Miriam Celaya: Dos hojas para una tijera
La oposición cubana marcha unida durante la Cumbre de las Américas
Con suma frecuencia, desde el extranjero suelen emitirse juicios de valor sobre lo que –con mayor o menor exactitud– han dado en llamar «crisis de la disidencia interna de Cuba«. Crisis que, de hecho, mencionan con tono de epitafio y con un regodeo tan prematuro como injustificado si tenemos en cuenta que la frustración y la inconformidad –bases primigenias de las que se nutre toda disidencia– han mantenido una línea ascendente en la Isla.
Ahora bien, la existencia de una crisis no necesariamente es un signo negativo. El nuevo panorama de la vida nacional y de las relaciones internacionales implica reacomodos y desafíos para todos los actores sociales, en especial para los que se mueven contracorriente bajo condiciones políticas francamente hostiles. En todo caso las crisis constituyen, a la vez que retos, oportunidades de crecimiento.
Estamos, entonces, frente a lo que para algunos grupos opositores será una crisis de crecimiento, en la medida en que sepan asumir el reto de redefinir sus estrategias y avanzar; o una crisis de extinción, si persisten en viejos métodos y conceptos que no parecen conducir a resultado alguno.
Movimientos lentos, trayectoria sinuosa
El escenario cubano actual muestra una coyuntura de transformaciones, consecuencia de las circunstancias que se han estado acumulando en los últimos años y que marcan una inflexión lenta, aunque significativa, en el sistema profundamente estatista y centralizado que caracterizó todo el período «revolucionario» anterior.
Entre esas transformaciones se encuentran la salida de Fidel Castro del poder y la sucesión en el Gobierno por su hermano, el general-presidente, con el inicio de un proceso de tibias reformas económicas que –si bien insuficientes en profundidad, extensión y efectividad– constituyen en sí mismas un reconocimiento del fracaso de la gestión estatal, abriendo una grieta a la extrema centralización y creando un punto de no retorno que ha permitido el resurgimiento (mínimo) de la iniciativa privada.
la capacidad represiva del castrismo es hasta hoy su institución más poderosa; incluso con carácter extraterritorial. Venezuela es la prueba de ello
También se han producido modificaciones legales que restablecieron ciertos derechos, como la compraventa de viviendas, automóviles y otros bienes, así como una reforma migratoria que eliminó el humillante permiso de salida y amplió hasta 24 meses el período de permanencia de los nacionales en el extranjero.
En el plano de la informática y las comunicaciones, se autorizó la comercialización de computadoras y teléfonos celulares, se estableció el servicio telefónico de correo electrónico y se crearon sitios públicos de conexión wifi, entre otras medidas que, no obstante sus limitaciones –elevados precios, conectividad lenta y muchas veces precaria– flexibilizan en alguna medida el antes férreo monolitismo del régimen.
Obviamente, en comparación con los avances tecnológicos y las libertades que se disfrutan en las sociedades democráticas, tales transformaciones resultan ínfimas. De hecho, ellas mismas reflejan implícitamente la carencia de derechos que los cubanos hemos estado padeciendo por décadas. No obstante, estos tímidos pasos dados por el Gobierno –forzado por su necesidad de sobrevivencia y no por una verdadera voluntad política de cambios– marcan el principio del fin del totalitarismo y preparan el contexto para reclamar cambios más profundos.
Lamentablemente, ante la ausencia de estructuras sólidas en la sociedad civil independiente, capaces de influir en el ritmo, dirección y calado de los cambios, éstos se han estado implementando desde el mismo poder militar instaurado en 1959 y según sus intereses, lo cual ha determinado la lentitud del proceso y lo sinuoso del camino, incluyendo las fases de retroceso o estancamiento de algunas de las medidas instauradas.
Un nuevo cisma
A este tenor, el anuncio del restablecimiento de relaciones entre los Gobiernos de Cuba y EE UU, el pasado 17 de diciembre, marcó un hito que impactó a toda la sociedad cubana en general –y a la disidencia, en particular–, toda vez que por una parte desarticuló dramáticamente el viejo discurso oficial de David vs. Goliat, tornándolo obsoleto, mientras por otra, introdujo también un nuevo estilo de relación entre el Gobierno estadounidense y la oposición interna.
Las estrategias irreconciliables de las facciones de la oposición desembocan inevitablemente en la fractura, aderezada además con males ancestrales como el caudillismo, el autoritarismo y las ansias de protagonismo de algunos de sus líderes más conocidos
Esto ha forzado un cisma en la disidencia, cuyo sector más radical considera este acercamiento entre ambos Gobiernos una «traición» de la administración de Barack Obama «a los demócratas cubanos», a la vez que desaprueban un eventual levantamiento del embargo, todo lo cual coloca automáticamente en manos de un Gobierno extranjero y de las leyes de ese país la solución de los conflictos políticos internos de Cuba.
Otro problema es la propensión a desconocer las limitaciones propias frente a la poderosa maquinaria gubernamental. Algunos grupos radicales aspiran a la renuncia del actual Gobierno y a la convocatoria inmediata de elecciones generales, una apuesta irreal (e irrealizable) tomando en cuenta que la longeva dictadura no solo detenta el poder económico, político y militar del país, sino que, además, controla absolutamente todas las estructuras del orden social y dirige un aparato paramilitar amplio y eficiente. De hecho, la capacidad represiva del castrismo es hasta hoy su institución más poderosa; incluso con carácter extraterritorial. Venezuela es la prueba de ello.
Existe también en la disidencia un sector de tendencia moderada que ve el fin del diferendo Cuba-EE UU como una posibilidad de apertura que favorecería un clima de transformaciones más profundas –incluyendo la legalización y consolidación de organizaciones cívicas independientes y el surgimiento de una clase media–, así como de una mayor presión de la comunidad internacional sobre el Gobierno cubano para introducir cambios en el plano político, y una potencial mejoría en las condiciones de vida de la población, entre otros efectos positivos.
Esta tendencia apuesta por el diálogo y la negociación para lograr reformas que vayan abriendo espacios de participación ciudadana que terminen haciendo frente a la estructura de poder históricamente basada en el monolitismo, así como por una gradualidad que garantice una transición tranquila y ordenada, evitando el caos social, los ajustes de cuenta, los juicios sumarísimos y los vandalismos propios de los cambios abruptos en sociedades largamente crispadas.
Sin embargo, hasta el momento, tampoco el sector moderado ha logrado imponerse en el ámbito político y carece de reconocimiento, no solo por parte del Gobierno cubano –por razones obvias–, sino que también ha sido ignorado por los gobiernos y organizaciones internacionales que actualmente se muestran interesados en pactar con aquel.
Salirse del papel de mero folclore político en que la prensa internacional ha querido convertirla y asumir con mayor realismo el nuevo escenario son temas inaplazables para la oposición cubana
Ambas tendencias, la radical y la moderada, persiguen como fin común la instauración de la democracia en Cuba, pero sus estrategias irreconciliables desembocan inevitablemente en la fractura, aderezada además con males ancestrales como el caudillismo, el autoritarismo y las ansias de protagonismo de algunos de sus líderes más conocidos.
No obstante, el verdadero desafío que enfrenta la oposición estriba en superar la fase de resistencia como fin en sí misma y conquistar la participación y el compromiso de los cubanos en el interior de la Isla, algo que tampoco han alcanzado unos ni otros.
Salirse del papel de mero folclore político en que la prensa internacional ha querido convertirla y asumir con mayor realismo el nuevo escenario son temas inaplazables para la oposición cubana, empezando por poner punto final a las discordias infecundas. El otro camino sería desaparecer por los efectos del desgaste y la emigración.
Es evidente que, en la actualidad, los intereses políticos y económicos globales de gobiernos muy diferentes entre sí se están imponiendo en nuestro país y están pactando con la dictadura, mientras dentro de Cuba quienes aspiramos con todo derecho a refundar la nación seguimos sin encontrar ese pivote de unión imprescindible para hacer las dos hojas filosas de una tijera que corte el nudo gordiano del castrismo. Mañana podría ser demasiado tarde.