Democracia y Política

Mattarella, el hombre que mantiene a Italia en pie tras la caída de Draghi

Junto al primer ministro, ha formado el tándem más querido y respetado de las últimas décadas en su país

                Mattarella (izquierda) y Draghi (derecha) durante una audiencia en Roma. REUTERS

Italia vive una gran tormenta política, tras la caída del Gobierno de Mario Draghi, causada por los populistas de izquierdas (Movimiento 5 Estrellas) y derechas (Liga de Matteo Salvini), con el apoyo sorprendente de Forza Italia, cuyo líder Silvio Berlusconi abandonó su tendencia de moderación para alinearse al soberanismo de Salvini. En algunos medios se ha descrito un panorama en tono casapocalíptico para Italia, después de que se haya echado al que ha sido inquilino del Palacio Chigi durante 18 meses. Pero no se ha tenido en cuenta que el país transalpino cuenta con el Palacio del Quirinal, que estará dirigido durante los seis años y medio próximos por Sergio Mattarella, un presidente de la República que en su primer septenio se ganó la admiración y el respeto de los italianos, de las cancillerías e instituciones europeas y de la Casa Blanca. Todos ellos ven hoy en Mattarella el garante para que Italia, la tercera economía del euro, cumpla con sus compromisos.

En la historia de la República, Italia nunca tuvo un tándem más querido y respetado en el Quirinal y en el palacio Chigi como el que han formado Sergio Mattarella (Palermo, 81 años) y Mario Draghi (Roma, 74 años). Su prestigio y respeto en Italia y en el exterior, se lo han ganado por su sencillez, competencia, rigor, seriedad y firmeza como servidores públicos, mirando siempre por los intereses del país. Nunca hicieron ostentación del cargo ni utilizaron en beneficio personal los medios públicos. La normalidad ha presidido sus vidas públicas y privadas. Así lo ilustran dos anécdotas significativas.

Al día siguiente de ser elegido duodécimo presidente de la República (31 de enero 2015),Sergio Mattarella, católico practicante, asistió a la misa matutina en la Basílica de Santi Apostoli, en la plaza homónima. Acudió a pie, porque al ser domingo el tráfico en la zona estaba cortado. A la salida de la iglesia, un grupo de monjas le «robaron» una fotografía. El nuevo Jefe del Estado, siempre muy discreto y reservado, sentía la importancia del momento, lo que se reflejó en la frase con la que saludó a las religiosas: «Recen para que yo sea un instrumento para el bien del país». Después emprendió el camino hacia su despacho del Tribunal Constitucional, donde era juez, para preparar el discurso a la nación. Se paseó por el centro de Roma, recibiendo el aplauso o el grito de aliento de los ciudadanos que lo reconocieron. Con el tráfico municipal cortado, por una vez Mattarella no conducía su viejo Fiat Panda gris con el que se movía por la Ciudad Eterna. No pretendió dar una lección de sencillez para impresionar a los viandantes al comienzo de su mandato. Esa sobriedad ha marcado los siete años y medio que Sergio Mattarella lleva en el Palacio del Quirinal. Con serena firmeza, Mattarella ha mantenido el equilibrio de un árbitro, capaz de intervenciones decisivas por encima de los partidos, observador atento y nunca indiferente. Por ejemplo, cuando en mayo del 2018, los populistas del M5E y la Liga, tras ganar las elecciones, le propusieron al Quirinal para ministro de Economía a Paolo Savona, conocido economista quien afirmaba que “el euro es una jaula alemana”, rechazó nombrarlo por sus posiciones en contra de la moneda única.

Así supo llevar, con el pulso justo y maestría, el timón de una nave en un mar embravecido con tormentas a menudo, en una legislatura que se califica como la peor de las últimas décadas, seguramente porque ha estado dominada por populistas, de izquierdas y derechas, con una pobre clase política, la más mediocre de la historia republicana italiana. En sus siete años y medio en el Quirinal, Mattarella ha visto cambiar cinco gobiernos. El sexto de su mandato será el que nazca tras las elecciones del próximo 25 de septiembre, después de la disolución anticipada del Parlamento el pasado jueves.

Sin duda, para Mattarella ha sido especialmente doloroso ver el adiós de Mario Draghi, el expresidente del Banco Central Europeo, porque él lo llamó en enero 2021 para que, con el país en plena tormenta por el Covid, en crisis económica y social, y sin estabilidad parlamentaria, presidiera un Gobierno de unidad nacional. Formaron un tándem perfecto. De hecho, Mattarella es hoy el político italiano más popular y respetado, seguido por Mario Draghi, quien siempre ha gozado, en sus 18 meses de Gobierno, del apoyo mayoritario de los italianos, el más alto de todos los jefes de Gobierno italianos, según las encuestas. Cuando su Ejecutivo fue derribado en el Senado el pasado miércoles, el primer ministro se marchó a cenar a un restaurante con cuatro de sus más estrechos colaboradores. Cuando Draghi se levantó para ir a pagar la cuenta, recibió el aplauso de todo el restaurante.

Si el currículum del técnico Draghi es brillantísimo como pocos, lo mismo se puede decir del político Mattarella. Su larga carrera política se inició con una tragedia familiar, cuando era profesor de Derecho parlamentario en su ciudad natal de Palermo: en 1980 fue asesinado por la mafia su hermano Piersanti, presidente de la región de Sicilia, que murió en sus brazos al llevarlo al hospital. Decidió entonces seguir la carrera política. Entró en el Parlamento en 1983 y permaneció como diputado durante 25 años, siendo cinco veces ministro, primero por la Democracia Cristiana, en la Primera República, y después con el Partido Democrático, en la Segunda. Fundó la coalición del Olivo con el exprimer ministro y expresidente de la Comisión Europea, Romano Prodi. Eliminó el servicio militar obligatorio cuando era ministro de Defensa. De fuerte carácter y gran coherencia democrática, dimitió como ministro en 1990, cuando era titular de Instrucción Pública (Educación), un gesto insólito en Italia, en protesta por una ley que daba el monopolio de las televisiones privadas a Berlusconi, con tres canales. En el 2011 fue elegido por el Parlamento juez del Tribunal Constitucional, donde permaneció hasta su elección como Presidente de la República. Enviudó en el 2012. De sus tres hijos, Laura es la única mujer. Casada y con tres hijos, es una reconocida abogada, con despacho propio en Roma. Del padre ha heredado su discreción, la reserva elegante y su amor por la familia, ejerciendo de «primera dama» en ceremonias y en viajes oficiales.

Mattarella lleva toda su vida en primera línea como un servidor público. Como inquilino del Quirinal, ha dado prestigio a la más alta institución del país. Nunca se apegó a cargo alguno. En noviembre del 2021, con las cajas de sus documentos ya preparadas en el despacho para volver a su vida privada, el presidente Mattarella, acompañado por su hija Laura, firmó el contrato de su nueva casa, a la que pensaba trasladarse, después de abandonar el Quirinal. Reiteradamente rechazó unuevo mandato. Pero la inestable política italiana le obligó a cambiar de planes. El 29 del pasado enero, después de una semana de locura por la impotencia de los partidos para ponerse de acuerdo en buscarle un sucesor, fue reelegido presidente de la República.

Dicen que Sergio Mattarella es como una especie de cuarzo de la República, ese mineral que, según los antiguos griegos, era «el hielo que no se derretía». Pero también es el cuarzo del reloj, el hombre que marca el tiempo de la democracia. La marcha de Draghi es una gran pérdida para el país. Pero queda Mattarella, visto como el garante de que Italia, la tercera economía del euro, cumpla con sus compromisos, si no quiere perder la financiación del Plan de Recuperación, que ha destinado a Italia 220.000 millones de euros (entre préstamos y dinero a fondo perdido, 20.000 millones cada semestre, durante 5 años). Es la ocasión del siglo para Italia, con el precedente del Plan Marshall.

 

 

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