Mary Anastasia O’Grady: El uso de la fuerza en Venezuela
Cómo apoyar a los opositores al régimen sin enviar a los Marines.
Venezuela está ocupada por Cuba y Rusia y por representantes iraníes. China es también un aliado de Nicolás Maduro, aunque depende de las relaciones comerciales para hundir sus garras en el país. Es posible que estos imperialistas no compartan una visión común. Pero tienen un interés común, que es transformar el mapa geopolítico del Hemisferio Occidental para minimizar la influencia de Estados Unidos.
Los ocupantes no tienen ningún incentivo para retroceder. Una compleja red de criminales venezolanos les ayuda a hacer su trabajo sucio, y no enfrentan ninguna amenaza inminente a su dominio sobre la población.
La administración Trump ha buscado una solución no violenta. Ha impuesto sanciones y ofrecido a los comandantes militares venezolanos paquetes generosos para que cambien de bando.
Pero La Habana, Moscú y Teherán -junto con el crédito chino- ofrecen a los matones que dirigen el país algo mejor: el statu quo. Mientras tengan las armas y lo que quede de provecho, no tienen ninguna razón para preocuparse por los venezolanos que se mueren de hambre o huyen.
Esta «mafia» madurista -como la llamó el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, al referirse al régimen de Caracas- tendrá que ser expulsada por la fuerza. Las instituciones democráticas tendrán que ser reconstruidas. Ambas tareas pertenecen a los venezolanos. Sólo ellos pueden asegurar su propia democracia.
A diferencia de algunos estrategas de café estadounidenses, los venezolanos han demostrado un gran coraje. Durante años se han enfrentado en las calles a la gestapo venezolana entrenada por Cuba. Son golpeados brutalmente con las culatas de los rifles, al igual que con balas de goma y sofocados por los gases lacrimógenos. A muchos les han disparado y matado. Otros son encarcelados y torturados. Los hijos, cónyuges y vecinos de los manifestantes están aterrorizados.
En este momento esta nación de rehenes está desmoralizada por sus muchos intentos fallidos de liberarse. El derrocamiento previsto en enero, cuando el presidente interino Juan Guaidó fue elegido por primera vez para dirigir un nuevo gobierno, ahora parece remoto. Su reciente decisión de iniciar conversaciones con Maduro en Oslo socavó aún más la confianza nacional. Guaidó dijo la semana pasada que las conversaciones han terminado. Pero el daño a la psique venezolana ya está hecho.
Los patriotas venezolanos necesitan ayuda externa, al igual que la resistencia francesa contra la Alemania nazi y los contras nicaragüenses contra la primera dictadura de Daniel Ortega.
Debido a que la ocupación extranjera se ha llevado a cabo sin batallones militares, el conflicto es asimétrico y poco convencional. Cuba es el borde afilado de la cuña. Ha utilizado su aparato policial-estatal para penetrar y controlar a Venezuela en formas que muchos defensores de la acción militar de Estados Unidos no entienden. Desde los ministerios gubernamentales y las «misiones» sociales donde los venezolanos pueden conseguir comida, hasta los documentos de identidad, el control de los pasaportes, de los puertos de entrada y de las redes sociales, el Gran Hermano cubano está a cargo. Es la razón principal por la que los soldados venezolanos no han podido organizar una rebelión exitosa.
La causa de la libertad se sirve mejor usando más cerebro que fuerza.
Una evaluación completa requiere el mapeo de la red de amenazas en toda la región. Venezuela no puede ser recuperada sin dedicar serios recursos a contrarrestar el control cubano del ciberespacio y las comunicaciones y a mejorar la diplomacia pública.
La buena noticia es que Venezuela está llena de corazones y mentes listas para servir como inteligencia humana. Fuera del país, los aliados pueden entrenar, organizar y equipar pequeños grupos de combatientes venezolanos para comenzar a realizar ataques con el objetivo de asegurar un punto de apoyo desde el cual se puedan expandir las operaciones.
Estados Unidos ha dirigido con éxito este tipo de guerra no convencional durante décadas. Y podría llevarse a cabo de acuerdo con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (el Tratado de Río), que obliga a los signatarios a ayudar a sus vecinos cuando existe una amenaza de una potencia extranjera.
Los estadounidenses pueden preguntarse por qué Estados Unidos debería involucrarse en Venezuela. Pero es que no es un conflicto de Venezuela per se. Se trata de una ofensiva en el Hemisferio Occidental por parte de los adversarios de Occidente. La nación rica en petróleo es la zona cero. Como dijo el almirante Faller a una audiencia en la Universidad Internacional de la Florida el mes pasado, Estados Unidos ya está luchando contra Rusia y China en la región. «Estamos en una guerra por las ideas, en guerra en el ciberespacio y en el espacio de la información.»
En otras palabras, se trata de otro conflicto en el que Estados Unidos y sus aliados se enfrentan nominalmente a un pequeño oponente políticamente débil, pero en realidad se enfrentan con grandes potencias. Venezuela es el sustituto. Esto sugiere una estrategia centrada en darle poder real al régimen alternativo que Estados Unidos respalda, el de Juan Guaidó.
Traducción Marcos Villasmil
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NOTA ORIGINAL:
Wall Street Journal
The Case for Force in Venezuela
How to back the regimeʼs opponents without sending in the Marines.
Mary Anastasia OʼGrady June 2, 2019
Venezuela is occupied by Cuba and Russia and by Iranian proxies. China is also a Maduro ally though it relies on commercial relations to sink its claws into the country. These imperialists may not share a common vision. But they have a common interest, which is to redraw the geopolitical map of the Western Hemisphere to minimize U.S. influence.
The occupiers have no incentive to back off. A complex web of Venezuelan criminals help them do their dirty work, and they face no imminent threat to their dominance over the population.
The Trump administration has sought a nonviolent resolution. It has imposed sanctions and offered Venezuelan military commanders generous packages to jump sides.
But Havana, Moscow and Tehran—along with Chinese credit—offer the thugs running the country something better: the status quo. As long as they have the guns and whatʼs left of the butter, they have no reason to care about Venezuelans who starve or flee.
This Maduro “mafia”—as Adm. Craig Faller, head of the U.S. Southern Command, has referred to the regime in Caracas—will need to be forcibly removed. Venezuelaʼs democratic institutions will need to be rebuilt. Both those tasks belong to Venezuelans. Only they can secure their own democracy.
Contrary to some American armchair quarterbacks, Venezuelans have demonstrated great courage. For years they have faced off against the Cuban-trained Venezuelan gestapo in the streets. They are viciously beaten with the butts of rifles, pummeled by rubber bullets, and shrouded in tear gas. Many have been shot and killed. Others are imprisoned and tortured. Children, spouses and neighbors of protesters are terrorized.
At the moment this nation of hostages is demoralized by its many failed attempts to break free. The clean overthrow envisioned in January, when interim President Juan Guaidó was first tapped to lead a new government, now seems remote. Mr. Guaidóʼs recent decision to open talks with Mr. Maduro in Oslo further undermined national confidence. Mr. Guaidó said last week that the talks are over. But the damage to the Venezuelan psyche has been done.
Venezuelan patriots need outside help, as did the French Resistance against Nazi Germany and the Nicaraguan Contras against the first dictatorship of Daniel Ortega.
Because the foreign occupation has been accomplished without military battalions, the conflict is asymmetric and unconventional. Cuba is the thin edge of the wedge. It has used its police-state apparatus to penetrate and control Venezuela in ways that many advocates of U.S. military action donʼt understand. From government ministries and social “missions,” where Venezuelans can get food, to identity cards, passport controls, ports of entry and social media, the Cuban Big Brother is in charge. Itʼs the main reason Venezuelan soldiers have been unable to organize a successful rebellion.
The cause of freedom is best served using more brains than brawn.
A full assessment requires mapping the threat network throughout the region. Venezuela cannot be reclaimed without dedicating serious resources to counteracting Cuban control of cyberspace and communications and to enhancing public diplomacy.
The good news is that Venezuela is brimming with hearts and minds ready to serve as human intel. Outside the country, small groups of Venezuelan fighters can be trained, organized and equipped by the allies to begin conducting strikes with the goal of securing a foothold from which operations can be expanded.
The U.S. has successfully led this type of unconventional warfare for decades. And it could be carried out consistent with the Inter- American Treaty of Reciprocal Assistance—a k a the Rio Treaty— which obliges signatories to assist their neighbors when there is a threat by a foreign power.
Americans may ask why the U.S. should get involved in Venezuela. But this isnʼt about Venezuela per se. This is about an offensive in the Western Hemisphere by adversaries of the West. The oil-rich nation happens to be ground zero. As Adm. Faller told an audience at Florida International University last month, the U.S. is already battling Russia and China in the region. “Weʼre at war right now for ideas, at war in cyberspace and in the information space.”
In other words, this is another conflict in which the U.S. and its allies are nominally facing a small, politically weak opponent but are in fact dueling with great powers. Venezuela is the proxy. This suggests a strategy of giving the alternative regime that the U.S. is backing, that of Mr. Guaidó, real power.
Write to OʼGrady@wsj.com.