seudónimo de “Mr X” exaltaban la acción castrense.
El 24 de noviembre desde muy temprano Gallegos esperó en su quinta “Marisela” en Altamira un inminente desenlace. Después de la reunión con el alto mando el día 19 no había vuelto a su despacho en Miraflores. Una misión encargada a Carlos Andrés Pérez para formar un gobierno provisional en Maracay encabezado por Valmore Rodríguez presidente del Congreso Nacional y el comandante Gámez Arellano jefe militar de la zona, tampoco alentaba esperanzas. Ya desde tempranas horas de la mañana, el mayor Tomás Mendoza anunciaba una sublevación en La Guaira y “La Voz Dominicana”, la emisora de “Chapita” Trujillo en Santo Domingo, aseguraba el derrocamiento del gobierno.
EN MIRAFLORES
A las 12 del mediodía los insurrectos llegaron al Palacio de “Miraflores”; minutos antes lo habían hecho Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevali, quienes después de reunirse con el secretario de la Presidencia Raúl Nass, convinieron en que todo estaba perdido. (A los pocos años les tocaría a ambos dirigir la lucha contra la dictadura: Ruiz Pineda murió asesinado en 1952 y en 1953 Carnevali falleció preso en San Juan de los Morros.); y al poco tiempo Enrique Vera Fortique en “Radio Nacional” dio la noticia: “en este momento se está consumando un golpe de Estado contra el gobierno del Presidente Rómulo Gallegos”.
LA JUNTA MILITAR
El 24 de noviembre de 1948 se consumó una operación silenciosa e incruenta que cedió el poder a una Junta Militar integrada por los comandantes Carlos Delgado Chalbaud (presidente), Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. El único gesto de rebeldía, salvo algunas manifestaciones aisladas, fue el izamiento de una bandera negra en las puertas de la vieja casona de la Universidad Central.
Era un resultado inevitable: se imponía el proyecto militarista dirigido por Pérez Jiménez y en marcha desde el propio 18 de octubre de 1945; Gallegos, con una inconmovible visión principista, se negó a negociaciones y concesiones pragmáticas; Acción Democrática había gobernado con sectarismo, y las políticas de los partidos opositores terminaron estimulando la aventura golpista. Una de las interpretaciones más certeras del proceso la ofrece la historiadora Felícitas López Portillo: “la democracia no estaba en pañales sino en gestación”.
Faltaban diez años todavía para que ocurriera el alumbramiento: 23 de enero de 1958.
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