Miguel Cabrera, fuerza y disciplina
(Por el libro de Mari Montes)
Mari Montes es una mujer que tiene mucho en la bola.
Recurro a la inagotable fuente del argot beisbolero para expresar, sin demasiadas explicaciones que es alguien muy por encima del promedio, por usar palabras suyas.
Como periodista destaca por su conocimiento de los temas, su manera de tratarlos y sobre todo por su honestidad y sentido de justicia, dos condiciones que valoro especialmente y en el caso de la segunda, mucho menos abundante, máxime en los tiempos que corren. Como escritora nos ha regalado textos tan informativos como sabrosos en la crónica, la historia y hasta el teatro.
Otro dato que pongo de relieve es una capacidad estrechamente ligada a ser honesta y justa, para admitir sus errores, una cosa cada vez más rara en el pequeño y superpoblado planeta de los infalibles.
A esta altura, está demás decir que a Mari la admiro y la quiero, como quiero a la familia que ha formado con Daniel y sus hijos.
Mari es, como se sabe, periodista deportiva. Por su cultura y curiosidad, podría ser periodista de cualquier fuente, pero decidió especializarse en el deporte y de ese vasto y hermoso mundo, en el béisbol, disciplina infinita en los números y en las posibilidades de emociones, ese juego de neuronas, habilidades y sorpresas que transcurre lentamente y se decide en instantes.
Su amor al juego de pelota tiene, claro, mucho de emoción ¿Cómo no? Pero más de sabiduría y comprensión y cual profesora e historia del arte, nos asoma a sus detalles incluso los adversos, para que podamos apreciarlo en toda su belleza. Ni su caraquísmo sanguíneo ni su eterna fidelidad sentimental a los Orioles le nublan la mirada o le empequeñecen el ánimo a la hora de apreciar y mostrarnos su infinita riqueza. Por eso, cuando había que celebrar los sesenta años de nuestra Liga y alguien debía coordinar el programa, la escogí a ella. De seguro en aquellos seis años cometí más de un error, pero en esa no me equivoqué.
Esta vez, a Mari Montes agradecemos otro libro, Miguel Cabrera en la Historia, en el cual se vale del muchacho de La Pedrera, el barrio maracayero, que a fuerza de trabajo y batazos es una bola que se va y se va del parque con destino a Cooperstown, para tejer una historia del difícil arte del bateo, a través de grandes toleteros eternos en una lista que empieza por Babe Ruth, el jonronero por antonomasia, hasta Hank Aaron, el niño negro de Mobile que cuenta emocionado Vin Scully, fue ovacionado en el Sur profundo cuando rompió la marca de aquel ídolo de todos los tiempos.
Batear es dificilísimo: un experto en complicártelo te lanza a toda velocidad una pelota pequeña, según la seña de un receptor que ha estudiado tus debilidades y otros siete están parados ahí para atraparla si le pegas. Probablemente, no exista en el deporte un drama superior al duelo entre un lanzador y un bateador. Si lo duda, repase aquel entre Cabrera y el gran Mariano Rivera el 9 de agosto de 2013. Ted Williams, uno de los personajes del libro de Mari, escribió un libro sobre la ciencia de batear, con la autoridad del último en batear más de .400 en la temporada de 1941, la misma del record de Di Maggio de cincuenta y seis juegos seguidos dando hit.
A Cabrera rinde justo homenaje Mari en estas páginas, cuidadosamente editadas por Artesa e ilustrado con excelentes retratos en los que Ricardo Sanabria celosamente omite en gorras o uniformes símbolos de equipos, porque estos héroes ya pertenecen a todos y no sólo a la divisa que defendieron con más brillo.
¿Por qué digo justo homenaje? Bueno, Miguel es uno de solo tres que de 1876 a la fecha que reúne se retiraron con promedio sobre .300 y dieron por lo menos quinientos batazos de vuelta completa y más de tres mil hits, los otros dos son Hank Aaron y Willie Mays, ambos por cierto nativos de Alabama. También fue triple coronado, uno entre dieciséis en la historia, cuarenta y cinco años después de su inmediato antecesor Carl Yastrzemski; dos veces jugador más valioso de su liga, cuatro veces campeón bate, siete bates de plata, doce juegos de estrellas.
Pero hay más y es lo que hace que sea un ejemplo: su disciplina, su respeto por el juego, su capacidad para asimilar errores y corregirlos para mantenerse en el buen camino, su compañerismo, su humildad, su sonrisa natural. Y todo eso, sí que se agradece.