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México, déjalos pasar

El país es el muro que quería Donald Trump. En el sur detienen a personas que migran desde Centroamérica; en el norte las hacen esperar. El presidente mexicano está equivocado: debería proteger y no reprimir a los inmigrantes.

México es el muro y así lo quería Trump.

Las brutales imágenes de un incidente reciente en la carretera entre Ciudad Hidalgo y Tapachula, en el estado mexicano de Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala, lo demuestran. Decenas de agentes de choque de la nueva Guardia Nacional de México, armados con cascos, bastones y escudos, reprimieron a centenares de personas que han migrado desde Centroamérica que querían llegar a Estados Unidos.

También le arrojaron gas pimienta a la caravana en la que, a mediados de enero, avanzaban unos 4000 inmigrantes y en la que había muchos niños y mujeres. Al final, cientos de refugiados han sido detenidos en México o deportados a sus países. La portavoz de la oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos condenó a la Guardia Nacional de México y dijo que “el uso de la fuerza para detener o dispersar migrantes, en este caso de las caravanas, debería ser evitado, incluyendo el uso de armas no letales”.

Así es como México se ha convertido en otra policía migratoria del presidente estadounidense, Donald Trump. En sus dos fronteras: en el sur contienen a centroamericanos; en el norte los hacen esperar. Pero el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se equivoca. Los debería dejar pasar hacia el norte.

Según el programa Migrant Protection Protocols, que el gobierno de Trump introdujo en enero de 2019, los solicitantes de asilo que intentan ingresar a Estados Unidos en la frontera entre México y Estados Unidos pueden ser obligados a esperar en México mientras las autoridades estadounidenses toman una decisión sobre su caso. Hasta noviembre de 2019, más de 56.000 personas habían sido enviadas de vuelta a México hasta tener una resolución de sus solicitudes de asilo, según Human Rights Watch.

Este es un cambio radical de política migratoria. En el pasado, los centroamericanos que pedían asilo podían esperar una resolución de sus casos en Estados Unidos, no en México.

La migración de centroamericanos siempre ha sido un lío para Estados Unidos. Pero el país más poderoso del mundo tiene una responsabilidad especial en su propio hemisferio y puede, perfectamente, absorber a los más necesitados del continente. Lo ha hecho antes y lo puede seguir haciendo.

¿En qué momento un problema estadounidense se convirtió en un problema mexicano? Todo cambió con Trump. A mediados del año pasado, ante la presencia de varias caravanas de centroamericanos cruzando por el territorio mexicano, el presidente estadounidense amenazó a México: o hacen algo para detener a ese flujo de personas, al que ha descrito como una invasión, o le impondría aranceles a los productos mexicanos.

“Que se les garanticen sus derechos a buscarse la vida, que no haya maltrato, que se les proteja, que se les ayude y apoye”, dijo López Obrador sobre los inmigrantes que viajaban al norte en octubre de 2018, cuando aun era presidente electo. Pero cedió ante Trump enterrando sus promesas de proteger a los inmigrantes centroamericanos.

Cuando un periodista le preguntó en una de sus recientes conferencias de prensa matutinas —las Mañaneras— sobre el incidente de hostigamiento e intimidación contra centroamericanos en el sur de México, López Obrador rehusó ponerse del lado de las víctimas. Mientras tanto, Kenneth T. Cuccinelli II, secretario interino del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, dijo que el nivel de cooperación con México es mucho mayor de lo que nadie pensó que sería posible”.

Es cierto. Pocos habrían pensado hace más de un año que un presidente izquierdista como Andrés Manuel López Obrador —quien escribió un libro muy crítico titulado Oye, Trump y que defendía los derechos de los centroamericanos en su paso por México— de pronto se convertiría en el principal aliado migratorio del mandatario estadounidense. López Obrador ha dicho que su política de Estados Unidos es de “amor y paz” y que “no va a haber confrontación con Trump”.

Nada tiene de malo querer una buena relación con el poderoso vecino y principal socio comercial, pero no podemos olvidar que durante décadas México ha sido un exportador de inmigrantes hacia Estados Unidos. Somos millones viviendo ahí.

Por eso me sorprende la indiferencia de tantos mexicanos a los abusos cometidos por los miembros de la Guardia Nacional y a los virulentos ataques a los inmigrantes centroamericanos en las redes sociales. Algunos comentarios xenófobos me recuerdan mucho a los que he escuchado durante décadas y al terrible maltrato que han recibido muchos inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Esos abusos no pueden olvidarse ni ser una excusa para que se trate a los centroamericanos de la misma manera en México.

La migración al norte no es algo nuevo. Durante décadas le ha dado a Estados Unidos la mano de obra que necesita y a los inmigrantes y refugiados que arriesgan todo lo que tienen en el trayecto, una oportunidad para mejorar su vida. Reconozco que el sistema migratorio en Estados Unidos es muy imperfecto. Urge renovarlo. Pero México no debe ser una extensión de la policía fronteriza de Estados Unidos. Eso solo empeora la situación para todos.

¿Qué debe hacer México con los inmigrantes centroamericanos? Dejarlos pasar y protegerlos, no reprimirlos durante su paso por territorio mexicano. Vienen escapando de la extrema pobreza y de la violencia de las pandillas. Lo único que quieren es llegar a Estados Unidos. Le corresponde al gobierno de Trump, no al de López Obrador, recibirlos y determinar si califican para asilo político.

 

Jorge Ramos es periodista. Es conductor de los programas Noticiero Univision y Al Punto y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump.

 

 

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