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Maxim Ross: La verdadera maldición del petróleo

En los comienzos.

 

En los comienzos.

Es mucho lo que se ha escrito, para bien o para mal, sobre el tema de la “maldición
petrolera”, iniciándose con aquella famosa frase de Juan Pablo Pérez Alfonzo del
“Excremento del Diablo”, seguida de la inquietud y la nostalgia de un Uslar Pietri o un
Adriani de que esa “riqueza súbita” había que “sembrarla” como equivalente al mundo
agrícola. Esas ideas marcaron en mucho la opinión venezolana, a la dirigencia política, al
mundo literario y los medios.

El concepto, por ejemplo, de la “Venezuela rentista”, originado en el falso supuesto de que
su explotación solo genera “renta”, dio lugar a que esa percepción guiara nuestra
conducta cívica, social y política, con aquello de “vivir de lo fácil” o de la necesidad de
“repartirla” porque ha de ser de todos, nos alejó de entender la industria, tal como una
actividad económica similar a cualquier otra pero que, en consecuencia, le daba ese
poder de reparto al Estado, haciéndole el eje, casi único, de la vida social venezolana.
Subsidios y misiones califican como muestra de esa responsabilidad estatal.

En nuestra literatura fueron varias las manifestaciones de estas percepciones
con libros famosos y conocidos como “Mene”, “Casas Muertas” y otros que contaban la
historia del cómo llegó a nuestra tierra, como se creó una riqueza inesperada y como esta
se diluyó en el tiempo dejando ruinas por donde pasó. También en el mundo intelectual
estas ideas cuajaron con aquello de que, el petróleo siendo nuestro, estaba siendo
“llevado o robado”. Una expresión como “Petróleo nuestro y ajeno” quedó grabada en
nuestra memoria colectiva

Muchos años… después los académicos.

Aquel tipo de opinión se decantó en los ambientes académicos con trabajos muy
emblemáticos como los de Terry Karl, primero, y unos cuantos años luego con la tesis de
Jeffrey Sachs. La primera en la defensa de que esa “plenitud o bonanza” la llevaría a la

ruina inexorablemente. El segundo desarrolló la tesis de que no era solo el petróleo, sino
que todo país que se especializara en la explotación de recursos naturales estaría sujeto
al mismo destino. En verdad, si tuviéramos que evaluar a Venezuela hoy día tendríamos
que darles la razón, porque el petróleo está en el medio de la crisis venezolana, con todas
esas noticias del derrumbe de PDVSA y del país entero, pero lo que creemos es que ninguno
de los dos la tenían porque hay regiones y países petroleros que no se arruinaron. Quiere
decir que el tema puede estar mal enfocado y que, por ejemplo, hay otra manera de
pensarlo.

(Es bueno acotar que estas posturas tuvieron disidentes, en especial aquellos que debieron gerenciar la
industria y quienes entendieron el petróleo como un negocio, una gerencia como cualquier otra y no
compartieron esos puntos de vista, pero ellos no lograron convencer plenamente al mundo político
KARL, Terry Lynn. The Paradox of Plenty: Oil Booms and Petro-States. Estados Unidos de America:
University of California Press, 1997).

La ideología de la soberanía y la dependencia.

Para cerrar este breve recordatorio llegamos al punto de la conexión con las ideas o la
ideología, sobre todo con aquellas que impregnaron la conducta de la alta dirigencia
política, tanto que la “independencia petrolera” estuvo y está en el discurso de quienes
nos gobernaron y nos gobiernan ahora. Un discurso que tuvo y tiene mucho que ver con
la tesis de que, para defenderla y superarla era indispensable que el recurso fuese todo
apropiado y manejado por el Estado, al principio frente a las grandes compañías
internacionales y hoy día solo contra el “imperialismo”.

Si la propiedad es del Estado

Aquí nos encontramos con el meollo de la explicación al colocar la propiedad del recurso
como principal causalidad porque, siendo este apropiado exclusivamente por el Estado,
identifica los lugares donde esa “maldición” se ha concretado, habida cuenta del sin
número de países que así lo demuestran. Sin embargo, tampoco este argumento resulta
concluyente puesto que hay países “propietarios” que no han fracasado y otros que si,
como es el nuestro. Ciertamente, desde la Arabia Saudita hasta todos los Emiratos, la
propiedad del recurso ha sido del Estado y no han terminado en la “bancarrota” Un caso
notorio es el de Nigeria pero, en general, casi todos los países petroleros con propiedad
estatal han tenido crisis recurrentes. Como contra ejemplo no olvidemos que Canadá, el
estado de Texas, Escocia y Noruega son petroleros con diferentes tipos de propiedad y
sin fracasos conocidos.

(SACHS, Jeffrey D.; WARNER, Andrew M. Natural resource abundance and economic growth. National
Bureau of Economic research. 1995, Working Paper 5398.)

Luego, el lector habría de concluir en que no se trata puramente de la propiedad, aun
cuando la frase PetroEstado ha inundado y arraigado tanto en nuestro medio, que le puso
“nombre y apellido” a ese Estado omnipotente y omnipresente que ha dominado nuestra
vida durante todo el siglo de explotación petrolera y sobre el cual recae la “culpa o la
carga” de todos los males.

No obstante, ese Estado propietario tuvo “buenas y malas” épocas que tutelaron todo el
país, lo que desdibuja el hecho de que sea a la propiedad en si misma a quien atribuirle
única causalidad. Buenas y malas épocas que tuvieron y tienen que ver con la situación y
la “volatilidad” del mercado petrolero internacional, en la medida que precios altos y bajos
era determinantes de bonanzas y estragos. Resultados que, obviamente, llevaron a
algunos países a crear instituciones para protegerse y defenderse, como es el caso de la
OPEP y otros utilizando el expediente de fondos de estabilización, caso Noruega; otros
con intentos de reducir su dependencia del ingreso petrolero, pero también con criterios
distintos de dirección de su industria.

¿Criterio comercial o criterio de reparto?

Observamos aquí que el éxito o fracaso de algunos países está ligado a cuál de los dos
logra dominar el conjunto. Por un lado, el criterio comercial o, si se pudiera llamar así, el
de privilegiar el crecimiento, la permanencia y las ventajas de la industria en sí misma y,
hasta cierto punto separar su orientación de la del Estado o, por el otro ponerla al servicio
de ese Estado como medio principal de reparto.

Creemos que eso explica los distintos resultados del mundo árabe en el que se ha
privilegiado el primer criterio, incluyendo rupturas “ideológicas” que les ha permitido
“privatizar” la propiedad. Del peso de esa mezcla va a depender cuánto fracaso o éxito
económico se puede tener.

El caso venezolano se explica mucho utilizando este criterio pues las bonanzas y los
estragos provenían del dominio de uno u otro. En la primera era petrolera, aun cuando el
Estado es propietario no lo es únicamente. Las compañías internacionales impusieron el
criterio comercial y ello dio los frutos conocidos. Todavía, cuando se crean las Maraven,
Lagoven, este criterio logra prevalecer, pero con la “estatización” de la industria se dan las
primeras condiciones para que ese criterio fuera progresivamente abandonado, al
extremo de convertir a PDVSA en un Estado paralelo y donde el criterio de reparto liquidó
el criterio comercial.

Ahora bien, si la ideología “de reparto” se impone, ello supone como contrapartida que es
el sustento de quienes acceden a su manejo, llámese reinado, principado,
dictadura o partido político. De alguna manera una fuente de recursos
de tal magnitud,apropiada por un Estado, contribuye o garantiza el monopolio
del poder político y esta es la conexión “secreta” que existe entre el Estado propietario
y quienes lo han manejado en todo el siglo petrolero.

La verdadera “maldición” petrolera

Estamos llegando al fondo del problema porque hay una conexión evidente entre la
propiedad estatal y el modelo político que coexiste con él. Un modelo político que se
define por la delegación, voluntaria, arbitraria o impuesta, de poder político que la
sociedad civil cede a sus representantes, sean reyes, príncipes o partidos políticos. Aquí
observamos cómo se integran los tres ángulos del triángulo de la verdadera “maldición”
petrolera”: Uno, el que confiere la propiedad estatal, dos el dominio del criterio de reparto
y tres el quizás más importante, el de sostener y mantener el monopolio del poder político.
En nuestro caso lo vivimos de dos maneras. Una del tránsito de las dictaduras militares a
la democracia de los partidos políticos y otra con lo contrario, el recorrido de la
democracia de los partidos políticos a la del partido único. Dicho de otra manera del
“militarismo a la democracia” y de la “democracia al militarismo”, pero en todos ellos el
ejercicio del monopolio del poder político frente a la sociedad civil.

No se puede decir que esta sea la “verdadera maldición petrolera” porque estaríamos
desdiciendo todo lo referido en estas notas, porque inclusive cabe la pregunta de si tiene
sentido todavía hablar de “una maldición petrolera”, ya que, si a ver vamos, el fracaso
venezolano, al menos este, radica mucho en ese costoso y vicioso triángulo que se
conforma alrededor de la propiedad estatal, del cómo se usa el ingreso petrolero y de
cómo aprenden a vivir de él quienes nos han gobernado para monopolizar el poder
político por delegación, voluntaria, arbitraria o impuesta, de nuestra sociedad civil.

 

 

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