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Miguel Delibes y la nostalgia del migrante

El fenómeno de la migración en estos tiempos de feroces contrastes entre las sociedades del mundo, es inevitable. La literatura, especialmente la narrativa, se ha ocupado de las múltiples dimensiones que supone el solo hecho de abandonar la tierra natal buscando un mejor destino. El novelista español Miguel Delibes (1920-2010) dedicó una buena parte de su obra a este tema tan complejo.

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Durante siglos, la migración ha sido y es un tema recurrente en la literatura y lo hallamos tanto en Las mil y una noches como en la Biblia; Las uvas de la ira, de John Steinbeck, El club de la buena estrella, de Amy Tan, El buen nombre, de Jhumpa Lahiri, o Hacer la América, de Pedro de Orgambide, entre muchos textos donde podemos constatar que ha estado en las letras del pasado y del presente, ha transitado de un lugar a otro y, por consiguiente, ha aprendido a vivir en otras circunstancias y construir una nueva historia vital.

Esa visión, precisamente, la plasmó Miguel Delibes en El camino (1950) y Diario de un emigrante (1958), obras en las que se establece su postura literaria respecto del movimiento migratorio; vemos a los personajes buscar la salida de la miseria, dejando su paraíso natal, abandonando el medio rural, partiendo a la ciudad o desplazándose a otro continente en busca de una vida mejor, otras oportunidades económicas o de reunión familiar.

Miguel Delibes –de quien recientemente, en 2020, se cumplió el centenario de su nacimiento y el décimo aniversario de su muerte, ocurrida el 12 de marzo de 2010– es considerado como una de las voces literarias más importantes de la postguerra civil española. Nacido en Valladolid, un 17 de octubre de 1920, acentuó también la justicia social y la solidaridad humana, reveladas en Cinco horas con MarioLos Santos InocentesLa sombra del ciprés es alargadaEl príncipe destronadoLa mortaja, así como infinidad de relatos donde retrata muchas de las regiones de España y el tema de la migración.

El vallisoletano plasmó en su escritura que quien debe marchar de su casa lleva consigo en lo más hondo de su ser un sedimento de nostalgia y esperanza; sin embargo, a pesar de todo, el migrante está en movimiento. Migrar es condenarse a vivir entre dos idiomas, a ser un extraño que anhela expresar su imaginario, porque en su oído sólo tiene una lengua extraña.

En los tiempos modernos de globalización, el sentido de identidad se modificó porque lo extraño se asentó en la gente. La migración mundial impuso lo ambiguo, lo ajeno y transitorio, la multiplicidad. No obstante este contexto de desarraigo, el valor del lenguaje se redimensiona como fuente creativa.

Juan Goytisolo decía que los migrantes son personas que “se juegan el pellejo para alcanzar la orilla vedada”, y los comparaba con las cigüeñas que vuelan de una fortaleza a otra, sólo que “las cigüeñas tienen más suerte que ellos”. Sistemáticamente, decía, cuando el migrante africano, asiático, europeo o americano sobrevive a esa aventura, permanece aferrado a sus mitos, gastronomía, tradiciones y música. Lleva consigo su paisaje y en el equipaje lleva su quimera, el desasosiego y la diversidad, sus silencios, ilusión y miedos.

En El camino, con la técnica del flash back, Delibes despliega los recuerdos de Daniel, el Mochuelo, revelando ese pueblo castellano perdido en la montaña de donde un día salió. En contraste, aparece la imagen de la vida citadina, un ambiente extraño, ajeno al suyo. Sus raíces y su tierra nativa, rural, se oponen a este mundo insensible que le asigna otro comportamiento, otras costumbres, otros valores; la ciudad implica mudanza, progreso y nuevos significados. Incluso su indumentaria debe cambiar. Daniel el Mochuelo es hijo de Salvador, el quesero del pueblo, quien no desea ese futuro para su vástago, sino el progreso en la vida, por lo cual se esfuerza para enviarlo a la ciudad a estudiar el bachillerato. El niño Daniel, por su parte, condenado a una amargura psicológica, debe renunciar a lo constituido y lanzarse a la aventura incierta, arriesgada, es decir, andar el camino.

En Diario de un emigrante, Delibes busca definir la identidad en contraste con otras culturas. El protagonista, Lorenzo, decide viajar a América del Sur, a Chile, sin imaginar que habrá de experimentar el choque de su sensibilidad y costumbres con lo que ahí vive y observa. Según la historia, vemos a un emigrante que decide cruzar el océano como viajero, que no se asume como migrante en busca de una mejoría económica y, en este sentido, la percepción cambia, porque la mirada se torna crítica, separatista. El lenguaje se carga de expresiones turbadoras, donde se degrada lo observado.

Queda claro que el hombre se identifica con su medio y su paisaje; es como un acto religioso. Por eso a Lorenzo le gana la nostalgia y decide volver a su tierra. La nostalgia es el signo más revelador de los migrantes en todos los siglos, pasados y por venir. Sólo Delibes se quedó en Valladolid para siempre, con su nostalgia y su paisaje.

 

 

 

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