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Miriam Celaya: Señales de una crisis silenciada

Una nueva e inequívoca señal de los difíciles tiempos que corren en Cuba acaba de llegar con la noticia de la reducción de las ediciones impresas de varias publicaciones oficiales.

A primera vista, la noticia podría parecer el menor de los problemas en un país cuya población tiene como máxima prioridad del día a día encontrar y adquirir los alimentos que debe llevar a la mesa. En el transcurso del último año los cubanos han estado asistiendo gradual pero inexorablemente a un incremento de las carencias de productos alimenticios básicos -como el aceite, la harina de trigo, el pan, los huevos, el pollo, la carne de cerdo, entre otros- , lo que que, unido al aumento del costo de los productos del agro y al desabastecimiento crónico de los mercados recaudadores de divisas, agita en la memoria colectiva el fantasma insepulto de la crisis económica de los años 90.  

Sin embargo, la drástica contracción de la prensa oficial en el escenario actual cubano es un indicador de la mayor relevancia, teniendo en cuenta que siempre ha sido una herramienta ideológica irrenunciable y de capital importancia para el poder político que la ha utilizado tanto para el adoctrinamiento-adormecimiento de las masas como para el control y manipulación de la información. A contrapelo de la penetración de otras fuentes y del relativamente mayor acceso a Internet y a las redes sociales que se ha estado produciendo en tiempos recientes, todavía una gran parte de los cubanos de la Isla asumen la prensa gubernamental como fuente prioritaria -o única- de información.

La drástica contracción de la prensa oficial en el escenario actual cubano es un indicador de la mayor relevancia, teniendo en cuenta que siempre ha sido una herramienta ideológica irrenunciable

Tan significativa ha sido la prensa como instrumento estratégico en manos del poder que no se podría explicar al margen de ella el enorme control mantenido por la pequeña élite castrista sobre toda la sociedad a los largo de 60 años. Así pues, esta dramática reducción que ahora se anuncia supone una pérdida de espacios estratégicos para el poder y, por tanto, sugiere una falta de liquidez creciente y un panorama económico mucho más complicado que el que las autoridades están dispuestas a reconocer.

No obstante, existen antecedentes de esto, y se enmarcan precisamente en el período de la crisis de los años 90’, cuando también se redujeron las ediciones de la prensa oficial. En aquel escenario, el ahora extinto fundador del castrismo no solo mantuvo sin menoscabo su poder político, sino que tuvo la osadía de anunciar el descalabro económico.

Más aún, tuvo la audacia de trazar una fabulosa hoja de ruta que supuestamente nos permitiría ajustarnos para sobrevivir a la crisis en diferentes etapas por las cuales imaginó que transitaríamos, incluyendo una tenebrosa fase final que denominó “opción cero”, en la cual los cubanos nos alimentaríamos de una olla colectiva en cada cuadra, donde -utilizando leña como combustible, puesto que no habría petróleo, gas ni electricidad- se cocinaría una especie de caldosa elaborada en base a lo que cada vecino pudiera aportar.

El castrismo trazó una hoja de ruta cuyo final era la opción cero, donde en cada cuadra se cocinaría una especie de caldosa colectiva con lo que cada vecino pudiera aportar

Las generaciones nacidas de los años finales de los 80 y en adelante desconocen que en medio de aquella crisis se planificó y se divulgó hasta la etapa más extrema -la “guerra de todo el pueblo”-, que no llegaría a consumarse pero que ilustra vívidamente las cotas de delirio a las que puede llegar una dictadura en su afán de mantenerse en el poder.

Cable de noticias de la agencia AFP de 1990 anunciando la reducción en la tirada de Granma. (Twitter)
Cable de noticias de la agencia AFP de 1990 anunciando la reducción en la tirada de Granma. (Twitter)

No obstante lo disparatado del plan, y a diferencia de hoy, en los años 90 existía la percepción de que había alguien al mando. No había un Gobierno democrático -todo lo contrario- pero más allá de las simpatías o antipatías por el representante máximo del poder persistía la sensación de que existía una estructura, cierto orden de autoridad, aunque, obviamente, se tratara de una autoridad que se basaba más en su poder simbólico y en su capacidad represiva que en alguna legitimidad real.

En la actualidad Cuba está sumiéndose en una crisis quizás tan profunda como la de 30 años atrás, pero con la agravante de que hoy existe un gran vacío de autoridad. El actual presidente no solo carece de legitimidad al no haber sido electo por el voto popular en las urnas, sino que tampoco heredó el poder simbólico de la llamada “generación histórica”.

Mientras muchos cubanos comienzan a percibir las señales del descalabro económico, las autoridades se refieren a la existencia de “tensiones económicas” y, tanto el falso mandatario como su equipo de burócratas -ineptos y maniatados- insisten en silenciar el tétrico escenario que se nos avecina y menos aún han presentado un plan maestro para remontarlo.

No es posible soslayar que los cubanos de hoy no son exactamente un pueblo ingobernable, sino más bien largamente “ingobernado”. La clase del poder lo sabe

Pero ahí no terminan las diferencias entre ambas crisis. No es posible soslayar que los cubanos de hoy no son exactamente un pueblo ingobernable, sino más bien largamente “ingobernado”. La clase del poder lo sabe, lo cual quizás explique la reciente llegada a la Isla de un inusual y “generoso” donativo desde Rusia: una partida de camiones, no para transportar alimentos del campo a los mercados ni para paliar la eterna crisis del transporte público, sino -ni más ni menos- para el traslado de prisioneros. No podría haber obsequio más sospechoso en medio un panorama interno y externo tan complejo .

De manera que ya podemos intuir que, si bien los actuales representantes de los despojos del castrismo no tienen un plan de contingencia ante la inminente crisis, sí parecen estar profundamente preocupados por la respuesta social que puedan tener los cubanos a medida que aumenten las carencias y se deterioren las condiciones de vida.     

Porque no hay que olvidar otra gran diferencia entre los escenarios de los años 90 y el actual, y es que esta vez puede ser precisamente la claque del poder la que sufra las mayores pérdidas.

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