Marianismo con colmillos
El turnismo ha pasado a la Historia. En la época de las batallas ideológicas, las elecciones ya no se ganan solas
En una sociedad política bipartidista, Núñez Feijóo sería ya el presidente ‘in pectore’ del Gobierno de España porque desde la derecha radical hasta los votantes decepcionados del sanchismo constituirían una mayoría favorable a la alternancia. Sin embargo en la actual estructura fragmentaria el PP no tiene siquiera asegurada la primogenitura de su bando ante un Vox que le pisa los talones y le discute la hegemonía dinástica. Dicho de otra forma: quien piense que la victoria liberal-conservadora va a llegar por decantación natural se equivoca. Esos procesos turnistas han pasado a la Historia y las elecciones no se ganan solas simplemente porque ya toca. Las nuevas formaciones no han aportado mejores soluciones a ningún problema pero han alterado la correlación de fuerzas volviéndola mucho más inestable y compleja. Y para llegar al poder se necesita ahora un ejercicio de inteligencia estratégica que mezcle el sentido de la oportunidad con la consistencia de las ideas.
En este marco genérico, la relación con el populismo es un desafío común para todo el centro-derecha europeo. En Francia y Alemania los partidos liberales lo han resuelto levantando un muro a modo de cortafuegos. En Italia y Gran Bretaña han optado por volverse populistas también ellos. En España hasta hace poco se daba por supuesto que Vox no pasaría del quince por ciento pero la crisis de los populares ha disparado sus expectativas hasta colocarlo, si no por delante, en un empate técnico. Ya no sirve el consejo de ignorarlo que Aznar le dio a Casado porque ha avanzado tanto que se siente en condiciones de alcanzar el adelantamiento, el ‘sorpasso’. Y porque los electores han asimilado que en cualquier caso no habrá manera de desalojar a Sánchez sin un pacto. Ésas son las coordenadas en las que Feijóo accede al liderazgo, decidido al parecer a ampliar su espacio por el flanco contrario, el del voto moderado que se ha quedado huérfano ante el desplome de Ciudadanos.
Para lograrlo será preciso tener en cuenta que Cs también creció en su momento a costa de la pasividad del marianismo. Que ese segmento social que se ha quedado sin agentes representativos no se conforma con un estilo burocrático, rutinario, vacío de principios. Que quiere un proyecto dinámico, vivo, regenerador y comprometido con los valores morales, culturales, sociales, ideológicos y políticos del liberalismo. Y que existe el peligro de que se abstenga en masa si no encuentra sitio en una propuesta de gestión meramente pragmática, un economicismo de tono frío. El candidato del PP ha prometido un «cambio tranquilo», responsable, respetuoso, sin insultos ni gritos, pero ese modelo necesario no es incompatible con una cierta dosis de espíritu combativo. Y en teoría tiene suficiente experiencia y oficio para saber que en su flamante cometido no se llega a ninguna parte sin enseñar colmillos.