Michael Caine: «Si robar es un acto moral, algo no funciona»
Michael Caine, en una imagen de los años 60. STEPHAN C. ARCHETTI GETTY
Se declara decepcionado con el sistema, admite haber votado sí al ‘Brexit’, niega tener cáncer y se resiste dejar de trabajar.
«Digamos que trabajar se ha convertido en un hábito. Hace tiempo que no me veo obligado a actuar para pagar el alquiler». Michael Caine (nacido Maurice Joseph Micklewhite) cae bien. Y además sin esfuerzo. Sabedor del aura que le mantiene en pie (o sobre el suelo), se esfuerza en todo momento en no hacer ningún esfuerzo.
Con 84 años cumplidos y más de 130 películas en su haber, todas las hipérboles se antojan quizá un ejercicio innecesario. «Dice que viene de España. Bonito país, sí», comenta con la misma expresión con la que hace un momento miraba a través de la ventana y se asombraba del sol en Londres.
Es inevitable sentirse de repente el espectador único y privilegiado del hombre que, en efecto, reinó. Y sigue en ello. «Los hombres poderosos no hacen gestos. No se esfuerzan. No les hace falta atraer la atención», comenta en un momento dado. Sin duda, más que una simple frase, una demostración de poder. Un golpe con estilo es su último trabajo y, apurando, hasta un bonito título para una autobiografía que conoce dos Oscar por Hanna y sus hermanas y por Las normas de la casa de la sidra) y una serie de interpretaciones muy cerca del tótem (desde Asesino implacable, a Alfie pasando por, por qué no, Interstellar). Su estreno (el próximo miércoles) coincide con unas declaraciones que dieron la vuelta al mundo en las que supuestamente reconoció que padecía cáncer.
¿Cómo se encuentra?
Bien.
Me refería a la enfermedad…
¿Quiere decir al cáncer? La verdad es que no entiendo nada. No tengo cáncer. No tengo ni idea por qué la prensa hace estas cosas. Me preguntaron por mi salud…
¿Y?
Le dije al periodista lo que le digo ahora a usted. Mi prioridad es ver crecer a mis nietos y por ello me cuido. Ya hace tiempo que dejé de beber y procuro comer cosas sanas. No es que quiera vivir eternamente, pero sí lo suficiente para verles convertidos en adultos. No sé cómo alguien puede deducir de esto que estoy a punto de morir de cáncer. ¡Tengo hasta cinco películas pendientes!
¿Cómo pasa el tiempo con sus nietos, por cierto?
Tengo tres y me gusta ir con ellos al campo. Tengo una casa en las afueras y me encanta cocinar para ellos. Comida orgánica, eso sí.
Me tranquiliza. ¿Cómo se siente un héroe de la clase trabajadora como usted en una película en la que da vida a un héroe de la clase trabajadora (‘Un golpe con estilo’ cuenta la historia de tres jubilados con sus pensiones en peligro -Morgan Freeman, Alan Arkin y él- que deciden asaltar un banco)?
Creo que ahora mismo hay razones objetivas para que la clase trabajadora se sienta decepcionada, quizá traicionada. Confiaba en un sistema y ese sistema le ha fallado. Hay algo que no va. Ayer leí en el periódico que un banco había perdido millones de libras y que el Gobierno se las había vuelto a dar. No entiendo nada. Las cosas ya no funcionan como funcionaron.
¿Cree que han empeorado mucho de cuando, por ejemplo, usted empezó a abrirse camino?
No sería tan radical. La gente no se está muriendo por las calles y todavía funcionan el sistema de pensiones o el sanitario, pero hemos ido hacia atrás. Los que salen en la película, por ejemplo, no roban el banco porque sean criminales sino porque no le queda más remedio. Eso significa que pasa algo. Si lo que consideramos un crimen es moral, eso no es bueno. Y lo vemos todos los días.
¿Está justificando que salgamos a atracar bancos?
No. Lo que sí es cierto es que es divertido robar un banco. Y por eso acepté hacer esta película. La próxima que estrenaré, por cierto, es otro robo a un banco. Está basada en un hecho real que sucedió en Londres hace tres años. También eran dos viejos. Debe de ser el signo de los tiempos [se ríe].
Hay un momento en ‘Juventud’, la película que hizo con Sorrentino, en que el médico le pregunta a su personaje cómo se siente al llegar a viejo y éste responde que no sabe cómo llegó. ¿Cómo ha llegado usted a viejo?
Ni idea, hace apenas unos años tenía 35 y ahora me veo con 84. Si tienes una vida plena e interesante -y la mía lo ha sido y lo es- los días pasan muy rápido. Llega un momento en el que dejas de preocuparte por la edad. Y, de repente, cumples 80 años.
¿Echa algo de menos de su juventud?
No. Sigo trabajando. En esta profesión no te retiras, es ella la que te retira a ti. Empecé trabajando gratis y… Bueno, ahora me pagan bastante bien. [Se ríe]. Pero no es éste mi modo de vida ahora mismo. Jamás haría una película en la que no fuera a disfrutar. Por otro lado, es muy relajante trabajar con gente como Morgan Freeman. Un actor joven siempre está en tensión porque quiere demostrar algo. Cuando trabajas con colegas de la misma edad, eso está superado.
¿Cómo se describiría como actor?
Todo surge de manera natural. Nunca he ido a una escuela de teatro. Aprendo viendo a la gente. Ésa es mi única escuela.
¿Cuándo cayó en la cuenta de quién era y qué era lo que quería hacer?
Muy pronto. Tenía 10 años. Iba a una escuela de pantomima. Luego, en el colegio, lo tenía tan claro que dejé el equipo de baloncesto por el teatro. Pero, sobre todo, siempre he sido un fanático del cine. Iba todos los días. No me importaba la película. Eran dos horas diarias en la que estaba completamente a salvo. Luego estuve en una compañía de teatro en la que ganaba menos dinero que en cualquier fábrica. Pero era eso lo que quería hacer.
¿Y cómo ve ese tiempo desde el reconocimiento y la fama de ahora?
Con mucha sorpresa. Cuando empecé tenía claro que nunca sería una estrella. Ni siquiera famoso. El motivo es mi acento cockney, el de la clase trabajadora. La sociedad inglesa era entonces muy clasista y estaba claro que alguien como yo, con mi forma de hablar proletaria, no podía llegar muy lejos. El teatro era para la clase media y alta. Pero no me importaba. Nadie con mi origen podía tener la mínima oportunidad. Nunca he competido con nadie salvo conmigo mismo. Mi única aspiración siempre fue ser el mejor actor posible.
Se dice que hizo el papel de oficial en ‘Zulu’ porque el director, Cy Endfield, era americano…
Y es cierto. Un director inglés nunca hubiera permitido que un proletario interpretara a un oficial del ejército. Es un buen ejemplo del sistema de clases inglés. Se buscaban a dos actores: uno que fuera el asistente y el otro, el oficial. Cuando llegué a la prueba, el asistente ya estaba dado, a James Booth. El director me dijo si podía cambiar el acento y lo intenté. Eso sólo se le podía ocurrir a un americano. Un inglés, aunque fuera comunista, jamás lo habría permitido.
¿Cuándo cambió todo?
Para mi fortuna, en los 60. Fue una época increíble. Recuerdo que trabajaba con un actor que se hacía llamar David Baron. Así, hasta que escribió su primer texto. Entonces descubrimos que el nombre real de ese hombre era Harold Pinter. Trabajé en su primera obra, La habitación, y lo volví a hacer en el remake de La huella con Jude Law que él reescribió y que fue su último trabajo. Puedo decir que completé un círculo. En esa década, surgió gente como Peter O’Toole, Roger Moore, Sean Connery, Albert Finney… Y yo mismo.
¿Qué le molesta de ser una leyenda?
Dicho así, parece que he muerto. Lo más terrible es que ya no puedes salir a la calle. Todo el mundo quiere hacerse selfies. Una foto está bien, pero un selfie… Por dios. Luego me molesta mucho que me pidan autógrafos para luego venderlos. Alguno ha habido que me ha pedido uno y luego me ha preguntado quién era. Terrible.
¿Desde la perspectiva del héroe de la clase trabajadora como ve, por ejemplo, el ‘Brexit’?
Yo voté a favor. Y lo hice porque una vez escuché a Jean-Claude Juncker [presidente de la Comisión Europea] hablar. Vamos a ver, este hombre era el ex presidente de un país casi tan pequeño como una estación de radio. Pues bien, a este hombre le escuché decir lo que según él tenía que hacer David Cameron, el presidente de mi país y una persona a la que sí había votado. ¿Quién había elegido a Juncker? ¿Y para qué? Me pareció una broma. Así que desde ese momento decidí no hacer caso a mi primer ministro y votar el Brexit. Sí, quizá estamos ahora en una posición complicada, pero somos Inglaterra, creo que podremos salir de ésta.