Más Woody Allen, aunque les duela
Las memorias del cineasta son una joya. Un libro caótico, pero luminoso y honesto, escrito sin vocación de alegato aunque contundente, al que la crítica estadounidense le dio la espalda
A punto estuvimos de no leerlas, pero finalmente lo conseguimos. El pasado 21 de mayo, en plena crisis por la epidemia del coronavirus, Alianza Editorial publicó las memorias de Woody Allen, A propósito de nada, que fueron traducidas al español por el periodista Eduardo Hojman. A lo largo de sus 400 páginas, Allen deleita al lector con una prosa ingeniosa, cargada de ironía y un brillante del sentido del humor. El resultado es un libro caótico, un tanto desordenado en ocasiones, pero luminoso y honesto, escrito sin vocación de alegato aunque contundente con respecto a las acusaciones de pedofilia en su contra.
El libro llega a las librerías después de que las principales editoriales rechazaran publicarlo. Era el momento de tormenta y acoso contra Woody Allen por las acusaciones de abuso sexual realizadas en su contra por Dylan Farrow, hija de Mia Farrow. A ese tema, por supuesto, hace referencia Allen en estas páginas. «Me desagrada haber dedicado tanto espacio a la acusación falsa de la que he sido víctima», escribe. Hace también un retrato demoledor de Mia Farrow, a quien califica de “manipuladora”, “mentirosa” y “desequilibrada”.
“Al igual que le ocurría a Holden, no me da la gana de meterme en todas esa gilipolleces al estilo David Copperfield»
Estas memorias llegaron jalonadas por el #MeToo, cuyos efectos se hicieron sentir en la vida del cineasta. Por ejemplo, Amazon Studio canceló el contrato con Woody Allen para rodar cuatro películas. Para alguien que desde 1981 rueda ininterrumpidamente, a razón de un estreno por año, el parón fue mayúsculo. Aunque hubo una investigación en la que el juez concluyó que no había indicios para acusar a Allen de abuso sexual, todo resurgió en 2018, el año en que Dylan Farrow retomó sus denuncias en una entrevista concedida a la cadena CBS.
Existe en Allen algo oscuro –incluido el humor- y a la vez genial. Su complejidad lo protege de lo previsible; lo engrandece y lo condena. Ese mismo espíritu libérrimo sujeta y blinda este libro de cualquier autocomplacencia y así ocurre desde la primera línea: “Al igual que le ocurría a Holden, no me da la gana de meterme en todas esa gilipolleces al estilo David Copperfield, aunque en mi caso algunos pocos datos de mis padres tal vez os resulten más interesantes que leer sobre mí”. El libro supone un recorrido, más o menos lineal, aunque en ocasiones se desordena. Está tocado por el humor natural de Woody Allen, que tiene la deferencia de no tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Una parte de la crítica, lanzó comentarios mordaces, incluso el crítico literario del New York Times, Dwight Garner, lo acusó de haberse quedado sin ideas.
Sobre el asunto Farrow
Sin duda, Mia Farrow, con quien compartió y carrera profesional vida durante trece años, es uno de los elementos más agrios y explícitos de la autobiografía de Woody Allen. Hay algo de desquite y desplante: la retrata como una mujer desequilibrada, que maltrataba a sus hijos y que adoptaba niños como quien colecciona objetos extravagantes. En la narración que hace del momento en que se conocieron, lo describe más como un asalto o una emboscada que una velada y subraya, una y otra vez, los arrebatos de la que se convertiría en su pareja.
“En aquel entonces, yo salía con Jessica Harper, esa chica sexy, brillante y talentosa de Recuerdos. Pocos días después de la fiesta, recibí un mensaje con un libro, un regalo de Mia. Me agradecía lo bien que se lo había pasado y me mandaba un ejemplar de La medusa y el caracol. Yo le respondí con una nota agradeciéndole el libro y añadí un comentario como de pasada que terminaría cambiándole la vida a mucha gente. Le proponía: ‘Si estás libre un día de estos, vayamos a comer’”, ironiza. “Una señal de alarma surgió cuando había pasado un lapso sorprendentemente breve desde que iniciamos nuestra relación, unas semanas, para ser precisos. Estábamos viendo una película, My brilliant career, y Mia se volvió hacia mí y dijo: ‘Quiero tener un hijo tuyo’ (…) Lo achaqué todo a una exageración melodramática. Después de todo, ella era actriz y le gustaba hacer escenas (…) No mucho después de este episodio, en un restaurante chino, ella me propuso de improviso que nos casáramos (…) ¿Debería haberme sentido halagado? No lo hice. Ni siquiera llegamos a vivir juntos. Y ni una sola vez, en los trece años de relación, dormí en su apartamento de Nueva York”.
“No imaginéis ni por un segundo que estoy acusando a Dyan. Estoy convencido de que ella cree todo aquello que se le inculcó durante años”
Dedica párrafos acres contra Farrow, quien queda retratada como el resultado de un ambiente tóxico: “La familia de Mia estaba plagada de comportamientos extremadamente ominosos que aumentaron durante los años que estuve con ella. Graves problemas de alcoholismo y drogadicción, antecedentes penales, suicidios, personas ingresadas por trastornos mentales e incluso un hermano en prisión por abuso de menores. Todos los Farrow manifestaban alguna de las taras presentes en la literatura desde las obras de teatro ateniense hasta Días sin huella, con excepción, al parecer, de Mia. A mí me asombraba que ella pudiera haber crecido pasando de puntillas por ese campo minado de locura y haber salido indemne y tan encantadora, emprendedora y agradable. Pero lo cierto es que no había salido indemne y que yo debería haber estado más atento”.
Woody Allen desmiente que le gusten las menores y asegura que cuando comenzó su relación con Soon yi ella era una universitaria, una joya en bruto, una mujer fascinante contra la que Mia Farrow dirigió todos sus odios y cargó las tintas. “Mia convierte la furia que siente contra Soon-Yi y contra mí en el tema central de todos los que viven en su casa, alimentando y reforzando constantemente en la mente de Dylan la idea de que yo había abusado de ella. Yo había albergado la esperanza de que cuando Dylan creciera de alguna manera se daría cuenta de que su madre la había usado, aprovechándose de su vulnerabilidad y su edad para despojarla de su padre, sabiendo que esa sería la venganza más eficaz que podía emprender contra mí”.
No aporta más datos de los que ya ha dado para explicar que jamás abusó de su hija Dylan: “No imaginéis ni por un segundo que estoy acusando a Dyan de mentir deliberadamente cuando desgrana su discurso sobre el abuso sexual o cuenta esa historia de cómo el tren daba vueltas. Estoy convencido de que ella cree todo aquello que se le sugirió e inculcó durante tantos años”. Y así, remata: “A mi edad, estoy jugando con dinero de la banca. No creo en el más allá y no veo qué importancia pueda tener que la gente me recuerde como un cineasta o como un pedófilo o que no me recuerde en absoluto. Lo único que pido es que esparzan mis cenizas cerca de una farmacia”.
Nunca filmé una obra maestra
Su perfil biográfico brilla más por las apreciaciones que vuelca Allen sobre sí mismo que por los datos que incluye. “Jamás me faltó una comida, jamás carecí de ropa ni techo, jamás caí presa de alguna enfermedad grave como la poliomielitis, que en aquella época era endémica. No tenía síndrome de Down, como un niño de mi clase, ni tampoco era jorobado como la pequeña Jenny, ni padecía de alopecia como el chico Schwartz. Era sano, querido, muy atlético, siempre me escogían en primer lugar a la hora de formar los equipos, jugaba a la pelota, corría, y, sin embargo, me las arreglé para terminar siendo inquieto, temeroso, siempre con los nervios destrozados, con la compostura pendiendo de un hilo, misántropo, claustrofóbico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable. Algunas personas ven el vaso medio vacío, otras lo ven medio lleno. Yo siempre veía el ataúd medio lleno”
A su padre lo describe como un buscavidas del billar americano, corredor de apuestas, un hombre pequeño pero un judío duro. A su madre como una inteligente, amante y sacrificada mujer, aunque no demasiado agradable físicamente. “Años más tarde, cuando yo decía que mi madre se parecía a Groucho Marx, la gente pensaba que estaba bromeando”, escribe. Nacido en Brooklyn en 1935, en un hogar no demasiado cercano a la cultura, Allen sentía desde muy joven fascinación por la magia y algunas aptitudes para el deporte tuvo, según él mismo afirma. Se dibuja en su proceso intelectual, desde su descubrimiento de Thomas Mann o el jazz.
«Hacer películas me gusta, pero carezco de la decisión y el empeño de Spielberg o Scorsese»
Cuenta Woody Allen cómo puso un pie en el mundo del espectáculo a los 16 años, cuando comenzó a escribir chistes para las columnas sobre Broadway, guiones para radio, televisión y cine, así como textos para The New Yorker. Sobre su extensa filmografía de 50 películas, tiene apreciaciones muy críticas. Reconoce Maridos y mujeres como su obra más libre, más arriesgada, y Balas sobre Broadway como una comedia sin complejos. A pesar de eso, asume ante el lector que el único reproche que puede hacerse a sí mismo es no haber rodado jamás una obra maestra «Hacer películas me gusta, pero carezco de la decisión y el empeño de Spielberg o Scorsese. No consigo permanecer en el set hasta el agotamiento y renunciar a ver el principio de un partido de baloncesto o a acostarme con mi mujer a su hora».
Su cine, culto pero jamás pretencioso; disparatado y a la vez lúcido, se identifica gracias a los temas fetiche de Allen, los mismos que aparecen en este libro: las mujeres, las relaciones, las infidelidades, la muerte, la religión judía, el cine, el jazz, la magia, el psicoanálisis y el sexo. Amante del humor de los Hermanos Marx y de Bob Hope, y con una fuerte influencia de Bergman y Federico Fellini, Woody Allen repasa su trayectoria sin demasiada autocomplacencia. «¿Cómo resumir mi vida? Tantos errores estúpidos compensados por la suerte. ¿Mi mayor arrepentimiento? Que tenía millones para hacer películas en total libertad y nunca filmé una obra maestra”.