A medio siglo de Memorias del Subdesarrollo
Sergio Corrieri y Daisy Granados en escena de Memorias del Subdesarrollo (filmstreams.org)
LA HABANA, Cuba.- Se cumplen 50 años de la realización en 1968 por Tomás Gutiérrez Alea de Memorias del Subdesarrollo, considerada por la crítica especializada la película más importante del cine cubano.
Para la película, Gutiérrez Alea se basó en la novela homónima de Edmundo Desnoes, que había sido publicada tres años antes, en 1965, en Ediciones R. El escritor consideró que el film era “un ejemplo de una gran adaptación de lo escrito a lo visual”.
En la novela, que se desarrolla entre 1961 y 1962, Desnoes retrataba la alienación y los desgarramientos de un intelectual burgués que tras presenciar la demolición de su mundo por la revolución, no logra entender el reino colectivista y proletarizado que ve conformarse ante sus ojos y que percibe ajeno, provinciano, vulgar, mugriento y lleno de peligros, incluido un bombardeo atómico.
Desnoes no tuvo que esforzarse demasiado: las contradicciones de Sergio Carmona, el personaje de la novela, eran las mismas que él vivía, debatiéndose entre el temor y la angustia, la abulia y el despiste, frente a una situación a la que no conseguía aclimatarse.
Luego de pasar un año en Venezuela, cuatro meses en un islote desierto de las Bahamas y cuatro años en New York, Desnoes había regresado a Cuba en 1960, convencido, según sus propias palabras, de que “nunca sería alguien fuera de su país”. Desarraigado, con pretensiones existencialistas y escrúpulos de pequeño burgués arrepentido, creyó que la revolución de Fidel Castro era su oportunidad de brillar. Y para probarse como fidelista, su primer servicio fue escribir un artículo vitriólico contra la revista Visión, de la cual había sido redactor durante su época neoyorquina, en cuanto esta criticó al nuevo régimen cubano.
Desnoes estaba consciente de que el verdadero artista siempre será un enemigo del Estado, pero eligió dejarse llevar hasta ver adonde lo llevaba su compromiso con la revolución.
Anduvo por sus años revolucionarios como quien cruza un lago helado. El wei wu wei de Lao Tsé fue su solución. Actuar sin actuar, eligiendo sin elegir, confiado en su comprensión más elevada de intelectual. Sólo que es muy difícil, casi imposible, el dilema de estar y no estar, ser o no ser, en taumaturgia simultánea.
Ninguno como el mismo Desnoes para ser crítico consigo mismo. “¡Quien te ha visto, Eddy, y quien te ve, Edmundo Desnoes!”, exclama Sergio Carmona, el protagonista de Memorias del Subdesarrollo cuando se encuentra a Desnoes pontificando sobre “la literatura revolucionaria”.
Desnoes quiso estar por encima de todos, mas allá del bien y el mal. Quiso entender a las partes enfrentadas –igual que en uno de sus primeros cuentos entendió tanto las razones de Jack como las del guagüero—. Sin intervenir de lleno en la bronca, a ver en qué paraba todo. Como Dios, dejando a los hombres actuar según su libre albedrío. Pero le resultó imposible la ubicuidad y se cansó. La revolución, la patria, el socialismo y todo, Fidel Castro y sus seguidores incondicionales lo rimaban con muerte. No dejaban otra alternativa. Y Desnoes, antes que tanta epopeya, prefería vivir. Por eso, se fue de Cuba en 1979 y se radicó en New York, de donde había partido 20 años antes. Pero, incapaz de vencer su fascinación por Fidel Castro, nunca cortó del todo sus lazos sentimentales con el régimen. En 1981, devenido en una especie de recolector de trastos panfletarios para antologías de la literatura posterior a 1959, fue el editor de “Los dispositivos en la flor: Cuba, literatura desde la revolución”. Y en 2006 vino a La Habana para ser jurado del Premio Casa de las Américas.
En los últimos años, Edmundo Desnoes se ha esforzado por ser moderado, conciliador. Lo que no es, no puede ser, es optimista respecto a Cuba, cada vez más sumida en el subdesarrollo.
La versión cinematográfica de Tomás Gutiérrez Alea de Memorias del Subdesarrollo resultó más perdurable que la novela de Edmundo Desnoes.
En el año 2012 Memorias del subdesarrollo fue elegida por el Instituto Británico de Cine en el lugar 144 entre los mejores filmes de la historia.
Gutiérrez Alea, el más importante director cubano, decía que la película, en la que había atisbos de Eisenstein tanto como del neo-realismo italiano y del cinema verité, y la profusa utilización de imágenes de archivo, con discursos de Kennedy y Fidel Castro, era “un collage… con un poco de todo.”
El director, reacio al cine moralizante de agit-prop basado en la arenga y la exhortación que preconizaba el ICAIC, y a propósito de lo cual tuvo varios encontronazos con su principal comisario, Alfredo Guevara, en Memorias del subdesarrollo no ocultaba su ironía al evadir la película panfletaria-patriotera al uso en aquellos días que se podía esperar de una que se desarrollara en los días de la crisis de los misiles de 1962.
Muchos críticos lo que más valoran de Memorias del Subdesarrollo, aparte de la fotografía y la actuación de Sergio Corrieri, son las imágenes documentales de los milicianos y las antiaéreas en La Habana acuartelada de octubre de 1962. Yo, que no disfruto los malos recuerdos, y no puedo evitar asociar al difunto Corrieri con El Hombre de Maisinicú, de la película, prefiero quedarme con lo que vio su protagonista a través del catalejo, más allá del monumento al Maine con el águila amputada: el mar, los techos de La Habana, la ropa tendida en las azoteas, las palmas, los pinos y los álamos de El Vedado. Con todo eso, más la partitura de Leo Brouwer, y Daisy Granados y Eslinda Núñez, los dos rostros femeninos del cine cubano.