Michael Sandel, republicano cívico
La obra de Michael Sandel (Mineápolis, 1953) ha sido un esfuerzo para llevar los principios abstractos de la filosofía política a los asuntos cotidianos del mundo real. En sus propias palabras: “La filosofía política parece a menudo estar alejada del mundo real. Los principios son una cosa, la política otra, e incluso nuestros mejores esfuerzos para ‘cumplir’ nuestros ideales generalmente se funden en la brecha entre la teoría y la práctica”.
Desde la publicación de su primer libro en 1982, Liberalismo y los límites de la justicia, en el que criticaba a Rawls, Sandel ha sido un filósofo crítico con muchas corrientes mayoritarias del pensamiento actual. Doctorado en la Universidad de Oxford bajo la supervisión de Charles Taylor, Sandel es un filósofo difícil de catalogar al que en España se asocia a menudo con el comunitarismo, una corriente filosófica que suele oponerse al liberalismo. Recientemente premiado con el Princesa de Asturias, Sandel es uno de los filósofos más conocidos del mundo gracias a Justicia, su curso en la Universidad de Harvard, que fue el primero en hacerse accesible gratuitamente por internet.
Crítica al liberalismo rawlsiano
En 1971, John Rawls escribió Teoría de la Justicia, la obra más importante de la filosofía política en la segunda mitad del siglo XX y objeto de la primera gran crítica de Sandel. El libro, que luego se completó con Liberalismo político y Justicia como equidad, pretendía llevar a “un nivel de abstracción superior la teoría del contrato social” y sentar las bases para la ordenación de una sociedad liberal.
La idea rawlsiana descansa sobre el concepto de la posición original y el velo de la ignorancia. Imaginemos que estamos en una “posición original” bajo un “velo de la ignorancia” que hace que no sepamos qué posición social ocuparemos o qué talentos tendremos en la sociedad futura. ¿Cómo desearíamos que fuera esta sociedad futura? ¿Cuáles serían nuestros principios de justicia en esta sociedad? Según Rawls, acordaríamos dos principios fundamentales: un máximo esquema de derechos y libertades compatible con el máximo esquema de derechos y libertades de los otros ciudadanos, y un sistema en el que las desigualdades redunden siempre en beneficio de los que estén en peor situación, siempre que haya igualdad de oportunidades para todos. Sobre estos dos principios, aplicados a las libertades básicas que conforman nuestra vida en común, Rawls cree que podemos poner las bases de una sociedad en la que todos podamos desarrollarnos como deseemos.
El gran “triunfo”, como lo denomina Sandel, de esta sociedad liberal proyectada es que no promueve una particular concepción del bien. Lo justo precede a lo bueno, y de esta manera cada individuo puede perseguir su propia idea de lo que es una vida buena. Sin embargo, Sandel piensa que el ser proyectado por Rawls es una carcasa vacía, un agente que no es racional ni liberado, y no tiene “carácter ni profundidad moral”. Sandel se plantea las siguientes preguntas: ¿De verdad podemos situarnos en esa posición original y poner en común nuestros talentos y capacidades?, ¿consideramos que son meramente arbitrarios todos los rasgos de nuestro carácter?, ¿no influye en nada nuestra socialización y desarrollo? Para Sandel, este “Yo desvinculado” es un agente que no puede existir, porque es imposible, sin pagar “un alto precio” por despojarse de todos esos atributos. Y lo que es peor, si existiera, este ser no sería bueno ni para sí mismo ni para la comunidad en la que vive.
Sandel también critica la noción fundamental liberal de neutralidad moral del Estado. La construcción liberal toma los derechos como meras herramientas para que los ciudadanos se desarrollen de manera independiente y no juzga estos derechos en la medida en que no afecten negativamente al resto. Sin embargo, para Sandel esos derechos deben tener un fin en sí mismos: la construcción de la virtud cívica, el desarrollo moral de las personas y un modelo de democracia inclusivo. Frente a simplemente introducir “piedras de papel” en las urnas en las que no se juzgue el contenido de las preferencias de los individuos, Sandel propone una visión más deliberativa de la democracia en la que hay una asunción colectiva de responsabilidades en la preservación de la democracia y la vida en común.
Crítica a la sociedad mercantilista
Sandel también se ha opuesto a ciertas concepciones del liberalismo económico y ha criticado la neutralidad moral que se le supone al libre mercado. Se opone a la asunción de que “los mercados no tocan o contaminan los bienes que regulan” y alerta contra la proliferación de los mercados en ámbitos en los que deberían estar ausentes. De esta manera, el filósofo se opone a propuestas como las de Becker y Simon de vender el derecho a inmigrar a un país o crear un cupo de admisión de inmigrantes que sea subastado al mejor postor siguiendo una lógica de mercado. A su juicio, “hay algo desagradable en la idea de un mercado de refugiados aun si este aumentase el número de refugiados que encuentren asilo”.
Sandel cree que hay que preocuparse por el valor moral de las preferencias que los mercados satisfacen eficientemente. El filósofo distingue entre bienes que no pueden comprarse y bienes que pueden pero no deben comprarse. Entre los primeros, nos encontramos con cosas valiosas para los seres humanos como la amistad y el amor. Casi todos entendemos que una amistad comprada es algo diferente a la amistad, que sería algo intrínsecamente no sujeto a la lógica mercantil. Por otra parte, tenemos aquellos bienes que no pierden valor por el hecho de ser mercantilizados, como algunos órganos humanos, pero que según Sandel no deberían ser comercializados.
Para Sandel “la corrupción consiste en comprar y vender algo (un veredicto favorable o una influencia política, por ejemplo) que no puede estar en venta”. Esto implica que la misma valoración de determinados bienes puede suponer su degradación.
El republicanismo cívico
La etiqueta que se ha atribuido en más ocasiones a Sandel, y a su maestro Charles Taylor, ha sido la de “comunitarista”. Sin embargo, el filósofo americano prefiere definirse como un “republicano cívico”, que hace referencia a la ideología que aboga por la necesidad de la virtud en la vida pública. Para Sandel, esta corriente de pensamiento está ligada a la historia de la expansión y crecimiento de los Estados Unidos. Sin embargo, se vio truncada por el triunfo de esa idea liberal de la mera “república de los procedimientos”. En su lugar, Sandel propone una república moral en la que los individuos tengan una vida en común.
Para el filósofo estadounidense, el republicanismo cívico implica que el Estado debe tomar partido por ciertos valores y por la formación de los ciudadanos en la idea del deber, la virtud (deliberación, respeto, moralidad) y la defensa de la democracia. Paradójicamente, un discurso que podría sonar casi reaccionario, se “desmilitariza” en boca de Sandel, como dijo Stephen Holmes, y se convierte en una defensa matizada de la virtud de la comunidad. Según Sandel, su principal diferencia con los comunitaristas es que él no cree que la tradición de una comunidad sea buena siempre y en todo lugar. El filósofo defiende que esta comunidad nos influye decisivamente y que contribuye decisivamente a que nos formemos moralmente. Por ejemplo, argumenta que la religión, aunque todas sus prácticas no sean buenas, contribuye decisivamente a la introducción de una cierta dosis de moral en la vida pública. Republicano no comunitarista o “antiliberal suave”, Sandel ha procurado evitar que versiones menos refinadas y más conservadoras de su discurso se apropien de su defensa de la moralidad para hacer una defensa a ultranza de lo tradicional.
La filosofía política como imperativo moral
Independientemente de que pueda tener posiciones discutibles en numerosos temas, uno de los logros de Sandel ha sido el de cuestionar algunas de las concepciones normativas que se dan por supuestas en nuestras sociedades. Para Sandel, los grandes principios de la filosofía política son al mismo tiempo irrealizables e inevitables. Son irrealizables por la imposibilidad de ser llevados al mundo real de manera perfecta, y son inevitables porque no hay manera de que una sociedad prescinda de estos principios para tomar decisiones. De este modo, la obra de Sandel nos invita al mismo tiempo a descubrir cuál es la filosofía política implícita en nuestra sociedad y a mostrarnos qué otros principios morales y prácticas políticas pueden ser más deseables. Sandel en sus escritos trata de enfrentarnos a las cosas que teóricamente ya sabemos. En sus propias palabras, sus lecciones tratan de transformar “lo asumido como normal en extraño”. Como él mismo dice a sus alumnos el primer día de curso:
“La filosofía habita el mundo desde el principio; nuestras prácticas e instituciones son encarnaciones de esta. Participar en cualquier práctica política ya es estar en relación con determinadas concepciones de filosofía política. A pesar de todas nuestras incertidumbres sobre las cuestiones fundamentales de la filosofía política, lo único que sabemos es que vivimos algunas respuestas todo el tiempo”.
Sandel demuestra que es inevitable enfrentarse a los principios elementales de justicia, y que es importante tener una concepción de qué sociedad queremos basada en los mismos. Esperemos que el merecido premio Princesa de Asturias sirva para que a través de pensadores como Sandel o Rawls se introduzcan en el discurso público español las grandes preguntas sobre la justicia y las condiciones de vida digna que toda sociedad ha de afrontar inevitablemente.