María José Solano: Un verano con Gonzalo (de Berceo)
San Millán de la Cogolla
El primero del primero fue él, Gonzalo. Lo de Berceo le viene por su lugar de origen, un pueblecito celta rico en remolacha, cereales y viñedos. A Gonzalo le tocó vivir una época fascinante. Fue contemporáneo de tres de los mayores genios militares de la Edad Media: Ricardo I de Inglaterra, conocido como Ricardo Corazón de León, Federico Barbarroja, fundador del Sacro Imperio Romano Germánico, y Saladino, gran caudillo sarraceno.
En mitad de ese mundo gigantesco, peligroso y mestizo, el monasterio de San Millán, como en una novela de Umberto Eco, escondía el escriptorium más antiguo y valioso de Europa. Fiel al argumento, gran parte de sus códices, libros miniados, misales, glosas y escritos en latín, euskera y castellano ardieron en la primavera del año 1002, durante una de las campañas del temible califa cordobés Almanzor. No todo se perdió bajo las llamas y San Millán de la Cogolla siguió siendo cuna de cultura y referencia del origen de nuestra lengua hasta nuestros días.
No todo se perdió bajo las llamas y San Millán de la Cogolla siguió siendo cuna de cultura
El lenguaje de Berceo, hoy alejado de las lecturas del hombre moderno por la inevitable evolución del tiempo que encripta los textos pasados fue, en su momento, meticulosamente compuesto para que cualquier peregrino, cualquier pobre campesina, cualquier niño, pudiera entenderlo.
Él mismo lo confesó a sus lectores hace nueve siglos: «me propongo escribir con las mismas palabras que utilizan las gentes corrientes para hablar con sus vecinos». Berceo escribió en versos sencillos, pegadizos como un ‘hit’ del verano medieval, la vida y milagros de los santos venerados en los monasterios a los que pertenecía (Monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja, y el de Santo Domingo de Silos, en Burgos). La finalidad era tan moderna como efectiva, pues se trataba de que los miles de peregrinos que surcaban los caminos llevando y trayendo noticias, productos, monedas y vida de un lado al otro de la vasta Cristiandad, acudiesen a aquellos lugares, pues entonces como ahora, la afluencia de público garantizaba los recursos y la perdurabilidad.
Su obra maestra, ‘Milagros de Nuestra Señora’, condensa una voz novedosa, divertida, cercana y eficaz, como si en vez de un clérigo cultísimo, el narrador actuase como un pícaro trovador. Y qué quieren que les diga, en esta fiebre veraniega de peregrinar y puestos a llegar y besar a un santo, prefiero, al Camino de Santiago, el Camino de Gonzalo.