Mil maneras de darte las gracias, de Emilio Ortiz
Esta es la historia de un hombre y un perro a los que el destino unió para cambiar sus vidas y contar al mundo su camino juntos. A través de la vida de Spock, su inolvidable perro guía, Emilio Ortiz nos narra su propia historia y comparte todo lo que ha aprendido a lo largo de los años, no solo de su inseparable amigo, sino de él mismo. Un relato cercano e inspirador sobre la importancia de creer en uno mismo, de abrazar el amor en todas sus formas y de superar la pérdida con esperanza. Y también sobre el poder de las galletas cuando se convive con un ser tan encantador como arrollador.
Zenda adelanta las primeras páginas de Mil maneras de darte las gracias (Duomo Ediciones).
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1
El prisma del tiempo
En algún momento habrás tenido la sensación de que alguien a quien quieres siempre ha estado ahí. No importa en qué momento llegó a tu vida, ni lo lejos que viajes en tus recuerdos; ahora es imposible no sentir que siempre ha formado parte de lo que eras. Si echo la vista atrás, en todos mis recuerdos está Spock junto a mí: cuando me descalabré un día jugando a los cuatro años; cuando aprendí a montar en bici a los nueve; cuando aprendí a nadar a los seis; cuando perdí, en un fatídico día de mi infancia, a mi queridísima abuela Antonia, a los trece años; cuando comencé a perder la vista a los quince; y en el maravilloso día en el que nació mi hija, teniendo yo veinticinco. Spock aparece en mi cabeza desde el principio de mi vida hasta hoy, que cuento ya con cuarenta y seis primaveras y otros tantos inviernos. Con todo, uno llega a la conclusión de que el tiempo, si lo miramos a través del cristal del amor, no se mide en horas, días o años; sino según la intensidad con la que amemos.
Hace unos meses, mi hija tampoco recordaba ningún momento de su vida en el cual no estuviera Spock. En su caso, es prácticamente así. Lo conoció cuando ella tenía nueve años y él apenas año y medio. El corazón de Spock dejó de latir a los once, con lo que Ana, a sus veinte años, había pasado media vida con nuestro peludo hermano.
Con la distancia que da el tiempo, puedo ver el camino transitado desde mi yo que deseaba tener un respetable compañero para que le ayudase en sus tareas, al yo en el que me convertí tras vivir con Spock. Ese trayecto, que ahora me parece obvio e inexorable, fue acompañado por la energía más potente que el ser humano conoce: el amor. Spock me enseñó otra manera de experimentar la vida, una existencia basada en la generosidad, el respeto y la empatía. Gracias a él, me es posible abrir aquí mi corazón y compartirlo contigo, con tanta sinceridad como mi memoria y mis emociones me permiten.
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Fui un hombre totalmente distinto desde el instante en el que escuché el tintineo de las medallitas de su collar, mientras avanzaba por el pasillo de la escuela de perros guía hacia mi habitación. Nada más entrar por la puerta acompañado de su instructor, al aproximarse a mí, al tocar su pelo, al sentir su olor, al oír su jadeo, al notar el aire fresco que esparcía con la cola y al poner su hocico húmedo sobre mi mano, supe que acababa de llegar a mi vida un ser puro y noble.
Sabía que la llegada de un perro guía implicaría un cambio en mi vida. ¿Cómo no iba a serlo? Y no solamente en lo funcional, también intuía que iba a tener un buen amigo de cuatro patas y que lo querría mucho, muchísimo, y que lo iba a cuidar todo lo bien que se merecía. Lo que jamás hubiera esperado es que llegaríamos a comunicarnos a través de una especie de lenguaje secreto que solo nosotros conocíamos, que fuera tan inconmensurable la unión que había entre ambos que los dos llegaríamos a ser uno.
La vida de ambos cambió por completo, también en lo profesional. Pasé de estar en una empresa donde no me valoraban a convertirme en un escritor buscado por grandes editoriales. Él pasó de ser un perro adiestrado que vivía en una escuela de perros guía, para vivir conmigo mil y una aventuras y ser un perro querido por centenares de miles de personas en todo el mundo. Él se convirtió en el personaje de mis novelas, con las que ambos pudimos contar al mundo lo que necesitábamos decir.
Mientras escribía mi novela A través de mis pequeños ojos, me fui convirtiendo poco a poco en una suerte de experto en perros, en su historia y en su evolución junto al ser humano. Aprendí todo aquello que, durante siglos, el can ha aportado a nuestra sociedad. Su manera de comunicarse, de hacer que nos expresáramos de otros modos, de vivir el presente, su generosidad sin prejuicios, el hacernos sentir especiales y querer hacer sentir lo mismo a los demás. Pero, sobre todo, aprendí sobre mí mismo. Ningún libro se acercaría jamás al conocimiento que me daba unos instantes de caricias al suave pelaje de Spock, o unos minutos de quietud, tumbados uno frente al otro, contemplándonos sin necesidad de mirarnos. Y eso era lo más importante, todo lo relativo a nuestros corazones, a nuestra magia a la hora de comunicarnos.
Siempre pensé que cuando él terminase sus días, comenzaría mi debacle como persona y como escritor. El proceso de duelo fue el momento más duro de mi vida; que me perdonen por ello mis seres queridos humanos que se han marchado. Y a pesar de que sigue habiendo días en que me siento vencido por la pena, por la impotencia o por la incomprensión del sentido de la vida y de la muerte, tras las abundantes lágrimas y el desgarro de mi alma, me llegan la comprensión y la calma. Y gracias a ello, me siento el hombre más afortunado del mundo por haberlo tenido como escudero fiel durante diez años a mi lado.
Desde el primer día, nada fue como esperaba. Ni siquiera su ausencia.
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Autor: Emilio Ortiz. Título: Mil maneras de darte las gracias. Editorial: Duomo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.