María José Solano: Oro
Dejaron hablar a la uva, que tenía mucho que decir

En España sacamos el oro de las piedras. Sólo hay que salir de la gran ciudad unas horas para comprobar esa verdad que podría salvarnos de muchas crisis presentes y futuras. Hace varios lustros, un agricultor vallisoletano así lo entendió: intuía que aquella tierra pedregosa valía más de lo que aparentaba. Los enormes cantos rodados de su finca constituían los restos de un tiempo remoto en el que los ríos, hoy domesticados o desaparecidos, arrastraban montaña abajo la memoria mineral de la meseta. Durante miles de años esos cauces antiguos pulieron las piedras, las redondearon con la paciencia de la naturaleza y las fueron dejando allí, en las llanuras vallisoletanas de Rueda, como quien extiende una alfombra áspera y brillante. Ese manto es hoy el escenario donde el Verdejo aprende disciplina.
Pasaron años de madrugadas frías y vendimias. La familia Villar, conformada por agricultores altivos, siguió cuidando viñas cuando medio mundo pensaba que Castilla sólo servía para cereal, Ribera y soledades. Hasta que un día salió el primer Oro. Y resultó que el vino era tan limpio y honesto, que no hubo juez en concurso de vinos que no levantara las cejas. A partir de ahí, la historia siguió sin prisa, con la dignidad silenciosa de quienes prefieren trabajar antes que presumir. Nueva bodega en el 96, más viñedo, más precisión, más noches vigilando depósitos como quien vigila un secreto. Un año después, Pablo del Villar (hijo) se puso al frente, impulsando una visión más técnica. Mientras otros jugaban a las modas, ellos se limitaron a dejar hablar a la uva. Que ya tenía bastante que decir.
Y así es como hoy el Oro de Castilla mantiene ese carácter que no necesita explicarse: en nariz, inconfundible fruta blanca y hierba fresca; en boca, la acidez afilada de un vino que no ha venido a complacer, sino a decir la verdad; en el final, ese amargor breve y elegante que sólo da la uva que ha madurado arrostrando inviernos implacables. No es un vino para almas blandas. Es un vino para quien aprecia la franqueza. Para quien sabe que algunas cosas –las mejores– nacen del esfuerzo de generaciones que no esperaron reconocimiento, sino que simplemente hicieron lo que había que hacer. Estuve el otro día allí, comprobando que, en esas tierras de piedra y viento donde cada racimo es una pequeña victoria, el Oro de Castilla no se bebe: se comprende.