Mercedes Malavé: Te lanzo un grito lleno de amor (mensaje a los jóvenes socialcristianos)
“Te lanzo un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú mismo. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”. Juan Pablo II (paráfrasis)
Queridos jóvenes que sienten el compromiso de reavivar la llama de la democracia, impregnada de los valores perennes y universales del Cristianismo:
¡Podemos!
En 1982, cuando el mundo seguía dividido por el Telón de Acero, y la Unión Soviética sostenía férreas dictaduras en el oriente europeo, un sacerdote polaco de feliz memoria, san Juan Pablo II, motivaba al viejo continente a ser ese faro de civilización, de progreso y democracia. Aunque el panorama parecía adverso, y la cultura política del viejo continente se veía apagada por el individualismo, el materialismo, el relativismo de los valores, la mediocridad de ideales, etc., el Papa viajero lanzaba el grito de la esperanza cristiana: ¡Podemos!
Es grande la tarea a que se nos invita. Recuperar la democracia no consiste en cambiar las constituciones, mejorar los tribunales o lanzar nuevas consignas. Se trata de recuperar el sentido auténtico y vocacional de la política, y de revitalizar las instituciones mediante una depuración de los vicios personales que, tarde o temprano, acaban carcomiendo los pilares fundamentales del sistema democrático, tales como la independencia de las ramas del poder público, la administración transparente, la verdad como base del discurso político.
También nosotros apreciamos el enorme desafío que supone imprimir en el mundo y en nuestra cultura una nueva forma de hacer política, de entender la función pública como servicio desinteresado y como búsqueda constante de soluciones para mejorar las condiciones de vida, educación y trabajo de las personas, comenzando siempre por esa atención desvelada hacia los más necesitados. Al mismo tiempo, nos sentimos débiles, confundidos, impotentes e incluso solos ante tal epopeya en medio de una cultura que, aparentemente, sólo busca el beneficio personal de carácter lucrativo. En la esfera política se percibe el aire tóxico del poder egolátrico y egoísta: yo-mío, yo, yo, yo, mío, mío, mío. Apreciamos el abismo entre la doctrina y la vida, entre el ejercicio viciado de la política y los discursos televisados cargados de principios que no se ejercitan y por eso lucen vacíos de contenido. Es inevitable, a veces, sentir confusión y decepción. Tanta mentira, tanta trapisonda, tanta impunidad en el propio juego de la política. Sin embargo ¡podemos! –y no lo digo haciéndome eco del sofisma oportunista del partido español–; podemos de veras recuperar el tejido ético de la política; podemos ejercerla y dignificarla con la fuerza de nuestras propias convicciones. Es cuestión de compromiso diario, de fidelidad renovada y dispuesta a resurgir cuando, por una razón u otra, nos desviamos.
La política es lo decisivo
La crisis que atraviesa Venezuela es una crisis política con consecuencias económicas muy fuertes. Considero errados los diagnósticos que señalan la crisis económica como el principal problema del país. Cuando las partes se separan, cuando las familias se dividen, cuando los políticos no confluyen en decisiones conjuntas, aunque piensen distinto, la pobreza aumenta como una consecuencia del conflicto humano, dialógico, de entendimiento en una relación que se rompió. El problema de Venezuela es que los políticos y la política se han venido desvirtuando a tal punto que han sido asumidos por la dialéctica del enfrentamiento marxista. En esa confrontación estamos todos entrampados.
Si los nuevos diputados de la Asamblea Nacional, aun siendo opositores en su mayoría, sucumben a la tentación de la confrontación, habrán dilapidado su victoria. La confrontación, la división, el enfrentamiento son la combustión del comunismo marxista. En cambio, el diálogo, el reconocimiento del otro, la negociación y el acuerdo son los medios democráticos y humanizantes de la política. Un mal no se puede vencer con otro mal, al contrario, debemos vencer el mal con el bien.
Dice un buen maestro, Agapito Maestre, que “la política es lo decisivo. La política es el ámbito determinante de la existencia auténtica. La política es el espacio privilegiado donde al hombre le es dado realizarse como tal. La política hace a los hombres verdaderamente humanos”.
Mienten o se engañan a ellos mismos aquellos que afirman que la política y los partidos deben ignorar los límites de la ética y la moral porque eso es asunto privado, de cada quien con su vida. Así como no le daríamos una bomba a un terrorista, de la misma manera no le otorgaríamos poder a un ser que se considera amoral o que no le interesa la moral, por muchas y muy sobradas habilidades que tenga.
Por su parte, hay quienes piensan que las organizaciones políticas modernas deber ser plataformas de negocio, imagen, tecnocracia y mercadeo político. En esta misma línea, hoy en día muchos creen que la agenda pública debe estar manejada por un empresario eficiente y exitoso. Eso no es cierto porque el Estado no es una empresa.
En definitiva, lo decisivo, independientemente del bagaje profesional de quien gobierne, es la moral personal y los propios límites que la misma naturaleza humana pone ante nuestros ojos, porque no somos mesías, ni infinitos, ni autosuficientes, ni eternos, ni dueños absolutos del bien y la verdad. Debemos reconocer con libertad que no todo lo que se puede hacer se debe hacer. Se trata de una máxima sencilla de la ética que, sin embargo, trae a muchos confundidos.
Ya hoy no hace falta acercarse a un partido a pedir su manual de doctrina o principios fundadores; basta ver a sus dirigentes: “muéstrame cómo te comportas y te diré la doctrina o ideología que profesas”. Lo que definitivamente pasó de moda es el manifiesto impreso en papel, las tesis o lista de principios publicados, mas no encarnados. Ahora lo que cuenta definitivamente es la persona. Cada uno es un medio de comunicación, un propagador de conducta, un promotor de estilos de vida.
Aviva tus raíces
El néctar que corre por las venas de un demócrata-cristiano es rico en principios y razones de carácter universal e incluyente. Carece de elementos mortíferos como las ideologías, el fundamentalismo, el sectarismo doctrinario, el marxismo y demás teorías banales que suelen envolver los grandes males de una sociedad aparentemente inofensiva que, so capa del amor y la tolerancia, es capaz de matar inocentes, enfermar a los jóvenes, destruir familias, vilipendiar al que piensa distinto o burlarse de aquellos que quieren ser coherentes.
Esa savia que corre por nuestras venas acepta diversos puntos de vista y modos de ser. Los contrastes son importantes en la política, así como en la pintura. Sin luces y sombras, sin claros y oscuros, resulta imposible pintar un buen lienzo. Esos contrastes que generan los debates internos son absolutamente imprescindibles para que nuestro ejercicio de la política se mantenga abierto, humilde, obediente y al servicio del otro.
Pero no podemos confundir los distintos pareceres con la incongruencia o falta de virtud. Una ligereza en el obrar, un vicio, una incoherencia en el modo de comportarse, la inconsistencia entre lo dicho y lo hecho, lejos de ser contrastes son disolventes. Los contrastes son necesarios, los diluyentes hacen daño, destruyen, restan consistencia y calidad a la pintura. ¡Cuántas veces notamos cómo un determinado punto de vista no es más que la máscara de un interés personal, del clientelismo político o de un negocio previo! Tenemos que ser conscientes de que no hay forma ni manera de hacer crecer un partido a base de concesiones a la complicidad, a la corrupción, a la comodidad, a la vagancia, a la mentira y a la falta de principios.
Hoy en día, los problemas de formación de la conciencia no son por falta de información, cursos, congresos, foros o cátedras, sino por indecisión y miedo al compromiso. Los principios y valores de la democracia cristiana están a un click en nuestros dispositivos tecnológicos: los podemos buscar, descargar, leer y releer. Lo que no está absolutamente a la mano es la posibilidad de hacerlos vida a cabalidad. Para ello debemos luchar, caer y levantarnos, rectificar el rumbo, aceptar las correcciones necesarias. ¡Qué arduo y al mismo tiempo qué gratificante es llegar al final de nuestras vidas sabiéndonos leales a estas lides de la política como camino de perfeccionamiento cívico y moral!
Pedir perdón
Todos recordamos al Papa alemán, Benedicto XVI, pidiendo perdón en Auschwitz por los inmensos crímenes de la ideología nazi. Asimismo, insistió en la necesidad de revitalizar los valores cristianos como mejor garantía para el futuro y la paz duradera. También Juan Pablo II pidió perdón por todas las faltas cometidas por los cristianos durante sus siglos de historia. La obligación de pedir perdón es como una deuda que no se salda con la muerte de los culpables o responsables de las faltas. Tarde o temprano las instituciones, países o religiones deben asumir la responsabilidad de los errores cometidos por sus integrantes. Para ello hace falta madurez, temple y sincero propósito de enmienda.
Si bien es cierto que no somos culpables de los daños cometidos por nuestro partido, debemos reconocernos como parte de una tradición y de unas instituciones que han sido manchadas por los errores personales de antiguos dirigentes. ¡Cuántas veces hemos escuchado frases como “los errores y la corrupción de AD y COPEI”. Es sobre las instituciones donde recae la indignación de una sociedad cansada de los vicios, abusos e irresponsabilidades en la administración del poder público de los políticos. Por lo tanto, una actitud cónsona con las demandas de justicia y pena que exige la sociedad, nos debe llevar a asumir, con absoluta responsabilidad, la obligación de pedir perdón públicamente por los errores del pasado. Por el engaño, la trampa, la mediocridad, la corrupción, la compra de conciencias, la manipulación del electorado, la obstinación y la terquedad. Por no haber cedido el paso a los jóvenes, por no haber sido capaces de mantenernos unidos por encima de toda diferencia. Perdón Venezuela.
Este acto, que nos involucra a todos, nos llenará de fortaleza y compromiso sincero con el bien común y con la justicia. No es cierto que el que pide perdón resulta visto como perdedor. Más bien diría que los héroes de nuestro mundo de hoy, tan dependiente de la imagen y de la perfección postiza, son aquellos que aceptan en primera persona sus errores –o los de sus organizaciones– y, sobre la base de un deseo genuino y humilde de cambio, continúan adelante con más claridad de objetivos y de fines.
Ni a la derecha ni a la izquierda
Cuarenta años anduvo errante el pueblo judío buscando la Tierra Prometida que habían abandonado en momentos de penuria, buscando nuevas oportunidades en tierras lejanas. El guía espiritual y máxima autoridad de esta etapa de la historia de los judíos fue Moisés, que apenas pudo vislumbrar el territorio concedido a su pueblo, ya que falleció poco antes de pisar Canaán. Su sucesor, Josué, recibió una importante advertencia cuando le fue confiado el mando sobre el Pueblo Elegido: «Sé valiente y firme: tú vas a poner a este pueblo en posesión del país que yo les daré, porque así lo juré a sus padres. Basta que seas fuerte y valiente para obrar en todo según la Ley que te dio Moisés. No te apartes de ella, ni a la derecha ni a la izquierda, y así tendrás éxito en todas tus empresas» (Josué 1, 6-8).
Una vez liberados de la opresión y el destierro, el pueblo debe mantenerse en el centro para llegar a su destino; marchar en línea recta, sin desviarse hacia la derecha o hacia la izquierda. Lógicamente, el mandato no solo está asociado a la orientación geográfica, sino también a la recta conducción política del pueblo. Se le pide al nuevo líder que guíe con firmeza por el camino recto; que los preserve de desviaciones producidas por las corrientes de opinión suscitadas entre los mismos miembros del grupo social, y que no se deje llevar de fórmulas acomodaticias, atractivas o aparentemente milagrosas.
Es un consejo que puede servirnos para entender el arte del buen gobierno. Las ideologías tienden a orientar a las personas hacia un extremo, exagerando o absolutizando algún valor que es relativo, llámese libertad, colectivo, bienestar, individuo, nación, etc. Lo único absoluto en el ser humano es su incuestionable dignidad manifestada, entre otras cosas, en su relación de semejanza con el Creador, y llamado a trascender los límites de este mundo, tan atractivo y seductor como caduco y pasajero.
Pero no es fácil mantenerse en la vía del centro. El problema de las llamadas corrientes de centro, o third way (tercera vía), es que no pueden concebirse solo teóricamente, ni firmarse en tratados, consensos o pactos de gobernabilidad, porque los valores que enmarcan una conducta centrada no se imponen ni se decretan, sino que se asumen con realismo y mucho sacrificio. De lo contrario, estas nuevas corrientes se convierten en una especie de camuflaje o “brazo moderado» de las mismas tendencias extremistas. Ser de centro exige mucha disciplina y claridad de fines. No consiste en dar discursos moderados, guabinosos, donde todos quedan bien parados; en ocasiones habrá que alzar la voz para defender algún aspecto de la dignidad humana. Ser de centro no significa aceptar todo lo que proponen las «mayorías», los lobbies o las modas, sino mantener una misma ética, firme y consecuente, aunque se experimente la propia debilidad o no se reciba el elogio de la opinión pública. Buscar siempre el verdadero bien de la persona, de la vida política y social, y lo que realmente contribuye a su pleno desarrollo.
Lo que va a hacer que Venezuela tome un rumbo realmente distinto en su historia política es la presencia de una dirigencia más que de centro yo diría «centrada«, firme, anclada en los altos valores de sinceridad, respeto, lealtad, honestidad, fidelidad, servicio, desprendimiento, dictados por su recta razón y motivados por su buen amor a la nación.
Refúgiate
Si algo podemos aprender de los hombres más notables que nos precedieron en el ejercicio de la democracia con valores cristianos, es que fueron hombres y mujeres de familia. Ciudadanos de lo público, sí, pero con una fuerte conciencia de que, en la intimidad del hogar, se encuentra la fuerza para dar la batalla en pro de la dignidad humana, y se hallan también infinitos tesoros de amor, de protección y de verdadero aporte al bien común de la sociedad, por medio de los hijos educados en un hogar armonioso y sembrado de amor al prójimo, a las instituciones y a la democracia. No se puede sostener que la familia es la célula vital de la sociedad, si luego se la desprecia en la intimidad.
Queridos jóvenes: si bien no todos están llamados al matrimonio, la gran mayoría se propone formar una familia sólida, estable, fundada en los mismos valores y principios que defendemos públicamente. Sólo el sostén de un matrimonio estable, de una relación armónica y sincera con el cónyuge, con los hijos, puede ser garante de un reputado ejercicio del poder público. Una vida disipada y viciosa con los desórdenes que producen las incontinencias en materia de sexo, droga, juegos y alcohol, no son más que la antesala de un pésimo desempeño en el ejercicio de la autoridad. No es que el poder corrompa, no; es uno mismo el que se corrompe cuando se niega a vivir con templanza y sobriedad su vida íntima. Nuestros grandes predecesores nos dieron un valioso ejemplo al respecto; otros partidos no pueden decir lo mismo. Sintámonos orgullosos.
70 años de agradecimiento
No sólo sentimos la necesidad de pedir perdón sino también de agradecer. En estos setenta años de democracia cristiana en Venezuela, podemos decir que la semilla germinó y dio sus frutos, no sólo en Venezuela, sino desde Venezuela.
En 1936 una joven generación de estudiantes protagonizó el llamado carnaval caraqueño. Es la primera vez en nuestra historia que un grupo opositor al gobierno se enfrenta de modo pacífico. Con esta generación Venezuela se «bajó del caballo», envainó la espada y reaccionó empleando las armas del intelecto, las convicciones, la retórica y el discurso racional. Ellos son los padres de los partidos políticos tradicionales que fundaron la democracia venezolana; los que introdujeron el debate político basado no en la fuerza y la barbarie, la censura y el analfabetismo, sino en las doctrinas políticas, la formación académica, la civilidad.
Entre esos oradores y líderes nacionales estaban nuestros fundadores: “En el orador se pide la agudeza de los dialécticos, las sentencias de los filósofos, el estilo de los poetas, la memoria de los jurisconsultos, la voz de los trágicos y el gesto de los mejores actores” (Cicerón). Para esto hace falta excelencia humana, estudio, lectura y reflexión. Por eso difícil cosa es hallar un buen orador, responsable y convincente.
Frente a la inminencia de nuestro 70 aniversario, me pregunto si no nos encontramos en una situación parecida a la de las primeras décadas del siglo pasado. Venezuela está viviendo una marcha hacia atrás, a caballo y con armas, un fuerte retraso social, ideológico, político, económico, académico y cultural.
Una tarea
¿Qué más podemos hacer? ¿Cómo podemos mejorar la oposición a la barbarie y a la inmoralidad imperante? Inspirándome en la generación que se opuso eficazmente al dictador, de cuyo espíritu aún hoy nos alimentamos, diré que complementando las acciones políticas –y de calle si es necesario– con una esmerada dedicación a la renovación de la democracia cristiana en Venezuela.
Tenemos obligación moral y cívica de reconciliarnos y de unirnos en torno a un mismo proyecto político. La unidad de la democracia cristiana en Venezuela resulta imperativa porque cada uno de los partidos que llevan el germen de nuestra doctrina están hoy debilitados. Esa atomización, resultado de divisiones de larga historia, debilita y no fortalece a ningún particular.
Debemos construir un mensaje en el que confluyan los ideales de unidad, paz, justicia y crecimiento sostenible. Superar la reducción economicista de la crisis y buscar soluciones integrales, además de las urgentes, que ataquen los males de raíz y no sólo superficialmente. Debemos comprometernos ¡de por vida! con la población más pobre y necesitada de nuestro país, para no ser nunca indiferentes ni lejanos a sus problemas y necesidades.
Es necesario profesionalizar la política para ser capaces de defender, con argumentos sólidos y con trabajo bien hecho, los ideales que profesamos. Lo que algunos llaman la era post-cristiana no es más que un agotamiento de las ideologías y de interpretaciones rígidas y conservadoras de la verdad. Los valores son universales y, como tales, se adecúan a cada circunstancia, a cada sensibilidad y problemática que plantean los tiempos. Pero debemos ser más doctos, instruidos, leídos ¡sabios! si es posible. La mediocridad intelectual, la falta de reflexión y de estudio rebajan el nivel del discurso y es presa fácil de los errores y de la maldad; de ese mal que la Arendt definió sabiamente como la banalidad del mal.
Por último, estamos llamados a recuperar el liderazgo que llegamos a tener en cada rincón de Venezuela. Es necesario renovar la organización y la estructura partidista, con lineamientos modernos que respondan a los modos e instrumentos con los que se cuenta hoy en día. Contemos con las nuevas tecnologías, sí, y con las técnicas de imagen, posicionamiento y mercadeo, pero valorándolas como medios y no como fines. Lo esencial es el contacto con la gente, con las comunidades, con los líderes naturales de cada lugar. Regionalicemos más nuestra organización y seamos capaces de ofrecer a cada uno, soluciones impregnadas de valores y de conocimiento de lo local.
Me despido agradecida con los que llegaron al final de esta lectura, deseosa de debatir y de servir a la renovación de la democracia cristiana venezolana.
¡Feliz aniversario y próspero año 2016!
Mercedes Margarita Malavé González
@mercedesmalave