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Mark Lilla: “Estamos en un nuevo siglo XIX”

No tiene cuenta de Twitter, pero el politólogo y ensayista Mark Lilla (Detroit, 64 años), profesor de Historia de las Ideas en la Universidad de Columbia en Nueva York y autor, entre otros libros, de El regreso liberal y Pensadores temerarios, no es ajeno a la polémica en redes sociales. La tribuna que publicó en The New York Times tras la victoria de Trump en 2016, en la que reclamaba que la izquierda en EE UU abandonara la “era del liberalismo identitario” y buscara la unidad frente a la especificidad de las minorías, fue su bautismo en el convulso mundo de las broncas en redes. Esta semana ha vuelto a lo que llama “la cloaca” por la ya célebre carta abierta publicada en Harper’s.

Lilla fue uno de los impulsores de ese texto en el que se denuncia la “intolerancia” de un cierto activismo progresista que ha conducido a despidos de editores y la anulación de la publicación de libros. Los 150 intelectuales que firmaron, entre los que estaban Noam Chomsky, Gloria Steinem, Martin Amis o Margaret Atwood, reclaman el derecho a disentir sin que eso ponga en peligro el puesto de trabajo de nadie, y rechazan la autocensura que sienten que impera. Metido en el fragor de la batalla por la defensa de la carta, Lilla accede a contestar unas preguntas por videoconferencia y se muestra algo agitado.

Pregunta. ¿Cuál fue el principio de la carta?

Respuesta. Tras el despido de James Bennet, el director de opinión de The New York Times, hace unas semanas [tras publicar una tribuna del senador republicano Tom Cotton que reclamaba el despliegue del Ejército contra los manifestantes tras la muerte de George Floyd], un grupo empezamos a escribirnos y ese intercambio de ideas finalmente cuajó.

P. Muchos críticos han señalado que los firmantes gozan de amplio reconocimiento y de tribunas para exponer sus opiniones.

R. Desde que existe Twitter nadie está silenciado, todo el mundo puede entrar en cualquier discusión y ese diferencial de poder no es exacto. Reducen todo a una lucha de poder y no hablan de lo que la carta plantea. Además, dan por hecho que la gente de una misma raza o género tiene los mismos intereses y opiniones, y esto lo ha firmado gente diversa.

P. ¿Por qué no mencionaron el caso que inspiró esta iniciativa?

R. Se trataba de denunciar un clima general, no un caso concreto. Lo de Bennet tiene que ver con peleas en The New York Times sobre las tribunas, pero también con que él no hizo su trabajo [no la leyó antes de que se publicara]. Lo que hemos tratado de capturar es el clima, algo complicado porque puedes sentir la presión barométrica pero eso no siempre significa que puedas señalar lo que ocurre. La gente perteneciente a minorías entiende muy bien esto cuando denuncia que trabaja en un lugar en el que hay un ambiente hostil hacia ellos, es muy difícil hablar de cosas concretas. Creo que hoy hay una psicología de intimidación y miedo, una cobardía a la que nos hemos visto arrastrados.

P. ¿Cómo siente que ha evolucionado la política identitaria desde que publicó su artículo y su libro?

R. Como ha señalado Andrew Sullivan, hemos pasado a vivir todos en un campus universitario. A nuestros hijos se les educa con una conciencia racial y dentro de una narrativa determinada sobre la historia de EE UU. Y esto tiene aspectos positivos. El asesinato de George Floyd ha demostrado que el país estaba listo para abordar el tema racial. Esto es muy bueno. Pero también parece que nos ha conducido a un tipo de política histérica y performativa.

P. ¿Cómo se ha llegado a esto?

R. En EE UU lo que está pasando no es algo tan nuevo. Al final del siglo XX el país no se movió hacia el siglo XXI sino que regresó realmente al siglo XIX. Y aquel siglo trató de fervor religioso, denuncias, censura, indiferencia a las artes, filisteos. Estamos en un nuevo siglo XIX.

P. ¿Quisieron subir el volumen y generar debate y polémica con la carta?

R. Vimos que nadie estaba alzando la voz frente a las campañas de señalamiento. Ahora tenemos a 100 personas más que quieren sumarse. También creímos que la carta sería ignorada. Y, por último, valoramos que podría desatar una tormenta de mierda y esto es lo que ha ocurrido.

P. ¿Cuáles son sus primeras conclusiones sobre semejante tormenta?

R. Es demasiado pronto, estoy en medio apagando fuegos cada media hora. Es deprimente ver el nivel de la discusión y el rencor que hay en la sociedad estadounidense. Este es un momento increíblemente importante con la covid-19, las manifestaciones, Trump, las elecciones. Eso es lo que preocupa a la gente progresista, no lo demás. No soy optimista.

P. Muchos apuntan que la carta le hace el juego a Trump y da munición a la derecha radical. ¿Qué responde a esto?

R. Lo mismo que Orwell cuando habló de la gente que quiere silenciar el intelecto y el debate. Ellos siempre dirán que al hablar y decir la verdad estás beneficiando al otro lado. Pero la verdad nunca es enemiga de la causa.

P. ¿Eran conscientes de que incluir a J. K. Rowling sería aún más controvertido que la propia carta?

R. Hicimos una lista al principio para ver a quien contactaríamos. Algunos querían decírselo a ella porque ha sufrido parte de lo que denuncia carta. No preví que esto sería una excusa para que alguna gente dijera que el texto es tránsfobo. Es una locura, porque no hay una palabra sobre ese tema, y hay un par de personas transgénero que firmaron también y han sido muy atacadas. Esto muestra el tipo de fanatismo y solipsismo que hay. Malcolm Gladwell ha escrito que firmó precisamente porque había otros firmantes cuyos puntos de vista en otros asuntos detesta. Eso es lo que hace que una sociedad sea liberal.

P. ¿Esta discusión ha revigorizado a la clase intelectual estadounidense?

R. Más bien ha revelado cómo de mal está la cosa. Alguien ha escrito que puede que la carta en sí no se sostenga a priori muy bien, pero la reacción en su contra realmente ha demostrado cuánta razón contiene.

 

 

 

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