Una Bitácora Cubana (IV)
Escribo estas líneas apenas finaliza el histórico viaje de Barack Obama a Cuba. Luego ha seguido a Argentina, donde se reunirá con el presidente Macri quien, según las encuestas, está pasando con un muy buen aprobado su primer trimestre de gestión. Un 70% de sus compatriotas alaban los cambios que está introduciendo en las maneras de gobernar. Argentina, al parecer, tiene una buena oportunidad de dejar atrás algunas de las sombras del “socialismo del siglo XXI”, sufridos bajo los nefastos gobiernos de la pareja Kirchner.
Las visitas a Cuba y Argentina buscan consolidar, desde la procura de objetivos estratégicos en la política exterior norteamericana, una relación hasta hace poco históricamente impensable entre un presidente del Norte y América Latina. Hoy, ya se ha dicho, Obama podría visitar cualquier país del continente, y sería bien recibido en cada uno de ellos. Así lo dicen también las encuestas. Para el Latinobarómetro, la más importante encuesta regional, un 65% de latinoamericanos tienen una muy buena o buena opinión de los Estados Unidos. Su punto más bajo, luego de 20 años de encuestas, fue en 1996 (38%), y su más alto en 2009 (74%). Es importante destacar la distancia geográfica: a mayor cercanía (caso de República Dominicana, por citar un solo ejemplo, con un 83% favorable) mayor popularidad; a mayor lejanía (Bolivia con un 44%), menos aprecio.
En el último ejemplar de la muy prestigiosa y más que centenaria revista británica, The Economist”, se presentaron diversos análisis sobre América Latina y Cuba. Todos los publicamos en América 2.1. Al respecto de la cercanía que se siente en algunos países latinoamericanos con el país norteño, coinciden con lo que señala el escritor Leonardo Padura en una nota aparecida en el diario español El País: no puede olvidarse la importancia de la cercanía gracias a los hechos de la cultura, del entretenimiento, de lazos históricos y culturales que unen más allá de las diferencias o accidentes de la política. Un ejemplo egregio: la pasión por el béisbol, por la pelota, une, por encima de cualquier barrera o proceso político, a las naciones hispanoparlantes del Caribe. Baste recordar que en el reciente campeonato de pelota invernal en Venezuela, destacaron las actuaciones de diversos jugadores cubanos, quienes reiteradamente declaraban que, dado el calor y la amistad recibidas, se sentían jugando “como en casa”. En ese sentido, concluye una de las notas de The Economist: “The path to a Latin American’s heart, it seems, is paved not with guns and bombs but with bats and balls.” (“El camino al corazón de un latinoamericano parece no estar asfaltado con armas y bombas sino con bates y pelotas”.) Y ayer en La Habana Obama y Castro asistieron juntos al juego de Tampa contra la selección cubana.
En otra de las notas publicadas por el semanario británico se destaca que las relaciones con Cuba ayudarán a acabar con un hecho que ha envenenado las relaciones de los Estados Unidos y toda Latinoamérica. El concepto del “patio trasero”. Fue por décadas un arma muy usada por la izquierda latinoamericana, marxista o no, una izquierda hoy en retroceso en medio de escándalos de corrupción en Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Argentina y Nicaragua. Por ello también cobra importancia la visita de Obama a la Argentina de Mauricio Macri.
Concluye The Economist: “Mr Obama’s bet is the right one. The American embargo against Cuba is an exercise in futility. It is a cold-war anachronism that hurt Cubans (and Americans) rather than the Castros, who use it to justify their police state and as an excuse for the penury inflicted on the island by communism.” (La apuesta de Obama es la correcta. El embargo norteamericano es un acto inútil. Es un anacronismo de la Guerra Fría que perjudica a los cubanos –y a los norteamericanos- y no a los Castro, que lo han usado para justificar su Estado policial y como una excusa para las penurias que el comunismo ha infligido a la Isla).
El embargo, que se ha convertido en uno de los mayores símbolos del llamado imperialismo norteamericano, y que es detestado por una gran mayoría de latinoamericanos, debe ser eliminado.
En palabras del profesor Fernando Mires, en nota publicada en Prodavinci: Obama viaja a Cuba y a Argentina a marcar signos políticos para construir, si no otra historia, un nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre EE UU y América Latina.
Antes de la llegada de Obama a Cuba, en artículo publicado en 14ymedio, Pedro Campos relataba cómo fue la derrota de Marco Rubio, joven senador republicano, en las primarias del partido realizadas en su estado. Las encuestas ya indicaban ese resultado, pero había razones para pensar en una sorpresa. Nadie puede negar los talentos que Marco Rubio posee para la política. Además es joven y de verbo carismático, si bien durante los debates se le señalaron algunos defectos expresivos productos quizá de su bisoñez.
Lo fundamental es que la derrota concuerda con lo que encuestadoras como Gallup o Pew Research han afirmado en los últimos tiempos: no sólo un alto porcentaje de latinos está contra el embargo, y a favor de las políticas de apertura hacia la Isla, sino que asimismo lo está la mayoría de la población cubana, incluso la residente en Florida. El centro de la campaña de Rubio en una primaria en que se jugaba todo y perdió, se basaba en su oposición a las acciones de Obama con Cuba. Ojalá este nuevo mensaje no caiga en saco roto, que entienda que dicha política “se trata, por supuesto, de un vuelco necesario y radical al proceso político cubano” (Armando Durán).
Uva de Aragón nos recuerda en un artículo que “en Cuba los más descontentos con el viaje del presidente Barack Obama a la Isla son los sectores del gobierno que mantienen posturas ortodoxas.” Es indudable, y no ha sido ninguna sorpresa lo que los medios nos han mostrado, que el pueblo cubano estaba ansioso por ver al otrora enemigo público número uno del régimen. Por más de medio siglo, en el imaginario promovido por el castrismo a nivel propagandístico, mediático y educativo, el presidente de los Estados Unidos era un ser peligroso y hostil, impulsor de acciones destinadas a dañar a y atacar a una Cuba soberana e independiente.
Ese castillo de naipes se ha derrumbado. Y no porque lo digan los analistas políticos, sino que todo ciudadano de la Isla entrevistado por diversos medios así lo atestigua. Desde la esperanza de quien vislumbra una posible rendija de cambio, hasta quien, luego de haber apoyado las consignas del régimen, hoy asiste con asombro al vuelco radical en las posturas de un gobierno que busca sobrevivir como sea a su vejez ideológica, que acompaña a una vejez biológica de quienes por más de medio siglo han sido zares supremos del poder. Y el cambio de imagen es inevitable. Como le declaró un taxista de La Habana a un periodista británico: “Gracias a Dios se ha acabado el odio”.
La visita se inscribe, entonces, entre dos extremos estratégicos: los inmovilistas, que quieren que todo siga gatopardianamente igual, y quienes pensamos que hay que bregar por lograr brechas cada vez mayores de cambio, empujando hacia una transición que no puede ser solo económica, sino valorativa y ética. El hombre nuevo que ya ha cumplido más de medio siglo de un nacimiento atrofiado y monstruoso, se confronta con el ciudadano democrático, aún por nacer, pero que será sin duda alguna el protagonista fundamental de su futuro, un futuro sin más “periodos especiales’, sino vivido en la cotidianidad de compartir con otros seres libres, con pensamiento e instituciones plurales.
Como destaqué en una nota publicada en Actualidad Radio: “El impacto que la llegada a Cuba de Obama puede marcar “un Antes y un Después” en el largo proceso cubano desde el 1898, 1902, 1933, 1952, 1959, 1998 y ahora 2016. Todas estas fechas marcan un Antes y un Después. De todas ellas vamos hoy a mencionar 1998: Llega Juan Pablo II a la Habana proclamándole al mundo el milagro de la“resurrección” de la Iglesia en Cuba con dos mensajes motores de cambios: 1. “Que el mundo se abra a Cuba y Cuba al mundo” y “no tengan miedo”.
Estos dos mensajes fueron la semilla de múltiples procesos dentro y fuera de Cuba en diferentes niveles, tanto gubernamentales como a nivel de la sociedad civil.
La Iglesia le dio seguimiento a sus mensajes y fue instrumental en el proceso de reuniones secretas en el Vaticano entre los gobiernos de USA y Cuba que concluyeron en la declaración conjunta de Diciembre 14 del 2014 anunciando el comienzo del proceso de normalización de relaciones entre Cuba y EEUU, proceso que culmina y se acelera hoy con la visita de Obama a Cuba.
La visita de Obama a Cuba servirá para consolidar y acelerar los procesos de normalización de relaciones. Estos procesos están encaminados en crear condiciones para que tanto el gobierno como el pueblo cubano a través de una naciente sociedad civil y una nueva clase de pequeños empresarios tengan la oportunidad de producir los cambios económicos necesarios.”
Obama en su magistral discurso ayer en la Habana, transmitido por TV a todo el orbe, ratificó el muy importante mensaje de que es en manos de los cubanos, sin injerencias extranjeras, que se deben elaborar los moldes de la nueva sociedad nacional, formada por seres humanos realmente autónomos, vale decir, protagonistas de su destino. Dijo en castellano: “el futuro del país está en sus manos”. En este mismo discurso le dijo al gobierno cubano que no tema al pueblo, a las opiniones del pueblo y que le permita expresarse y asociarse con libertad. Este discurso de Obama al igual que las palabras de San Juan Pablo II marcan un Antes y un Después en la historia de Cuba.
La visita de Obama sin duda sirve para generar esperanzas, pero como bien afirma Yoani Sánchez, “Obama llega a La Habana el primer día de Semana Santa. Lo espera la gloria de su popularidad y la cruz de unas esperanzas excesivas.” Son muchas las expectativas que se abren luego de la visita de Obama, y que arrancaron desde el día, en diciembre de 2014, en que los ojos del mundo se centraron en Cuba, no por las cansadas razones de la Guerra Fría, o por la ya rancia propaganda oficial anti-imperialista, coreada por décadas por los idiotas de la izquierda autoritaria, en especial en Latinoamérica y Europa. Sino porque una pequeña rendija de esperanza se abría, porque la puerta cerrada del inmovilismo ya ofrecía una vía de entrada a posibles esperanzas.
Cuba es un país hoy más que nunca con vocación de transición. El modelo fracasó, cada día es más pasado que presente, y ciertamente no es futuro, nunca lo fue. Como afirma el historiador Rafael Rojas “la cúpula sabe que la reforma política es inevitable” (“Cuba después de Obama”); y ¿quién mejor que Obama para ser símbolo del cambio? “Obama es la prueba viviente de algo que la juventud cubana tiene que ver con una mezcla de extrañeza y fascinación: un político que abandona el poder a los 55 años, la edad que tienen los sucesores más jóvenes de los octogenarios gobernantes de la isla.” (Rafael Rojas).
Los términos y velocidades de los cambios, de la esperada transición pueden discutirse; pero lo que es ineludible es que un nuevo sol lleno de esperanzas está comenzando a alumbrar nuestro país. Y está en manos de los cubanos, no en manos extranjeras, empujar la transición por sendas de libertad, de ciudadanía, de derechos humanos y de democracia.
23 Marzo 2016