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Mauricio Rojas: Los peligros del liberalismo de la motosierra de Milei

Esta forma de concebir y vivir la política es difícilmente compatible con la democracia o el liberalismo. La democracia y el espíritu liberal requieren respeto por el oponente, aceptación de las diferencias de opinión y una voluntad de escuchar, dialogar y llegar a acuerdos. Es una actitud completamente ajena al espíritu de estos modernos guerreros culturales, que parecen no querer otra cosa que aniquilar al enemigo detestado, cueste lo que cueste.

 

 

 

 

Javier Milei ha pasado de ser uno más de esos personajes excéntricos que, de cuando en vez, surgen en las orillas del Río de la Plata a ser considerado una deslumbrante estrella de rock anarcocapitalista. Está logrando lo que parecía imposible: revertir un declive de cien años que llevó a la Argentina de haber sido uno de los países más ricos del mundo a convertirse en un país donde la mitad de la población vive en la miseria. En esta larga cuesta abajo, Argentina ha sufrido brutales dictaduras militares, populistas rapaces, divas políticas alucinantes, colosales escándalos de corrupción, atroces atentados terroristas, hiperinflación y el mayor default de la historia mundial.

Parecía que Argentina ya había vivido prácticamente todo lo que se podía experimentar en el terreno de la exuberancia, hasta que llegó Javier Milei. Hace algunas semanas irrumpió en Davos, escenario del foro más prestigioso a nivel global, como si fuese un mesías guerrero llamando a lanzar una cruzada contra la ideología woke.

“Hoy vengo aquí a decirles que nuestra batalla no está ganada, que si bien la esperanza ha renacido es nuestro deber moral y nuestra responsabilidad histórica desmantelar el edificio ideológico del wokismo enfermizo (…) el gran yunque que aparece como denominador común en los países e instituciones que están fracasando es el virus mental de la ideología woke. Esta es la gran epidemia de nuestra época que debe ser curada, es el cáncer que hay que extirpar.”

Días antes, Milei había asistido como invitado especial a la ceremonia de investidura de Donald Trump, el gran líder que el presidente argentino espera que encabece el combate cultural global contra el wokismo junto con Elon Musk, otra estrella en el firmamento de Milei, junto con, entre otros, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Benjamin Netanyahu y Nayib Bukele, el popular presidente de El Salvador que, con métodos poco democráticos y aún menos liberales, asegura estar derrotando a las maras, los temidos carteles criminales del país.

Según Milei, la tarea no es otra que recuperar los valores que alguna vez hicieron de Occidente un milagro civilizatorio y económicoMake the West Great Again es su versión del MAGA de Trump: “En definitiva, lo que les estoy proponiendo es que hagamos a Occidente grande nuevamente.”

La alocución de Milei en Davos tuvo como telón de fondo una serie de sorprendentes éxitos económicos: un fuerte ajuste fiscal llevó a que, contra todo pronóstico, el sector público nacional registrara un superávit en 2024, algo desconocido desde 2010. La deuda pública se ha reducido a la mitad en términos reales y la inflación ha caído en picada. La pobreza está disminuyendo rápidamente después de alcanzar un máximo superior al 50 % de la población en el segundo trimestre de 2024. La calificación crediticia del país ha mejorado significativamente, la recesión se ha revertido y, para el año 2025, el FMI pronostica que Argentina logrará el mayor crecimiento económico de toda América Latina. Todo esto le ha dado al presidente un sólido respaldo popular. Las encuestas han mostrado que en torno a la mitad o más de los argentinos cree que el país va por buen camino y que Milei está haciendo un buen trabajo.

Estos notables logros han hecho que Milei tenga una creciente legión de admiradores internacionales, dispuestos a pasar por alto ciertos aspectos preocupantes de su acción política. En noviembre de 2024, Milei retuiteó un mensaje en el que se afirmaba que “no se puede combatir al kirchnerismo siendo moderados” y, por ello, se requería de “una fuerza de igual intensidad y sentido contrario” para poder derrotarlos. Milei añadió con mayúsculas lo siguiente: “NOTA PARA LOS TIBIOS PELOTUDOS CULTORES DE LAS FORMAS SOBRE EL CONTENIDO.”

Este comentario nos da una idea de por qué Milei admira a líderes como Trump y Bukele, quienes poco o nada se preocupan de “las formas”. Pero también guarda relación con el sonado criptoescándalo que el presidente argentino protagonizó recientemente. En su cruzada mundial contra el wokismo, la izquierda, el socialismo, el ecologismo y el feminismo, entre muchos otros males que, según Milei, acosan a Occidente, los métodos deben ser duros y despiadados, porque el enemigo es poderoso y peligroso.

En el fondo, se trata de una concepción de la política como guerra: un conflicto irreconciliable entre enemigos que buscan aniquilarse mutuamente y donde el fin justifica prácticamente cualquier medio. Esta visión belicista de la política fue formulada clásicamente por Carl Schmitt, el connotado jurista nazi, en un célebre ensayo titulado «El concepto de lo político«. Según Schmitt, la distinción fundamental de la política es la de amigo-enemigo, términos que adquieren su significado último por la posibilidad real de eliminar físicamente al adversario:

“La distinción política específica, a la que pueden remitirse las acciones y motivos políticos, es la distinción entre amigo y enemigo (…) Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos (…) Los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su verdadero significado debido a que tienen y mantienen una particular referencia, especialmente, con la posibilidad real de matar físicamente.”

Amigos y enemigos: así está construido el universo político de Milei y también el de Trump. Amigos son aquellos que, sin cuestionamientos, se suman a la cohorte de seguidores y defensores del presidente. Enemigos son prácticamente todos los demás, en particular aquellos liberales que se atreven, como Ricardo López Murphy —a quien Milei calificó de “traidor” y de “basura —, a criticar sus métodos, ideas o propuestas.

Esta forma de concebir y vivir la política es difícilmente compatible con la democracia o el liberalismo. La democracia y el espíritu liberal requieren respeto por el oponente, aceptación de las diferencias de opinión y una voluntad de escuchar, dialogar y llegar a acuerdos. Es una actitud completamente ajena al espíritu de estos modernos guerreros culturales, que parecen no querer otra cosa que aniquilar al enemigo detestado, cueste lo que cueste.

Al respecto, cabe recordar que importantes sectores del liberalismo latinoamericano mostraron, hace algunas décadas, una peligrosa ceguera frente a las graves y sistemáticas violaciones de derechos humanos cometidas por dictaduras como la de Augusto Pinochet en Chile o Alberto Fujimori en Perú, ya que estas impulsaban reformas favorables al mercado. Incluso gobiernos altamente corruptos, como el de Carlos Menem en Argentina —el presidente favorito de Milei—, recibieron el aplauso de muchos liberales por aplicar medidas de liberalización económica.

El prestigio del liberalismo quedó severamente manchado en América Latina durante mucho tiempo debido a estos liberales economicistas dispuestos de hecho a permitir cualquier cosa —sin importar las formas ni los medios— que allanase el camino hacia una economía de mercado liberalizada. Mario Vargas Llosa los llamó alguna vez “logaritmos vivientes”, que, a su juicio, “han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas”.

Esa triste lección histórica debería servir como advertencia para los entusiastas seguidores de Javier Milei. Desde una perspectiva liberal-democrática, no son los fines los que justifican los medios, sino al revés: son los medios los que justifican los fines.

 

 

Doctor en Historia Económica de la Universidad de Lund y miembro del Parlamento de Suecia

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