Miriam Celaya: Barack Obama seduce a los cubanos
Barack Obama junto a su familia en su recorrido por la Habana Vieja (Yenny Muñoa / CubaMINREX)
Apenas han transcurrido unas horas de la llegada del presidente Barack Obama a la Isla y ya ha robado el corazón de los cubanos.
Primero fue una lluvia cómplice, que arreció mientras el avión presidencial rodaba por la pista del aeropuerto. La imagen inicial que tuvieron los isleños del presidente del país más poderoso de la Tierra fue la de un gentil padre de familia que sostenía solícito el paraguas para proteger a su esposa e hijas del chaparrón mientras descendían juntos por la escalerilla de la aeronave, regalando a la vez el saludo de su mano y una amplia y cálida sonrisa al público presente en el recibimiento.
Poco después, alrededor de las seis de la tarde, durante su visita televisada a la catedral, en el Centro Histórico de La Habana Vieja, se dejaron oír los primeros vítores de la gente sencilla de los barrios aledaños, manifestando su admiración y simpatía por el invitado. De nada valieron los cordones formados por militantes del partido único y otros fieles del Gobierno cubano, destinados a evitar el contacto real entre Barack Obama y el pueblo: este carismático mandatario parece ejercer tal poder de seducción natural sobre las multitudes que hace que éstas superen el bloqueo de los controles oficiales.
La escena se repitió mientras Obama acudía a la ceiba del Templete, uno de los símbolos de las tradiciones de la capital, y más tarde, cuando sorpresivamente acudió a cenar en el restaurante San Cristóbal, una paladar ubicada en el popular barrio de San Leopoldo, en pleno corazón de Centro Habana. Pronto se corrió la voz de su presencia en la zona, y de inmediato un gentío se aglomeró espontáneamente en los alrededores solo para ver y saludar al presidente estadounidense. «¡Obama, Obama, Obama!», coreaba una muchedumbre de todas las edades, mientras el automóvil presidencial y su séquito acompañante desfilaban en retirada hacia el Malecón habanero, y Obama saludaba risueño y feliz a través de la ventanilla.
Es evidente que las 48 horas que permanecerá entre nosotros Barack Obama van a resultar más cargadas de adrenalina que lo que habían planificado las autoridades cubanas. Ahora parece obvio que, si bien otros visitantes de alto nivel, papas, popes, mandatarios y otros, se han apegado siempre complacientemente al guion elaborado por los coreógrafos del Palacio de la Revolución, el hombre de la Casa Blanca tiene sus propios planes y está dispuesto a cumplirlos. Está claro que, aunque Obama participará condescendientemente en la parte del retablo oficial con el que está comprometido, está decidido a palpar la vibra popular cubana por sí mismo. Nadie debe extrañarse si, súbitamente,aparece en algún momento en el patio central de cualquier solar habanero.
Este carismático mandatario parece ejercer tal poder de seducción natural sobre las multitudes que hace que éstas superen el bloqueo de los controles oficiales
De hecho, la comidilla de la capital es la aparición que tendrá el atrevido Barack Obama en el programa humorístico de mayor audiencia de la televisión nacional, Deja que yo te cuente, junto al popular personaje Pánfilo Epifanio, encarnado por el humorista Luis Silva. Sin dudas es la forma más original que haya concebido para llegar a todos los hogares de la Isla, y los cubanos están fascinados con esa perspectiva. La sencillez y naturalidad con la que Obama ha decidido mezclarse con los cubanos contrasta estridentemente con los distantes y encartonados dirigentes históricos y su claque. Es sabido que los autócratas no solo permanecen aislados en un mundo inalcanzable para el cubano común, sino que tampoco saben sonreír.
A estas alturas los detractores de Obama aquende y allende los mares deben estar saboreando sus propias bilis. Resulta que la visita del presidente de EE UU a Cuba realmente no está «legitimando a la dictadura» sino a esos que algunos medios han dado en llamar cubanos de a pie. También es de imaginar el rencor y la impotencia de la gerontocracia, esa arrogante «generación histórica«, al contemplar las demostraciones sinceras de cariño y admiración de los cubanos hacia el más alto representante del que hasta hace apenas quince meses era el Imperio enemigo que nos odiaba e intentaba asfixiarnos.
Aún restan dos jornadas completas para comprobar cuántas y cuáles imprevisibles cartas trae nuestro visitante bajo la manga, pero cabría esperar otras sorpresas. Innegablemente, las emociones de hoy permiten anticipar que, si solo fuera para demostrar ante el mundo cuánto aprueban los cubanos las nuevas políticas de la Casa Blanca hacia Cuba, esta visita del presidente estadounidense a La Habana no está dejando margen de dudas. Constituye para Obama un rotundo éxito.