
María José Solano: La inquilina
Buscar piso en España se ha convertido en una peregrinación al desengaño

El inquilino, película de Antonio Nieves Conde protagonizada por Fernando Fernán Gómez, ha sido recuperada en su versión íntegra por la Filmoteca Española. No es solo una joya rescatada; es pura actualidad. Lo que en el franquismo era una denuncia incómoda, en el sanchismo es una verdad vigente: la vivienda digna sigue siendo un privilegio, y contarlo, un acto de resistencia cultural. Y hablando de resistencias. Dicen que en La Bodera puedes comprarte una casa por 7.000 euros. En Nerva, un piso por 10.000. Y en Vallecillo, una casa de ochenta metros –ojo, con paredes y todo– por algo menos de quince mil. Claro que luego tienes que restaurarla con tus propias manos, tu ilusión y treinta tutoriales de YouTube sobre fontanería rural. Pero, al menos, es tuya. Mientras tanto, los demás seguimos empeñados en hacinarnos en los pocos sitios donde hay trabajo, hospitales e internet: Madrid, Barcelona y un puñado más de capitales, donde cada día se libra una batalla campal por un alquiler. Porque buscar piso en España se ha convertido en una peregrinación al desengaño. Te ves a ti mismo con una edad ya no tan juvenil, un par de carreras, un máster, tres idiomas, escueta nómina y un alma medio hipotecada, mendigando por Idealista como quien busca un riñón compatible. Por lo pronto, tienes que saber que antes de pisar el salón (si es que hay salón) ya te has dejado, por adelantado, medio sueldo. Después viene lo divertido: el proceso de selección. Te piden de todo: declaraciones de renta, vida laboral, aval, y si te descuidas, una redacción sobre «por qué merezco este zulo de 35 metros».
No falta quien exige un pantallazo de tus seguidores en redes y –lo juro por lo más sagrado– un book de tu perro. Si el casero admite mascotas, que ya es una utopía. Porque una cosa es presumir en Instagram de #AdoptaNoCompres, y otra muy distinta dejar que te rayen el parqué. Exactamente igual que en ‘El inquilino’, lo que empieza como una búsqueda de vivienda acaba siendo un experimento sociológico sobre cuánto está dispuesto el ser humano a humillarse por defender el derecho a un hogar. Y mientras tanto, en La Bodera, las casas siguen vacías, esperando a alguien que tenga el valor de irse a vivir donde todavía quedan estrellas por la noche.