Ministra, ya no te creo
La habéis cagado. No sólo por no sembrar más igualdad, sino porque habéis mutilado la convivencia
Querida ministra, nunca pensé que llegaría este día, pero aquí está. Seguro que compartimos sensaciones: derrota, desamparo. Te quiero creer tan humana como al resto, por eso voy a contarte algo en confianza.
Hace tiempo que me avergüenza decir, en según qué círculos, que soy feminista. ¿Cobardía? O pereza: me da más trabajo explicar que no, que el mío no es el feminismo de Irene Montero y aun así noto que hombres –y mujeres– sacan las uñas al oír la palabra. Pero, sobre todo, tristeza: ¿cómo hemos llegado a esto?, me pregunto. Confío en que tú también.
Te tuteo porque somos de la misma década. De los 80. Yo nací en la España rural y no se hablaba mucho de feminismo, pero lo había. Recuerdo a un grupo de mujeres de 40 que decidió sacarse el carnet de conducir. Algún marido torció el bigote, pero ellas a lo suyo. Prepárate a flipar: una de las grandes lecciones feministas de mi adolescencia me la dio una monja. La hermana Piedad. Venga a repetir que podíamos ser lo que quisiéramos. Sí, fui a uno de los últimos internados de España. Y a un colegio mayor femenino en Madrid. Unos años maravillosos, fiestas del Elías Ahuja incluidas. No te lo digo por eso, que nos liamos con otro tema, ¿o es todo lo mismo? sino para que entiendas que, aun viniendo de este ambiente, ese que igual tú consideras carca y retrógrado, en algún momento pensé que podríais hacer algo bien. Os veía revolucionadas de más, pero ¿por qué no darle un buen revolcón feminista a la sociedad? Sin miedo. El feminismo, como humanismo, nunca puede hacer daño por exceso.
Cierto que todo eran pistas falsas: que si llegar a ministra siendo la mujer del jefe, que si el chalet… Debí guiarme más por mi primera impresión: ‘No lo leerás en la prensa’, gritabais en las plazas. Vuestra inicial gran mentira atentaba directamente contra la democracia. Así habéis seguido.
Teníais un pastón, muchos cargos y un presidente que no os ha tosido para guardar el cetro. Pero, aun así, la habéis cagado. No sólo por no sembrar más igualdad, sino porque habéis mutilado la convivencia de este país.
Ministra, he visto a amigos, fabulosos padres, más feministas que tú y que yo juntas, noqueados por turbas de mensajes deseándoles una muerte con sufrimiento por… escribir columnas sobre mujeres. Ni la libertad de expresión se ha beneficiado con tu presencia.
Me duele y seguro que a ti también, porque doy por hecho tu buena fe, cuando escucho decir a mentes brillantes que habrá que abolir el Ministerio de Igualdad. Pero si con el daño que habéis hecho ¡hará más falta que nunca!
En ocasiones, fallamos. Hombres y mujeres. Por eso, entre todos los valores que quiero enseñarle a mi hija, feminismo mediante, hay uno sagrado: responsabilidad. Qué duro no poder poner a la titular de Igualdad como ejemplo de ello. Y por eso, ministra, a veces, para que no me relacionen contigo, me callo que soy feminista.