Mi asamblea del debate constitucional
Me estuve preparando para esta discusión con la energía y la disciplina de un atleta de alto rendimiento que pretende romper algún récord deportivo. Llegué a los bajos de mi edificio cinco minutos antes de las ocho de la noche, la hora acordada para celebrar la reunión destinada a debatir el proyecto de reforma constitucional.
A esa hora solo estaban los militantes del partido. Tuve la extraña sensación de ser el hombre invisible. Después llegaron los otros, con los que intercambié las consabidas bromas de «Aléjate que me perjudicas», o «Cualquier cosa, me sales al paso«. Entonces el barítono gritó: ¡Firmes! Y empezamos a cantar el himno nacional.
La persona designada para dirigir la reunión fue un hombre de apenas 25 años que, con una impecable dicción y una voz firme, leyó las casi 1.500 palabras de la introducción del proyecto. Entonces pasamos a desglosar en grupos los 675 párrafos del texto.
La persona designada para dirigir la reunión fue un hombre de apenas 25 años que, con una impecable dicción y una voz firme, leyó las casi 1.500 palabras de la introducción del proyecto
En la mesa donde se anotaban las propuestas había un equipo de lujo: un alto funcionario del Comité Central del Partido, casualmente vecino del piso 12, y su hija Lisi, a quien le he perdido la pista después que dejó de ser la presidente de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) en el preuniversitario donde estudiaba mi hijo.
Ella fue la primera en intervenir para solicitar que se restituyera un párrafo del preámbulo de la Constitución del 76 donde se menciona «el objetivo final de edificar la sociedad comunista».
El conductor de la reunión preguntó si había algo que comentar sobre el Capítulo 1, denominado Principios Fundamentales de la Nación, justamente el tema sobre el que yo llevaba un par de «ponencias». Así que alcé la mano para pedir la palabra.
A partir de ahí leí mi opinión sobre el artículo 3, en el que se califica a la patria de socialista y que reintroduce el concepto de irrevocabilidad del sistema socialista. También propuse eliminar de cuajo el artículo 5, que proclama el papel del Partido como «fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado».
Ya había superado el miedo porque en una previa inspección que hice en los alrededores pude comprobar que no había indicios de que se fuera a producir algo parecido a un mitin de repudio o que los inquietos muchachos de la Seguridad del Estado cargaran conmigo o me impidieran asistir al debate.
Solo tenía que apelar al «caradura» imprescindible que se requiere para alzar la voz cuando uno sabe que está en franca minoría
Solo tenía que apelar al «caradura» imprescindible que se requiere para alzar la voz cuando uno sabe que está en franca minoría.
El joven que dirigía la reunión, con mejores dotes de locutor que de polemista hizo un leve amago de respuesta donde decía algo así como que el socialismo era imprescindible para el futuro del país. El funcionario del piso 12 hizo una larga exposición para convencer al auditorio de que gracias al socialismo nuestros hijos tienen escuelas y cualquiera puede operarse en un hospital sin que le pregunten cuánto gana o qué cargo ocupa en el Gobierno. Le siguió un alto oficial de las Fuerzas Armadas que, en una emotiva alocución, recordó que el socialismo se había hecho con la sangre de los héroes en la Sierra Maestra, en Girón y otras batallas y que, por respeto a los muertos, el sistema tendría que ser irrevocable. Otros llovieron sobre mojado citando a Fidel Castro, a Raúl y hasta a Miguel Díaz-Canel.
Por elemental respeto ante tanta gente enfurecida dejé en mi bolsillo los papeles donde hacía mi diatriba contra el Partido Comunista y sus pretensiones de fuerza dirigente por encima de las leyes y de la propia Constitución.
Una joven madre que no se tomó el trabajo de leerse el proyecto de reforma aprovechó la ocasión para quejarse de que no había podido conseguir una silla de ruedas cuando su hijo de 10 años sufrió una fractura y no podía llevarlo a la escuela. Una desesperada asalariada preguntó cuándo se iba a hablar allí de lo poco que gana la gente trabajadora y una espía retirada manifestó su disgusto ante el artículo 215 que, al definir las funciones de las instituciones armadas del Estado, solo menciona a «las formaciones armadas del Ministerio del Interior» en lugar de decir simplemente «el Ministerio del Interior».
Hay una forma complaciente de disentir del actual proyecto de reforma constitucional. Los dos ejemplos los protagonizó el barítono, que dijo estar en contra de la idea que las personas que ocupen altos cargos nada más puedan gobernar por solo dos mandatos y que tampoco le parecía bien el límite de 65 años para ser presidente de la República. Más adelante propuso que al polémico artículo 68, que abre la posibilidad del matrimonio igualitario, habría que agregarle la prohibición explícita de que esas personas pudieran adoptar un menor de edad.
El debate estuvo a punto de naufragar, hasta que el joven conductor de la asamblea cerró el asunto con una salomónica frase: «Aquí cada cual puede decir su opinión si le parece apropiado decirla»
Esa fue la ocasión en que Antonio, un cubano recién repatriado después de vivir un largo tiempo en el extranjero, le exigió una explicación de los motivos de su propuesta. «Yo soy homosexual –dijo- y me sobran condiciones morales para educar a un niño».
El debate estuvo a punto de naufragar en los meandros de un careo entre el barítono y el repatriado, hasta que el joven conductor de la asamblea cerró el asunto con una salomónica frase: «Aquí cada cual puede decir su opinión si le parece apropiado decirla».
Transcurrida una hora y media mermó el interés por descifrar los entresijos del Título VIII, dedicado a los órganos locales del Poder Popular. Solo la joven Lisi tuvo algo que decir al mencionar su desagrado ante la denominación de gobernador para la persona que está al frente del Gobierno de una provincia, porque eso le recordaba «la forma en que llaman los yanquis a los que dirigen un Estado».
Todo concluyó con un sonoro aplauso y como siempre ocurre en estos casos, los corrillos de quienes se mantuvieron en silencio a lo largo del debate sacaron sus propias conclusiones desperdigados en los bajos de nuestro catorce plantas.
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A continuación dejo los argumentos que leí en voz alta para rebatir el artículo 3.
Propongo reformular el artículo 3 del proyecto constitucional para que quede de la siguiente forma:
ARTÍCULO 3. La defensa de la patria es el más grande honor y el deber supremo de cada cubano.
La traición a la patria es el más grave de los crímenes, quien la comete está sujeto a las más severas sanciones.
Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquier agresión externa que amenace la soberanía de la nación.
FUNDAMENTACIÓN
La propuesta va encaminada a eliminar las alusiones al sistema político fundado en una ideología.
La patria no necesita apellidos políticos porque es de todos, de los que creen en el socialismo y de quienes no creen en él; de quienes lo defienden como opción y de quienes quieren cambiarlo por otro modelo. Esta es nuestra patria mucho antes de que se proclamara en Cuba el socialismo.
Cuando se le añade el calificativo de socialista a la patria se infiere que no estar de acuerdo con ese sistema y ejercer el derecho de sustituirlo por otro puede ser considerado un acto de traición a «la patria socialista» y, en consecuencia, un patriota cubano puede estar sujeto a «las más severas sanciones» solo por pretender modificar el sistema.
Esta propuesta implica también retirar lo referido a «la irrevocabilidad del socialismo» y para ello acudo a los siguientes cuatro argumentos:
El primer argumento:
Establecer la irrevocabilidad del sistema entra en contradicción con el artículo 16, del capítulo referido a las Relaciones Internacionales, donde se enuncia que el derecho a la libre determinación de los pueblos se expresa «en la libertad de elegir su sistema político, económico, social y cultural», lo que implica la posibilidad de cambiar en cualquier momento, por voluntad popular, el sistema que esté vigente.
No podemos reconocer al resto de los pueblos del mundo un derecho que nos estamos negando a nosotros mismos.
El segundo argumento:
La actual generación de cubanos no tiene derecho a impedir a las próximas generaciones la posibilidad de vivir bajo otro tipo de sistema, que seguramente será infinitamente mejor que el que nosotros podemos hoy imaginar.
El tercer argumento:
Ni siquiera en el glosario que acompaña al folleto impreso del proyecto se define con claridad cuál es ese socialismo que resulta irrevocable.
Desde que en la reforma constitucional de 2002 se introdujo esta modificación para imponer la irrevocabilidad del sistema hasta la fecha se han producido notables cambios conceptuales, entre ellos, la desaparición del término comunismo y la no mención a la conquista socialista de eliminar la explotación del hombre por el hombre. Estos cambios se han introducido no solo en este proyecto constitucional, sino también en la conceptualización del modelo aprobada en el VII Congreso del PCC.
En el sistema bajo el cual vivimos los cubanos a la altura del segundo decenio del siglo XXI tampoco se cumple la regla de retribuir al trabajador con la fórmula de «a cada cual según su trabajo» porque lo que cada cual recibe hoy como salario apenas alcanza para recuperar las energías empleadas en el proceso productivo.
Muy lejos se está todavía de cumplir la ley fundamental del socialismo que es «satisfacer las necesidades siempre crecientes de la población». En su lugar vemos como se insiste con mayor fuerza en que las empresas estatales deben «obtener ganancias» que es la ley suprema del capitalismo.
Del socialismo como sistema, que ahora se pretende declarar como irrevocable, solo queda entonces la propiedad social de los bienes fundamentales de producción y la planificación de la economía y aun así esas bases quedan minadas al aceptar la función del mercado y la propiedad privada.
El cuarto argumento, que puede ser mejor defendido por los militantes comunistas, se apoya en lo siguiente:
No conformes con haber eliminado el término comunismo de esta reforma de la Constitución, los redactores del proyecto llegan al extremo de prohibirlo constitucionalmente, al declarar al socialismo como irrevocable.
En cualquier curso básico de marxismo leninismo se aprende que el socialismo es una transición al comunismo y que de hecho al eliminarse el Estado, en ese estadio superior que es el comunismo, se revoca la dictadura del proletariado, esencia indiscutible del socialismo. Declarar la irrevocabilidad del socialismo para siempre constituye una renuncia explícita a la meta final, aunque en declaraciones públicas ajenas al texto constitucional se diga lo contrario.
De paso habría que eliminar del artículo 224 dedicado a la reforma de la Constitución la referencia a que «en ningún caso resultan reformables los pronunciamientos sobre la irrevocabilidad del socialismo y el sistema político y social establecidos en el artículo 3».