Miriam Celaya – La crisis migratoria cubana: ni económica ni humanitaria
Unos 400 cubanos que permanecieron plantados frente a la embajada de México, en la ciudad de Quito, Ecuador, reclamando un puente aéreo que les permitiera su entrada a EE UU fueron violentamente desalojados del lugar por la policía en la madrugada del pasado domingo, 26 de junio. Fue el colofón de una protesta iniciada el sábado 18.
Días antes, las autoridades mexicanas habían comunicado a los miles de cubanos en Ecuador que no existe ninguna posibilidad por parte de su Gobierno de abrir un nuevo puente aéreo, lo que deja sin solución este capítulo de la crisis migratoria para los isleños que huyen de las cuestionables bondades del modelo socialista de Raúl Castro.
México, por cuya mediación pudieron llegar a EE UU varios miles de cubanos este año, ha señalado la necesidad de una solución a través de un «diálogo», sin especificar quiénes serían parte de él o en qué plazo tendría lugar éste. Justo es apuntar que no corresponde a ese país la solución de la crisis migratoria cubana. En el mes de mayo se había movilizado más de un millar de cubanos en Ecuador, con el mismo propósito: encontrar una salida segura para seguir su ruta hacia EE UU, sin resultados.
Algunos líderes de la región han atribuido la responsabilidad del flujo constante de migrantes, especialmente procedentes de Ecuador, Venezuela y Colombia, a la existencia de la Ley de Ajuste Cubano
Como es habitual, la prensa oficial cubana ha guardado un hermético silencio sobre este drama, que forma parte de ese flujo de prófugos que continúa discurriendo silencioso, como una suerte de plebiscito sin urnas, demostrando muy a las claras qué opinión merece a los isleños el desempeño de su Gobierno y dónde cifran las verdaderas esperanzas de su futuro.
Mientras el Gobierno de la Isla permanece mudo y sordo, los cubanos continúan invadiendo las selvas de Sur y Centroamérica o desafiando la corriente del Golfo sobre precarias embarcaciones en las impredecibles aguas del Estrecho de la Florida, para alcanzar el territorio estadounidense, atomizando la crisis cubana a toda la geografía regional.
Mucho se ha debatido alrededor de las causas de la actual migración cubana. A raíz de la crisis provocada el pasado mes de abril por el arribo constante de cubanos a Costa Rica y el cierre de la frontera nicaragüense, que causó un embotellamiento de migrantes y fuertes fricciones diplomáticas entre los gobiernos de Centroamérica, algunos líderes de la región han atribuido la responsabilidad del flujo constante de migrantes, especialmente procedentes de Ecuador, Venezuela y Colombia, a la existencia de la Ley de Ajuste Cubano.
Algunos analistas señalan el temor de los cubanos a que se derogue dicha Ley tras el restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de EE UU y Cuba, como la fuente principal de tan constante y creciente éxodo, mientras deploran el tratamiento preferencial de las autoridades estadounidenses para con los cubanos que arriban a su territorio, que de inmediato quedan bajo protección legal, tienen acceso al Programa Federal de Reasentamiento de Refugiados gracias a la Enmienda que se hizo en 1980 a la Ley de Ajuste Cubano y en poco más de un año la mayoría obtiene la residencia permanente, más allá de las razones que tuvieron para emigrar desde la Isla.
Otros migrantes son devueltos a sus países de origen pese a que sufren en sus países verdaderas situaciones de violencia relacionada con guerras o con el tráfico de drogas
En contraste, los migrantes de Sur y Centroamérica, México, y otras regiones, son devueltos a sus países de origen cuando resultan capturados, ya sea en cualquier cruce fronterizo o por las autoridades migratorias dentro de los propios EE UU, pese a que sufren en sus países verdaderas situaciones de violencia relacionada con guerras o con el tráfico de drogas, pandillas criminales vinculadas a los cárteles, asesinatos, secuestros, secuelas de las guerrillas, paramilitarismo, miseria y otras situaciones que no sufren los cubanos dentro de la Isla.
La Ley de Ajuste acaba convertida así en la supuesta causa determinante –y por tanto el escollo a eliminar para resolver el problema migratorio desde Cuba– cuando en realidad son la desesperanza, la ausencia de oportunidades, la pobreza generalizada y el fracaso del «proyecto revolucionario» castrocomunista las verdaderas causas del éxodo cubano. De hecho, el programa económico de Gobierno dimanado del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba bajo la forma de los documentos Conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista y Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030 constituyen por sí solos un acicate mucho más fuerte para la estampida nacional que cien leyes de ajuste.
Sin embargo, centrar el debate del drama migratorio en la búsqueda de un presunto villano responsable, sea la Ley de Ajuste o la casta verde olivo entronizada en el poder, no solo enmascara y retarda la solución del problema –que sin dudas está en manos de los propios cubanos– sino que difumina cuestiones de base que explican, no ya la mera existencia de una particular Ley extranjera que pauta el futuro personal de los migrantes de la Isla, sino los fundamentos de la existencia en Cuba de una dictadura que ha dominado los destinos de toda una nación a lo largo de casi 60 años, en buena medida gracias a la aquiescencia de los propios cubanos.
Se trata, pues, de un círculo vicioso que parece no tener fin, porque, si bien la causa principal del éxodo cubano es la situación que se deriva de una asfixiante y longeva dictadura que anula al individuo –y no una Ley dictada 50 años atrás por un Gobierno extranjero–, es la increíble capacidad de tolerancia de los isleños la que permite hasta hoy la supervivencia de ese sistema que los empuja a buscar el porvenir más allá del horizonte.
Es la increíble capacidad de tolerancia de los isleños la que permite hasta hoy la supervivencia de ese sistema que los empuja a buscar el porvenir más allá del horizonte
Llama poderosamente la atención la capacidad movilizadora de algunos «líderes» de ocasión entre los migrantes cubanos, prestos a reclamar ante autoridades extranjeras lo que no fueron capaces de exigir al Gobierno cubano, e implicar en tales reclamos una significativa cantidad de individuos, familias con hijos menores incluidas.
Cuesta también creer que varios centenares de cubanos se organicen, reclamen solución a la crisis que ellos mismos han provocado y se apresten a hacer declaraciones ante la prensa y las cámaras que mostrarán sus rostros al mundo. ¿Son ellos los mismos individuos que callaban aquiescentes ante los atropellos del poder en Cuba? ¿Son los mismos que en Cuba aceptaban el adoctrinamiento ideológico de sus hijos, la cartilla de racionamiento, la doble moneda, los elevados precios, los salarios misérrimos, los apagones, las marchas y todas las humillaciones existenciales bajo condiciones de dictadura? ¿Cómo se explica tanta voluntad política para exigir en tierra extranjera los derechos que no les corresponden cuando fueron despojados de derechos naturales en su propia tierra y aceptaron el vejamen con temeroso silencio? ¿Es menos peligroso atravesar selvas y montañas plagadas de peligros y arrastrar a los suyos en tan impredecible aventura que simplemente negarse a cooperar con el régimen castrista que los condena a la pobreza eterna?
El asunto amerita un estudio antropológico profundo sobre la naturaleza de este pueblo y los catastróficos efectos de más de medio siglo de dictadura, más allá de cualquier lógica de solidaridad con su causa o los deseos de un buen destino para los esfuerzos de quienes huyen de la Isla. Son señales que indican, además, cuán profundamente ha calado el desarraigo de muchos cubanos por su tierra. Hasta tal punto el castrismo ha despojado a este pueblo a lo largo de más de medio siglo que un significativo número de sus hijos no sienten siquiera el impulso de defender en su país lo que les es propio por nacimiento, por historia y por cultura.
La dualidad moral nativa se hace más evidente en especial cuando se trata de buscar soluciones inmediatas a problemas coyunturales, evadiendo cuidadosamente cualquier implicación política y colocando sobre hombros ajenos el peso de los problemas que son nuestros.
Es lo que está sucediendo ahora, cuando los migrantes varados en Ecuador están definiendo su situación como «crisis humanitaria», pese a que no se trata de grupos que huyen de una guerra, no son perseguidos políticos, no son sobrevivientes de un cataclismo natural, de una hambruna o de conflictos étnicos. Paradójicamente, están haciendo reclamos en países que ya enfrentan sus propias crisis nacionales, sin necesidad de sufrir la crisis cubana.
Paradójicamente, están haciendo reclamos en países que ya enfrentan sus propias crisis nacionales, sin necesidad de sufrir la crisis cubana
Más aún, estos migrantes cubanos no corren peligro de cárcel ni de muerte en caso de regresar a su país de origen. Ellos mismos lo declaran: «no tenemos nada que ver con la política ni estamos contra el Gobierno cubano. Lo nuestro es llegar a EE UU». Se trata de generaciones que, formadas en la filosofía de la supervivencia, crecidas en la simulación permanente donde todo vale, en una sociedad donde impera el principio del sálvese quien pueda… y como pueda, así que apelan a cualquier recurso útil para alcanzar sus objetivos, en este caso llegar a los EE UU. Por eso se presentan como sujetos atrapados en una «situación humanitaria» que, sin embargo, no quieren relacionar con la situación política de Cuba.
Desde luego, no hay que negar los principios humanitarios de apoyo a los necesitados ni permanecer indiferentes al hecho de que la mayoría de los migrantes cubanos atrapados en su tránsito hacia EE UU –ni más ni menos que como otros cientos de miles de migrantes de tantos países de la región– carecen de medios y recursos para subsistir, no tienen acceso a la atención médica y a otras prestaciones sociales imprescindibles, como un techo seguro, condiciones básicas de alojamiento, servicio de agua, condiciones higiénicas adecuadas alimentos y ropas, por tanto dependen esencialmente de la solidaridad de otros. Pero en esa situación se han colocado ellos voluntariamente.
Estamos ante una situación que no parece ofrecer salidas en el corto plazo y cuya solución definitiva en cualquier caso depende de que se supere la crisis interna cubana, cuya esencia es marcadamente política, aunque la irresponsabilidad de Gobierno y gobernados siga simulando ignorarlo.