Un matrimonio perfecto: evangélicos y conservadores en América Latina
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AMHERST, Massachusetts — Las iglesias evangélicas protestantes, que por estos días se encuentran en casi cualquier vecindario en América Latina, están transformando la política como ninguna otra fuerza. Le están dando a las causas conservadoras —en especial a los partidos políticos— un nuevo impulso y nuevos votantes.
En América Latina, el cristianismo se asociaba con el catolicismo romano. La Iglesia católica tuvo prácticamente el monopolio de la religión hasta la década de los ochenta. Al catolicismo solo lo desafiaban el anticlericalismo y el ateísmo. Nunca había habido otra religión. Hasta ahora.
Hoy en día los evangélicos constituyen casi el 20 por ciento de la población en América Latina, mucho más que el tres por ciento de hace seis décadas. En algunos cuantos países centroamericanos, están cerca de ser la mayoría.
La ideología de los pastores evangélicos es variada, pero en términos de género y sexualidad por lo general sus valores son conservadores, patriarcales y homofóbicos. Esperan que las mujeres sean totalmente sumisas a sus esposos evangélicos. En todos los países de la región, sus posturas en contra de los derechos de las personas homosexuales han sido las más radicales.
Los grupos evangélicos están resolviendo la desventaja política más importante que los partidos de derecha tienen en América Latina: su falta de arrastre entre los votantes que no pertenecen a las élites.
El ascenso de los grupos evangélicos es políticamente inquietante porque están alimentando una nueva forma de populismo. A los partidos conservadores les están dando votantes que no pertenecen a la élite, lo cual es bueno para la democracia, pero estos electores suelen ser intransigentes en asuntos relacionados con la sexualidad, lo que genera polarización cultural. La inclusión intolerante, que constituye la fórmula populista clásica en América Latina, está siendo reinventada por los pastores protestantes.
Brasil es un buen ejemplo del aumento del poder evangélico en América Latina. La bancada evangélica, los noventa y tantos miembros evangélicos del congreso, han frustrado acciones legislativas a favor de la población LGBT, desempeñaron un papel importante en la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y cerraron exposiciones en museos. Un alcalde evangélico fue electo en Río de Janeiro, una de las ciudades del mundo más abiertas con la comunidad homosexual. Sus éxitos han sido tan ambiciosos, que los obispos evangélicos de otros países dicen que quieren imitar el “modelo brasileño”.
Ese modelo se está esparciendo por la región. Con la ayuda de los católicos, los evangélicos también han organizado marchas en contra del movimiento LGBT en Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Perú y México. En Paraguay y Colombia pidieron que los ministerios de educación prohibieran los libros que abordan la sexualidad. En Colombia incluso se movilizaron para que se rechazara el acuerdo de paz con las Farc, el mayor grupo guerrillero en América Latina, con el argumento de que los acuerdos llevaban muy lejos los derechos feministas y de la comunidad LGBT.
¿Cómo es que los grupos evangélicos han adquirido tanto poder político? Después de todo, incluso en Brasil, las personas que se identifican como evangélicos siguen siendo una minoría y en la mayoría de los países el ateísmo va en aumento. La respuesta tiene que ver con sus nuevas tácticas políticas.
Ninguna de esas estrategias ha sido tan transformadora como la decisión de establecer alianzas con partidos políticos de derecha.
Históricamente, los partidos de derecha en América Latina tendían a gravitar hacia la Iglesia católica y a desdeñar el protestantismo, mientras que los evangélicos se mantenían al margen de la política. Ya no es así. Los partidos conservadores y los evangélicos están uniendo fuerzas.
Las elecciones presidenciales de Chile en 2017 ofrecen un ejemplo claro de esta unión entre los obispos evangélicos y los partidos. Dos candidatos de derecha, Sebastián Piñera y José Antonio Kast, buscaron ganarse el favor de los evangélicos. El ganador de las elecciones, Piñera, tenía cuatro pastores evangélicos como asesores de campaña.
Hay una razón por la cual los políticos conservadores están abrazando el evangelicalismo. Los grupos evangélicos están resolviendo la desventaja política más importante que los partidos de derecha tienen en América Latina: su falta de arrastre entre los votantes que no pertenecen a las élites. Tal como señaló el politólogo Ed Gibson, los partidos de derecha obtenían su electorado principal entre las clases sociales altas. Esto los hacía débiles electoralmente.
Los evangélicos están cambiando ese escenario. Están consiguiendo votantes entre gente de todas las clases sociales, pero principalmente entre los menos favorecidos. Están logrando convertir a los partidos de derecha en partidos del pueblo.
Este matrimonio de los pastores con los partidos no es un invento latinoamericano. Desde la década de los ochenta sucede en Estados Unidos, conforme la derecha cristiana poco a poco se convirtió en lo que puede llamarse el electorado más confiable del Partido Republicano. Incluso Donald Trump —a quien muchos consideran la antítesis de los valores bíblicos— hizo su campaña con una plataforma evangélica. Escogió a su compañero de fórmula, Mike Pence, por su evangelicalismo.
No es accidental que Estados Unidos y América Latina tengan experiencias similares en cuanto a la política evangélica. Los evangélicos estadounidenses instruyen a sus contrapartes latinoamericanos sobre cómo coquetear con los partidos, convertirse en cabilderos y combatir el matrimonio igualitario. Hay muy pocos grupos de la sociedad civil que tengan vínculos externos tan sólidos.
Además de establecer alianzas con los partidos, los grupos evangélicos latinoamericanos han aprendido a hacer las paces con su rival histórico, la Iglesia católica. Por lo menos en cuanto al tema de la sexualidad, los pastores y los sacerdotes han encontrado un nuevo terreno común.
El ejemplo más reciente de cooperación ha sido en los encuadres, en los marcos (framing): el lenguaje que los actores políticos utilizan para describir sus causas. Para los sociólogos, mientras más actores logren enfocar, enmarcar un asunto para que resuene entre múltiples electorados, y no solo el principal, más probable es que influyan en la política.
En América Latina, los clérigos tanto católicos como evangélicos han encontrado un enfoque eficaz para su conservadurismo: la oposición a lo que han bautizado como “ideología de género”.
Este término se usa para etiquetar cualquier esfuerzo por promover la aceptación de la diversidad sexual y de género. Cuando los expertos argumentan que la diversidad sexual es real y la identidad de género es un constructo, el clero evangélico y católico dice que no se trata de algo científico, sino de una ideología.
A los evangélicos les gusta enfatizar la palabra “ideología” porque les da el derecho, argumentan, de protegerse a sí mismos —y en especial a sus hijos— de la exposición a esas ideas. La ideología de género les permite encubrir su homofobia con un llamado a proteger a los menores.
La belleza política de la “ideología de género” es que ha dado a los clérigos una forma de replantear su postura religiosa en términos laicos: como derechos de los padres. En América Latina, el nuevo lema cristiano es: “Con mis hijos no te metas”. Es uno de los resultados de esta colaboración entre evangélicos y católicos.
Políticamente, podríamos ser testigos de una tregua histórica entre los protestantes y los católicos en la región: mientras que los evangélicos acordaron adoptar la fuerte condena de la Iglesia católica al aborto, el catolicismo ha adoptado la fuerte condena de los evangélicos a la diversidad sexual y, juntos, pueden confrontar la tendencia en aumento hacia la secularización.
Esta tregua plantea un dilema para el papa Francisco, que está por terminar una gira por América Latina. Por una parte, ha expresado su rechazo al extremismo y su deseo de conectar con los grupos más modernos y liberales de la Iglesia. Por la otra, este papa ha hecho de los “encuentros cristianos” un sello distintivo de su papado, y él mismo no es del todo alérgico al conservadurismo cultural de los evangélicos.
Como actor político, el papa también se preocupa por la decreciente influencia de la Iglesia en la política, así que una alianza con los evangélicos parece el antídoto perfecto contra su declive político. Una cuestión apremiante que el papa necesita ponderar es si está dispuesto a pagar el precio de un mayor conservadurismo para reavivar el poder cristiano en Latinoamérica.
El evangelicalismo está transformando a los partidos y posiblemente a la Iglesia católica. Los partidos políticos se concebían a sí mismos como el freno esencial de la región en contra del populismo. Ese discurso ya no es creíble. Los partidos están dándose cuenta de que unirse a los pastores genera emoción entre los votantes —incluso si es solo entre quienes asisten a los servicios— y la emoción es equivalente al poder.