Matteo Renzi y la estrategia italiana en Eurovisión
Francesco Gabbani interpreta ‘Occidentalis Karma’. VENTURELLI GETTY IMAGES
El exlíder socialdemócrata se va para volver. Y es que los italianos siempre salen a ganar, sea en política o cantando
Solemos afirmar los ibéricos que los italianos son muy parecidos a nosotros y, a veces, algunos tienden a mirarlos por encima del hombro. Grave error y tremendo problema de perspectiva. Tomemos un ejemplo cualquiera; la canción de Eurovisión 2017. Mientras España presentará a un chaval que repite en inglés una frase sin sentido —“hazlo por tu amante”—, que pierde los nervios cuando el público le pita y que remata la faena con un corte de mangas, Italia va y coloca a un tipo cuya confianza camina dos metros por delante de él, que en su canción —en italiano— parafrasea a Shakespeare, Nietzsche y Marx y cita a Desmond Morris, Gene Kelly y Heráclito. A éste último, en griego clásico. Encima la canción es buena y los italianos han enloquecido con ella. Lo dicho. Somos muy parecidos. Sí, como dos gotas de agua.
La socialdemocracia italiana, como la española, también está atravesando su particular Sinaí pero por mucha foto juntos, en vaqueros y camisa blanca, que en su momento se hicieran sus respectivos líderes —cuando la rama hispana tenía líder, no el guirigai que hay ahora organizado— ahí acaban todas las similitudes. El centroizquierda italiano es el último superviviente del gran hundimiento de 1994 cuando el sistema tradicional de partidos saltó por los aires por culpa de la corrupción. La derecha cayó en manos de un millonario sin escrúpulos —que hasta hacía diez minutos había sido amigo de la izquierda— que vio una fantástica oportunidad de negocio y de evitar la cárcel. El socialismo se esfumó al mismo tiempo que su líder refugiado en Túnez, de nuevo, para evitar la cárcel. Así el centroizquierda fue ocupado por el Partido Comunista menos comunista de la tierra. Uno que se sacó de la manga el eurocomunismo para no seguir las órdenes dictadas desde Moscú y por el camino pagó la reconstrucción de decenas de campanas de iglesias destruidas durante la Guerra Mundial. En una tarde cambió el nombre, guardó las herramientas en el desván, abrazó la socialdemocracia y declaró inaugurada la Segunda República.
Esa socialdemocracia ha tenido que convivir y competir, entre otros, con la derecha berlusconiana, la ultraderecha nacionalista de la Liga Norte y ahora con el populismo izquierdista del Movimiento 5 Estrellas. Es decir, una hidra demagógica a la que le es más cómodo medrar sobre las ruinas de la República caída en los noventa que permitir la creación de un nuevo edificio institucional. No es de extrañar que en estos años figuras y votantes de centro y derecha moderada se hayan cobijado, aunque fuera temporalmente, bajo el techo socialdemócrata.
El último que ha intentado construir sobre las ruinas ha sido Matteo Renzi, quien cometió el error —comparte ciudad natal con Maquiavelo— de creer que el fin justifica los medios. Llegó al poder con un golpe palaciego y propuso una reforma drástica que fue rechazada en las urnas. Y así perdió primero el Gobierno y esta semana el partido. Pero su canción es buena y muchos italianos la cantan. Renzi se va para volver. Pero no hagamos similitudes con nuestras latitudes. Renzi sí sabe lo que es cantar en Eurovisión.