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Matando cuerpos y almas

Las Humanidades explican lo que somos, dilucidan nuestra genealogía

Un amigo me envía un vídeo jocoso en el que un reportero socarrón acerca el micrófono a alumnos de bachillerato, para que respondan preguntas así de arduas y enrevesadas: «¿Cómo se llamaban los Reyes Católicos?», o bien «¿Quién escribió el Lazarillo de Tormes?». Algunos chavales rehúyen el acoso de los reporteros, avergonzados de su ignorancia; pero también los hay que responden las más diversas majaderías, a veces con tímida inseguridad, a veces con orgullosa garrulería. Pensé que se trataba de un montaje; pero varios amigos profesores de bachillerato me confirman que, entre sus alumnos, se cuentan chavales que tampoco sabrían responder a esas preguntas elementales.

En conformidad con los ‘planes educativos’ vigentes, un estudiante de bachillerato de ‘letras’ sólo recibe tres horas semanales de Lengua y Literatura a la semana; y puede tranquilamente concluir sus estudios sin haber leído a nuestros clásicos. El Latín (y no digamos el Griego) ha sido suplantado, en el mejor de los casos, por un pastiche de trivialidades, en el que se entremezclan una pizquita de mitología, una pizquita de ‘cultura clásica’ y unos rudimentos del idioma que apenas alcanzan las declinaciones. La Filosofía no ha corrido mejor suerte; y así el bachiller de última generación puede completar sus estudios sin haber oído hablar de Platón o de santo Tomás de Aquino. La Historia también ha sido recortada en su horario lectivo, para cobijar además todas las supercherías que interesan a las ingenierías sociales en marcha (desde los separatismos a la llamada ‘memoria democrática’). Las Humanidades, en fin, han sido laminadas casi por completo y reducidas a una presencia ‘testimonial’.

Tal amputación es algo inhumano, tan inhumano como extirpar a una persona un órgano vital sano o condenarla a la amnesia. Podemos pensar que tal amputación es algo inocente, un extravío de la moderna pedagogía perpetrado sin malicia, por una suerte de candorosa veleidad. O también podemos pensar que tal amputación ha sido arteramente planeada con un fin inconfesable. Las Humanidades explican lo que somos, dilucidan nuestra genealogía intelectual y espiritual, nos ofrecen un diagnóstico lúcido del tiempo presente, al mostrarnos la realidad de la que procedemos. Arrumbarlas en el desván de los armatostes inservibles, como han hecho sucesivos ‘planes educativos’ durante el malhadado Régimen del 78 (siguiendo, por supuesto, las directrices emanadas del pudridero europeo), equivale a condenar a la intemperie a varias generaciones.

Y aquí debemos formularnos una pregunta muy sucinta: ‘Cui prodest?’ ¿A quién beneficia esta devastación? ¿Quién ha decidido privar a esos jóvenes del acervo cultural que los explica, envileciéndolos a cambio con entretenimientos groseros que agusanan sus almas y quimeras de género que mutilan sus cuerpos? ¿Quién ha decidido matar sus almas y sus cuerpos, mientras los pastorea hacia la barbarie?

 

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