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Millenials, agendas y campañas: por qué la tercera fue la vencida para AMLO

¿Qué hace que un mismo candidato, derrotado en las urnas dos veces, gane (con holgura) en la tercera? Los datos de la encuesta a pie de urna de SIMO Consulting apuntan a tres factores combinados: el recambio generacional en los electores, cambios en la agenda de prioridades, y la efectividad de las campañas.

Lo ha logrado. Tras más de una década persiguiendo la grande, AMLO llegará a la presidencia gracias a un considerable margen que los sondeos ya presagiaban. ¿Pero cómo ha convertido dos derrotas en doce años en semejante vuelco? En términos sencillos, lo que indican los datos es que la oferta política de López Obrador se ha adaptado y ha encontrado ahora una demanda de la que carecía en el pasado; una muy superior a la de sus competidores. Pero para comprender mejor cómo ha operado este cambio en el mercado político mexicano es necesario prestar atención a tres aspectos fundamentales: la demografía, la agenda y las campañas.

Juventudes desencantadas en busca de castigo y cambio

El 40% de lo posibles votantes en esta elección eran menores de 34 años. En otras palabras: su socialización política, su formación de ideas y posiciones, se da en un México que ya cuenta con una pluralidad política institucionalizada. Las alternancias a lo largo y ancho del país son el estado natural de las cosas para esta generación: existe poco en su imaginario de lo que fue el régimen de partido único, la elecciones sin competencia, y todas las políticas que las acompañaron (sustitución de importaciones, devaluaciones, la inversión publica como motor del crecimiento). Se volvieron ciudadanos de hecho durante los dos gobiernos panistas, vivieron el regreso del PRI al gobierno federal, y por lo tanto tienen muy claro a dónde dirigir sus baterías de indignación.

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Al interior de este grupo están aquellos que votan por primera vez por un presidente de la república, el 17% de la lista nominal. Entre votantes de entre 18 y 25 años se consolida el apoyo más decidido a Andrés Manuel. Ellos han sido marcados principalmente por los crecientes niveles de inseguridad y violencia, pero quizá, de manera más fresca, por los niveles más bajos de aprobación a un presidente saliente: probablemente por eso aunque Anaya cuenta con casi un quinto de sufragantes menores de 25, Meade a penas alcanza el 10%. En cualquier caso, los perfiles de edad de los electorados de ambos candidatos, los más tradicionales, denotan un envejecimiento del que no sufren ni AMLO ni el más extravagante ‘Bronco’. El ganador, eso sí, mantiene una notable transversalidad hasta los 60 años. Lo cual resuena con su ubicación estratégica en los nuevos temas clave para los mexicanos: corrupción, inseguridad, pobreza.

Cambios en la agenda nacional de prioridades

Las elecciones de 2012 estuvieron marcadas por la inseguridad (entonces, el principal problema del país para un 31% del electorado). El mal gobierno era una cuestión secundaria que sólo preocupaba frontalmente a un 6% del electorado. Seis años después, la agenda de prioridades nacionales ha cambiado.

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La corrupción es el principal motor temático del voto a AMLO. La seguridad sigue muy presente, como no podía ser de otra manera después de que México haya cerrado su año más sangriento en plena pre-campaña. Pero la pobreza le sigue de muy cerca, cuando no alcanzaba a ser el principal asunto ni para un 5% de los votantes hace seis años. Es cierto que los seguidores de Anaya y Meade estaban comparativamente más preocupados por la seguridad, y sin duda alguna para los de este último la corrupción no era una cuestión central. En cualquier caso, esta estructura de preocupaciones marca la agenda de futuro del Presidente electo.

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La lucha contra el mal gobierno es el principal reto de AMLO según sus votantes, y era el segundo para los de Anaya o ‘El Bronco’. El crecimiento económico, eso sí, le sigue de cerca. Incluso por encima de la inseguridad. Esta dupla de desconfianza económica e institucional es la que ha abierto un espacio de oportunidad para Andrés Manuel. La cuestión de la violencia, que sigue presente en la agenda, no supuso un acicate lo suficientemente fuerte para Meade como sí lo fue para Enrique Peña Nieto en su momento. Al mismo tiempo, el PRI sufre hoy el castigo del que se benefició cuando EPN era la alternativa al gobierno saliente de Calderón: según una investigación del CIDE, en 2012 quienes buscaban alternativas en la gestión económica se alejaron del PAN. Hoy el patrón se repite, pero el distanciamiento se produce con respecto a PRI y PAN por igual, y beneficia a la nueva alternativa que representa el candidato de MORENA. No por casualidad esta vez fue más creíble a ojos de un segmento de la población que hasta ahora le había dado la espalda.

“Un pobre tiene más probabilidades de votar tanto por Enrique Peña Nieto como por Josefina Vázquez Mota que por Andrés Manuel López Obrador”. La frase, de la misma investigación del CIDE de 2012, fue cierta hasta hoy.

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El perfil de votantes de AMLO está dominado por la clase media-baja. El del PRI también, pero no así el de su principal rival en esta elección, Anaya, cuya estructura socio-económica del voto está sensiblemente más escorada hacia el medio. Aún así, AMLO ha mantenido una cierta transversalidad (probablemente apoyada en la preocupación generalizada por la corrupción) que le ha ayudado a redondear sus cifras electorales. Para lo cual ha sido clave la consolidación de una campaña eficaz.

El estoicismo de la campaña de AMLO y la debilidad de sus opositores

Cuando uno observa el conjunto de las encuestas electorales realizadas durante la campaña se da cuenta de que, una vez que los rivales de Andrés Manuel alcanzaron la cúspide de conocimiento popular (enero y febrero 2018), tuvieron un ligera pero constante caída en intención del voto. Al parecer, la ciudadanía tenía mejores expectativas de ellos, pero durante la campaña fueron incapaces de establecer una buena comunicación con sus potenciales votantes. Aquí, Anaya sufrió particularmente. Partiendo de la estructura de resultados en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, se podría haber previsto un escenario polarizado entre votantes de Andrés Manuel y votantes anti Andrés Manuel. Un candidato panista sería el mejor posicionado para jugar este contrapeso dados los niveles de desaprobación del presidente y su partido.  Sin embargo, la campaña del panista nunca despegó.

Por otro lado, y a diferencia de sus otras campañas presidenciales, Andrés Manuel tuvo muy clara su estrategia. Por emplear un símil futbolístico en este tiempo de Mundial: AMLO jugó a replegarse atrás y buscar el contragolpe.  Fue muy poco lo que el candidato dejó ver de propuestas concretas y de posiciones políticas que pudieran dividir a su muy heterogéneo electorado. En cambio, repetía una y otra vez los mismos formulismos comunes sin clara bandera ideológica. A esto hay que sumarle una notable disposición para abrir su movimiento a las adhesiones de figuras políticas de los más diversos pensamientos y tendencias, especialmente un importante grupo conservador.

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Como consecuencia, aquellos que se fueron con AMLO lo decidieron en su mayoría en el momento de la proclamación de su candidatura, así como en la primera parte de la campaña. Una dinámica que contrasta en parte con la de Anaya, quien contaba con una base algo más sustanciosa y cuya candidatura no despertó tanto interés como la de Andrés Manuel. ‘El Bronco’, por su lado, tuvo una carrera de recta final ayudada probablemente por sus estrafalarias intervenciones en la arena pública.  Pero la mayor diferencia se da con Meade, quien a la vista de los datos se basó ampliamente en un núcleo de votantes priístas que después no supo ampliar. Sin embargo, y a la luz de los datos, AMLO ha empleado esta campaña para consolidar la que probablemente será la base partidista más amplia de México en el siguiente ciclo electoral. Incluso por encima del histórico PRI, al cual sus noventa años de historia le pesaron más que ayudarle en esta contienda.

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Coda: la estrategia populista

El concepto de populismo es uno ampliamente connotado en el debate político actual. Se suele emplear como equivalente de todo lo malo o de todo aquello censurable por parte de quien aplica el epíteto. Así se ha usado ampliamente sobre AMLO. Pero “populista” puede ser también un adjetivo descriptivo, neutral y útil para entender un proyecto político. En su forma mínima y más aséptica, la estrategia populista puede definirse como la construcción de plataformas que se basen en la inclusión y en la transversalidad de ideas destinadas a construir una mayoría, identificada como “pueblo”, contra una minoría elitista, en este caso denominada por la campaña de Andrés Manuel “mafia del poder”. El motor de la estrategia es la búsqueda de cambio para solucionar acuciantes problemas de los cuales la clase dirigente no quería ocuparse. Corrupción, inseguridad y pobreza son estos problemas. Las clases bajas y medias, junto a los millenials acompañados de las personas de mediana edad, son aquellos perfiles diversos. Si además el enemigo aparece al mismo tiempo dividido (en votos) pero unido (en la imagen que la mayoría de la población guarda de él), entonces la estrategia populista queda perfectamente redondeada para, ahora sí, otorgarle la victoria al candidato que adivinó su potencial.

Nota metodológica:

Durante la jornada electoral del 1 de julio de 2018, SIMO Consulting realizó 6,500 entrevistas cara a cara a hombres y mujeres de 18 años y más que cuentan con credencial de elector y que emitieron su voto en algunas de las casillas seleccionadas. Para eso, se eligieron previamente 110 secciones a nivel nacional.

Este tamaño de muestra se calculó con base en un nivel de confianza de 95% y un margen de error de +/-2.1%. Las secciones se distribuyeron proporcionalmente dentro de cada estrato. La estratificación corresponde: al tipo de zona rural, urbana o mixta; al nivel de participación electoral de la sección en la última elección federal. Los encuestadores condujeron entrevistas con los ciudadanos que recién habían emitido su voto. Es importante señalar que no se les ofrece ningún tipo de incentivo a los entrevistados para que participen en el estudio.

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