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Ministro no; esbirro

Era cuestión de tiempo antes que el limitado intelecto de Alpidio sucumbiera a la presión y dejara salir al rústico paje que lleva dentro. Ya en la reunión de diciembre, apertrechado con el guion conveniente y flanqueado por Abel Prieto, el ministro lucía desencajado

LA HABANA, Cuba.- No fue una mujer, como creyó casi todo el mundo al ver las primeras imágenes de lo ocurrido ayer frente al Ministerio de Cultura (MINCULT), la que sufrió la agresión por parte del ministro Alpidio Alonso Grau, cuando un grupo de artistas e intelectuales le recordaba que el plantón del 27 de noviembre de 2020 no fue un flash mob, y que el diálogo sigue siendo una promesa incumplida por parte de las autoridades. El agredido fue Mauricio Mendoza, periodista de Diario de Cuba, quien de un manotazo vio su móvil caer en poder de un sujeto que llegó a ser Ministro de Cultura por obra y gracia de Raúl Castro, investido con cierta premura en retribución a su obediencia incondicional al Partido Comunista.

Alpidio Alonso salió ayer de su ministerio-fortaleza en el Vedado, acompañado de un corro de matones como él para enfrentar a jóvenes cubanos y pacíficos que insisten en la necesidad de ser escuchados, de saber hacia dónde se dirige el diálogo iniciado el 5 de diciembre entre las autoridades de la cultura y una selección de artistas e intelectuales donde solo figuró uno de los 32 que habían accedido al MINCULT la noche de la sentada.

En aquel primer acercamiento quedó implícito el compromiso de propiciar otras conversaciones, pero no pasó de ahí. Silencio en el Ministerio y su contraparte rosa; represión contra miembros del Movimiento San Isidro, periodistas independientes y artistas que insistían en mantenerse apegados a lo acordado el 27 de noviembre; y una extensa campaña difamatoria desde el noticiero estelar contra los participantes en la huelga de San Isidro y el plantón.

Ayer, cuando se cumplían dos meses de la protesta, regresaron los jóvenes al Ministerio de Cultura, donde los esperaron con policías armados y el viceministro Fernando Rojas les advirtió que allí no podían estar, utilizando como pretexto la crisis epidemiológica. La situación de salió de control tras la embestida del ministro contra Mendoza, momento que se ha hecho viral en las redes sociales porque mostró, sin ambages, la catadura del personal que dirige la cultura cubana bajo la tutela del castrismo.

Decir que Alpidio Alonso se comportó como un dirigente sindical de base es ser muy generoso. Su conducta fue la de un esbirro, un sujeto sin educación que no cabe en su rol prefabricado de funcionario “sensible y receptivo ante las inquietudes de los jóvenes artistas”. Alpidio Alonso no dio la cara el 27 de noviembre ante aquella multitud de cubanos libres, porque su pulverizado cerebro de “cuadro” no habría aguantado un minuto de debate con ninguno de los jóvenes que esa noche lo esperaron y tuvieron que conformarse con la presencia del eterno viceministro; el mismo que ayer salió a enfrentarlos con su regañina de alguacil condenado al buró, y su deplorable estampa de alcohólico insalvable.

Era cuestión de tiempo antes que el limitado intelecto de Alpidio sucumbiera a la presión y dejara salir al rústico paje que lleva dentro. Ya en la reunión de diciembre, apertrechado con el guion conveniente y flanqueado por Abel Prieto para atajar algún giro inesperado en el discurso de sus interlocutores, el ministro lucía desencajado.

El reto fue excesivo para un mal ingeniero devenido en peor poeta, que había llegado al MINCULT en un momento de crisis, en el año 2016. Por entonces Abel Prieto aguantaba provisionalmente el cargo del que habían sido tronados Rafael Bernal y Julián González Toledo en un período de cuatro años. El nombramiento de Alpidio Alonso fue una movida desesperada, y la sensación de estar sentado sobre brasas no lo ha abandonado jamás.

Hoy miles exigen su dimisión, no solo por haber agredido a un periodista que hacía su trabajo; sino porque su falta de tacto y diplomacia desembocó en una ola represiva donde fueron golpeados ciudadanos indefensos a quienes los gendarmes de la policía política exigían callarse la boca. “¡Suéltenme! ¡No les voy a dar ni cojones!”, gritaba una mujer a la que intentaban quitarle su teléfono celular. Ese audio largo, exasperante, es el registro de una violencia que permea la realidad nacional, ganando intensidad ante un pueblo paralizado por el miedo y una opinión extranjera que sigue mirando hacia otro lado.

El régimen no tiene un perfil amable. De la base a la cúpula se han enquistado la chusma y la delincuencia. Mariela Castro incita al terror desde las redes sociales; Alpidio insiste en que no habrá diálogo a menos que sea en los términos del MINCULT, que son los términos de la dictadura; y desde el noticiero el camarada Humberto López asume sin recato la tarea de justificar el desafuero del ministro, el insolente manotazo que ya le ha dado la vuelta al mundo.

El castrismo es un anciano senil emperrado consigo mismo. Cada día le resulta más difícil reacomodar sus fichas, porque se ha quedado sin repuestos. Necesita gente que piense, o finja que piensa. Ambas habilidades son muy escasas en las reservas del poder, y Alpidio Alonso es una clara muestra de ello; un síntoma de la crisis estructural que ve en la negación y la violencia sus únicas alternativas para retardar el inevitable final.

 

 

 

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