Mari Montes: Teodoro, el dulce guairista
Teodoro Petkoff fue, como dice el lugar común, un hombre de una sola pieza. No cabe duda. Sin embargo eso no contradice que cada uno de sus amigos, enemigos y “neutrales” tengamos un Teodoro y todos son distintos.
Bastante se ha escrito sobre él y sus facetas a raíz de su partida de este mundo a mitad de semana: Teodoro el guerrillero, Teodoro el que desafió al Kremlin, el que rectificó, el economista, el parlamentario, el ministro, el exministro, el fundador del MAS que renunció cuando la mayoría del pleno decidió apoyar a Hugo Chávez; el periodista, el malhumorado, el irreverente, el desparpajado, el catire de El Batey, el tipo recio, siempre guapo y sexy. Depende de cada quién y de sus recuerdos.
El mío es todos esos, algunos por referencia histórica, anécdotas de otros y mi experiencia personal. Teodoro además el amigo de mi papá que era tan adeco como amigo de sus amigos. Estudiaron juntos medicina, antes de que Teodoro abandonara la anatomía para estudiar economía. Desde entonces aquella amistad no sufrió mella alguna por sus enormes diferencias políticas.
Teodoro, como sabemos, se fue a la guerrilla y mi papá también como médico, asimilado a la aviación, a salvar vidas, como corresponde a un profesional de la salud, sin importar de qué bando eran los heridos.
En mis pocos años como reportera de política, Teodoro adquirió otra dimensión para mí: ya no era sólo el amigo de mi papá, sino el extraordinario tribuno, el parlamentario que alzaba su voz para señalar lo que estaba mal y para reconocer lo que había que reconocer. Esa expresión “Para coger palco” le iba de maravilla porque había que sentarse a escucharlo para no perderse sus reflexiones.
Cuando decidí dedicarme al beisbol en 1994, Teodoro fue uno de los primeros en celebrarlo, en apoyarme, aunque yo era la voz del Caracas por los parlantes del estadio Universitario y él uno de los más fieles feligreses de los Tiburones de La Guaira. Teodoro era agnóstico, si quieren ateo, pero tenía una religión: era guairista.
Un guairista no se parece a ningún otro fanático de nuestra pelota. Los guairistas, al menos para mí, son seres de verdad inderrotables, encarnan la fidelidad irreductible, siempre digo a mis amigas que si tienen un novio fanático de La Guaira confíen en él, que no van a mirar a más nadie (claro que debe haber excepciones).
Los guairistas no se dejan doblegar por nada, con la pizarra más adversa, con el noveno de la alineación en cuenta de cero bola y dos strikes, perdiendo por diez carreras, siempre tendrán la convicción de que se puede voltear el juego porque “se han visto más feas y se han casado”, como solía decir Carlos González.
Sólo alguien que milite en el optimismo puede ser fanático del beisbol, porque si algo es posible siempre es la derrota, la pela, la adversidad… pero también la victoria hasta el último out y si llega el día de la eliminación, la temporada que viene. Siempre hay un chance. Los guairistas tienen ese creencia, pero en grado superior, el optimismo como religión, y Teodoro Petkoff fue uno de sus mejores oficiantes.
A las horas de saberse la noticia de que para Teo había caído el out 27, varios de sus amigos hicimos una especie de “velorio virtual”, intercambiando cuentos de nuestras vivencias con él. Recordamos sus tonos, su voz de regaño hasta para dar pésames, detestaba enterarse tarde de que alguien de sus amigos había sufrido una pérdida y él no había estado para el abrazo, para acompañar, para la solidaridad, que era otra característica suya, el ser solidario.
Conversando de Teodoro en familia, con mi esposo Daniel y nuestros hijos, descubrí otro Teodoro, uno que no sé cuántos lleven así en su memoria y en su corazón, tal vez el más raro de todos los Teodoro: el abuelito dulce y que era pura risa, así es el que tiene nuestro hijo Daniel “El Chino”, que desde que tiene uso de razón (si se puede llamar así a esa fe), es militante de los Tiburones de La Guaira.
A Teodoro, que sabía de su abolengo caraquista, le pareció siempre muy divertido verlo llegar al Universitario con su camisa, gorra y bandera de los Tiburones.
Carlos Oteyza siempre llevaba a Teodoro a los juegos Caracas-La Guaira y era un ritual de nosotros acercarnos a darle un abrazo. Entonces él se quedaba con el Chino, compartiendo silla y si la pizarra era favorable a los salados, ambos cantaban risueños “Ahora gatico, cálate la samba”… yo los veía desde mi silla un poco mas arriba.
Así que entendí cuando Daniel hijo nos interrumpió para decirnos que para él Teodoro siempre va a ser aquel compañero suyo del estadio, “dulce y que se reía mucho”, que si levantaba la voz, era para pedirle a Felipe Lira que ponchara a Bob Abreu.
¡Eeeeeh La Guaira… Uh!