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María Callas y Pasolini: la unión espiritual

Pier Paolo Pasolini y María Callas se conocieron en 1969, cuando los productores Franco Rossellini y Marina Cicogna le proponen a la cantante el papel de Medea. A Pasolini no le gustaba la ópera y temía los caprichos de una celebridad acostumbrada al lujo. A Callas, en cambio, la fascinaba ese director militante y escritor comunista del que tanto se hablaba. Las reservas se desvanecieron a primera vista. Así recordó Pasolini la primera vez que vio a la cantante: “Una aparición física extraordinaria, con esos ojos grandes en un rostro de pómulos salientes, y con esas facciones y expresiones que encajan perfectamente en mi mitología fisonómica.” Y Callas expresó: “Estamos muy unidos espiritualmente, como pocas veces es permitido.” Inmediatamente construyeron una intimidad hecha de viajes, largas conversaciones y numerosas cartas llenas de cariño, de comprensión mutua y presencia, como permite ver las dos cartas presentadas aquí.

Querida María:

Esta noche, cuando terminé de trabajar, sobre ese camino de polvo rosa, sentí con mis antenas en ti la misma angustia que ayer, con tus antenas, sentiste en mí. Una leve angustia, ligera, no más que una sombra, pero invencible. Ayer, en mí se trataba de un poco de neurosis; hoy, sin embargo, había en ti una razón precisa (precisa hasta cierto punto, por supuesto) para agobiarte, con el sol que se marchaba. El sentimiento de no haber sido totalmente dueña de ti, de tu cuerpo, de tu realidad: de haber sido “usada” (y, además, con la deplorable brutalidad técnica que implica el cine) y, por tanto, de haber perdido durante un momento tu completa libertad. Este estrechamiento del corazón lo experimentarás a menudo durante nuestra obra, y yo también lo sentiré contigo. Es terrible ser usado, pero también utilizar. Pero el cine se hace así: hay que desgarrar y romper una realidad “entera” para reconstruirla en su verdad sintética y absoluta, y después hacerla todavía más “completa”. Eres como una piedra preciosa que se rompe violentamente en mil fragmentos para poder ser reconstruida con un material más duradero que el de la vida, es decir, el material de la poesía.

Es terrible sentirse quebrado, sentir que en un momento, en una hora precisa, en un día determinado, ya no se es completamente uno mismo, sino una pequeño fragmento de sí mismo; y esto es humillante, lo sé. Hoy capté un momento de tu brillo, y tú habrías querido dármelo todo. Pero no es posible. Cada día es un deslumbramiento, y al final se mantendrá el conjunto, la luminosidad intacta. También está el hecho de que yo hablo poco, o me expreso en términos algo incomprensibles. Pero no hace falta mucho para remediarlo: estoy un poco en trance, tengo una visión o, más bien, visiones, las “Visiones de la Medea”: en estas condiciones de emergencia, tienes que tener un poco de paciencia conmigo y sacarme un poco las palabras a la fuerza.

Te abrazo,

Pier Paolo

21 de julio de 1971

Queridísimo Pier Paolo Pasolini:

Recibí tu querida carta aquí en Nueva York apenas llegué, harta del mar y de París porque este año me recuperé con el reposo más rápido de lo habitual y París ofrece pocas posibilidades para trabajar mi música, que en el fondo es la amiga que no traiciona. La paz que crees que tengo, realmente me la impongo. Te he dicho, mi queridísimo amigo, que creo en nosotros, criaturas humanas. Yo y yo sola he hecho lo que me corresponde en la sociedad, el respeto; desde luego soy, como dices, honesta –y es verdad–, pero también sé que el orgullo me salva de muchas cosas. No espero nada de nadie –que sí pueden los amigos y que siempre es mucho. Pero también sé que al estar sola estoy bien conmigo misma. Raras veces me traiciono. Aunque tú dirás que doy sermones. No, p.p.p., no te hago ninguno –al contrario, estoy adolorida porque sufres. Dependías demasiado de Ninetto [Davoli] y no era justo. Ninetto tiene derecho a vivir su vida. Déjalo. Cuida de ser fuerte, lo debes ser, como todos los que hemos pasado por allí de una manera u otra manera, sé el inmenso dolor que representa, tal vez más decepción que otra cosa. Algunas palabras no significan nada para consolarte, lo sé. Desearía que hubieras sentido la necesidad de venir a mí, pasar algunos cinco minutos duros, porque sólo después de unos cinco o diez minutos el dolor atroz viene a menos. Pero no has sentido la necesidad de mi amistad y estoy dolida por eso. Pero también entiendo tu reacción. Amigo mío, me gustaría saber de ti. Nuestra amistad merece al menos eso, ¿no lo crees? Estaré aquí hasta finales de noviembre y luego volveré a París. Aquí tengo muchos buenos amigos, y literalmente vivo en la música, así que estoy muy tranquila y lo estaré más si me das noticias tuyas a menudo. Desahógate conmigo, como lo he hecho contigo tantas veces. Te abrazo fuerte, con mucho afecto, siempre seré, créeme, tu mejor amiga (presunción tal vez).

María

5 de septiembre de 1971

 

 

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