Miguel Rodríguez Mendoza
Frente a mi ventana veo esta mañana a Caracas lluviosa y nublada, me recuerda a Ginebra. Hay una sensación general de melancolía. Sin duda, estos tiempos han sido duros. En mi caso me aumenta la tristeza que produce el entorno difícil y además estar hoy frente al teclado para dejar un homenaje con unas letras a ese gran amigo a quien hoy despiden precisamente en Ginebra, ciudad de la tolerancia y de la diplomacia que nos atrapó en la orilla del lago y los pies de los Alpes suizos.
Hay un desprendimiento en el alma cuando se va un amigo querido. Miguel fue uno de mis grandes compañeros y no poder personalmente despedirlo por tantas razones que ya no controlamos me crea un gran abatimiento. Se fue un ser bueno, constructor de país, diplomático y negociador, gran multilateralista que a lo largo de los años actuó para los intereses de América Latina y Venezuela como un hombre con visión de Estado.
Los reconocimientos en estos días y los maravillosos escritos que han expresado sus amigos, la gente que él formó a lo largo de los años, nos resumen el aprecio por un caballero que supo dejar huella a lo largo de su vida. Sus textos, su capacidad de negociación y su vocación de servicio a Venezuela en los múltiples organismos internacionales donde trabajó son testigos de su disciplina, su amabilidad y su empeño por encontrar en la negociación la mejor manera de alcanzar objetivos comunes. Fue un funcionario exitoso en el SELA, la OEA, la UNCTAD, Naciones Unidas como diplomático venezolano y para honor de su país fue director en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
A Miguel lo conocí en Jamaica. En aquel momento era presidente del Instituto de Comercio Exterior (ICE) y yo era un funcionario directivo de nuestra Cancillería. Participamos conjuntamente en una reunión que él presidía y que se relacionaba con una futura negociación entre Venezuela y Caricom. Como en la mayoría de esas reuniones formales el contacto no pasó de los respectivos intercambios respetuosos.
Una semana después y ya de regreso en nuestras rutinas me convocó a una reunión en su despacho. Pensé que se trataría de un tema formal de trabajo, pero antes de que advirtiera en la Cancillería me indicó que era más a título personal. Durante el encuentro fue directo al grano, me comentó que le habían gustado mis intervenciones en Kingston y que le gustaría ofrecerme el cargo de director general de negociaciones comerciales del ICE, en el entendido que además, que era una manera de demostrarle a la Cancillería su interés en mantener relaciones armoniosas con esa institución con la cual desde hacía tiempo habían desencuentros. Mi presencia y la de otro diplomático para aquel entonces, Félix Arellano, también como director general, era la manera de demostrarle al canciller su deseo de cerrar los tiempos de desavenencias entre las dos instituciones. La mano de Laura Rojas, quien era su segunda, estaba detrás de la componenda. Como recordaría Juan Misle en estos días, Miguel, al igual que con otros muchos, intervendría para cambiarnos la vida. En mi caso me monto en el tren de la diplomacia económica y comercial. Trabajar con Miguel en ICE fue una gran experiencia y lo más importante, nació una estrecha amistad que perduró por más de treinta años.
Como hombre de la estirpe internacional pasó gran parte de su vida fuera de Venezuela. Se movía como pez en el agua dentro del multilateralismo. Era apreciado y respetado por su don de gente y su capacidad negociadora. Tenía una gran facilidad para hacer equipo y descubrir talentos. A pesar de su vocación internacional, poseía una obsesión por la política de Venezuela y por los intereses en general de América Latina. Tuvo un papel importante en la formulación del programa de gobierno del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, publicaron hace poco en el portal Prodavinci una entrevista que le hizo Mirtha Rivero donde narra esa experiencia (https://prodavinci.com/lea-la-entrevista-de-mirtha-rivero-a-miguel-rodriguez-mendoza-en-la-rebelion-de-los-naufragos/).
Fue el primer ministro de Comercio de Venezuela, durante el gobierno de Ramón J. Velásquez, quien lo ratifica y promueve. Uno de sus principales retos fue el de negociar el ingreso de Venezuela al GATT hace más de 30 años. Escribí un artículo conmemorando ese esfuerzo y su impecable actuación (https://www.elnacional.com/opinion/el-ingreso-de-venezuela-al-gatt/).
Recuerdo que me llamó muy emocionado, además, por saber que la nota que habíamos publicado en este mismo medio había despertado recuerdos y reconocimientos hacia él y su equipo de colaboradores. Creía que no se lo merecía y le decía: “Bueno, tienes testimonio del aprecio y respeto que tienen por ti muchos de tus antiguos colaboradores y amigos que reconocen en ti tus dotes como negociador y constructor de país”.
Con Miguel conversábamos casi todas las semanas. Su angustia por la crisis venezolana y su deseo por estar en el país eran loables. No solo hacía seguimiento de la situación del país, sino que no dejaba de plantarse alternativas para que Venezuela saliera de la crisis. Apenas hace unos meses le pidió un canciller de la región unas notas con su visión de cómo ofrecer una alternativa negociadora viable. A pesar de su deteriorado estado de salud, Miguel escribió unas líneas buscando abrir caminos.
Aunque nacido en Cumaná, Miguel era trujillano, además de vieja estirpe. Soñaba con el terruño donde se crió y en cualquier parte del planeta donde podía hablaba de esa tierra como el centro del universo.
No fueron pocas las veces que compartimos actividades relacionadas con el multilateralismo. Como consultor y siempre bien relacionado estaba pendiente de incorporarnos en actividades, eventos, estudios etc. Por allá, a finales de los noventa, trabajamos juntos para lograr su candidatura por América Latina para el cargo de director en la OMC. Fue muy compleja y nada fácil, usamos las mejores herramientas de la negociación y las aplicamos en varios frentes hasta que lo logramos, le encantaba contar los sinsabores y los obstáculos de ese proceso, pero que con precisión superamos. Llegará el momento de contar los detalles.
Hablar de Miguel y los vínculos afectivos y familiares que desarrollamos no da para un artículo. Pero sí tenemos que recordarlo y destacarlo como un venezolano de bien, que dejó huella buena y que deja un vacío. No son pocas las expresiones de afecto y de amistad por Miguel que hemos leído en estos días. Juan Misle, Laura Rojas, Beatrice Rangel, Carlos Alzamora, Miguel Rodríguez , María Alejandra Aristeguieta, Víctor Rodríguez Cedeño, Evelyn Horowitz, William Santana, David Vivas, entre otros, han escrito testimonios estupendos que aprovechando la idea de Ignacio de León pudieran ser la base para un libro que deje en la memoria de futuras generaciones la pluma y actuación multilateral de Miguel. Como expresó Nabor Zambrano: “Miguel Rodríguez perteneció a esa estirpe de diplomáticos de alto vuelo, como Pérez Guerrero, Sebastián Alegrett, Calvani, Consalvi, entre otros, dedicados al servicio y el cumplimiento de tareas para el país”.
A mi esposa María Eugenia y a nuestra hija Nicole Eugenia, su ahijada, nos queda la satisfacción de haber compartido con él en enero de 2020 en el pueblito de sus sueños, como lo era Lucca en Italia. Nuestra última conversación fue justo días antes de su fallecimiento, tenía entusiasmo, me comentó que su hijo Miguel Ignacio le ofreció traerlo de nuevo a Venezuela. No volvió a ver a su país después de muchos años, pero esperamos que aquí descanse.
Miguel y su amistad nos harán falta, por suerte su hijo Miguel Ignacio, sus buenos amigos Oscar Fornoza y Cristina, Jorge Castro y Alice y su compañera de vida, Josefina Said, estuvieron acompañándolo hasta el último momento. Murió en Ginebra, al igual que otro ilustre compatriota, José Antonio Ramos Sucre. A Miguel fue una bendición encontrarlo en el camino de la vida. A Gabriela y Miguel Ignacio nuestro afecto, el recorrido continúa, pero arrastraremos el peso de la ausencia. Fue un hombre honesto, buen padre, mejor amigo y gran venezolano. Que los cielos te reciban como te lo mereces.