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María José Solano: El resfriado de Europa

Miren bien los vídeos de las revueltas de París: los protagonistas son chavales, muchachos jovencísimos de razas mezcladas con el peso de las 'bidonvilles' lacrado todavía en la memoria

«Cuando Francia estornuda, Europa se resfría» era una vieja frase que se acuñó aquella primavera en la que los jóvenes parisinos se echaron a la calle buscando la playa debajo de los adoquines. A estas alturas todos sabemos que no encontraron exactamente arena ni conchas finas, pero levantaron un oleaje que salpicó de pancartas las ciudades de gran parte de Europa y algo de América latina, con los chicos leyendo a Wilhelm Reich y las chicas pintándose margaritas en las tetas, o al revés.

La palabra mágica, además de ‘hippie’, era «abolición»: querían abolir el imperialismo, el capitalismo, la sociedad de clases, la universidad, la guerra y la virginidad, al tiempo que a Charles de Gaulle le daba un ‘parracús’ sudando la gota gorda en el mayo más caluroso de su vida. Casi tanto como este junio lo está siendo para Macron, con Mélenchon celebrando por su cuenta las hogueras de San Juan y los debates televisivos de medio mundo proponiendo soluciones de pacotilla a las políticas de inmigración. Y nadie puede negar que ese es precisamente el gran reto de Europa, pero lo que ha ocurrido en las calles de París no es exactamente un problema migratorio, sino un estallido muy parecido al de aquellos años; un brote feroz de cólera que, desde la ‘Ilíada’, siempre ha sido el fuego que ha encendido la rebeldía desesperada de la juventud.

Miren bien los vídeos de las revueltas de París: los protagonistas son chavales, muchachos jovencísimos de razas mezcladas con el peso de las ‘bidonvilles’ lacrado todavía en la memoria. El Interrail de los jóvenes debería pasar por las bibliotecas de Europa y las campañas de los políticos celebrarse un poquito más allá del Parlamento de Bruselas, donde los bárbaros del emperador Valente hace tiempo que tienen pasaporte europeo, están en paro y sobreviven a su aire hacinados en los milenarios barrios de Marsella, Génova, Barcelona, Nápoles o París. A ver si son capaces nuestras autoridades de entender que el resfriado de Europa es crónico y que la vacuna se llama Cultura: pensamiento y ciencia inoculados en vena con altas dosis de Sócrates, Hipatia, Voltaire, Einstein, Fleming, Gödel, Wittgenstein, Anaxímenes, Demócrito, Averroes, Marie Curie. Cultura para merecer ser ciudadano europeo de pleno derecho, sea cristiano viejo o inmigrante joven, con carnet de vacunación renovado cada seis meses.

 

 

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