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Mitos y leyendas de espadas y espadachines

Benvenuto Cellini, «Perseo con la cabeza de Medusa», 1545-1554, Plaza de la Señoría, Florencia.

 

Sin duda alguna la espada más famosa fue Excalibur, el arma legendaria del rey Arturo. La fuente principal de los cuentos artúricos es la Historia de los reyes de Bretaña (Historia regum Britanniae) escrita en el siglo XII por un clérigo galés llamado Geoffrey, o Godofredo, de Monmouth. La obra de Monmouth fue un denodado esfuerzo por darle a los británicos una historia noble de la cual sentirse orgullosos. A partir del viejo motivo del “manuscrito antiguo encontrado”, se remonta a Arturo, primer rey de los britanos, cuya historia reescribe un poco a placer, introduciendo elementos que quedarán para la tradición de la épica medieval europea. En cuanto a Excalibur, su mítica espada, todos conocemos la leyenda: Arturo la sacó de una piedra a la que estaba adherida y de la que nadie podía remover. Con el poder de la espada y bajo la guía del mago Merlín, Arturo pudo unir a la Bretaña y rechazar a los invasores sajones. Después reunió a un impecable equipo de doce caballeros, Lancelot, Percival, Gaius, Leon… los “Caballeros de la mesa redonda”, con los que reinó justa y sabiamente. Excalibur, tenía especiales poderes y el brillo de su hoja podía cegar a los enemigos. El mito la representa como una espada grande y larga. Sin embargo, a partir de vestigios arqueológicos de la época, sabemos que no pudo haber medido más que un gladius romano, unos cincuenta centímetros. También a Arondigth, la espada de Sir Lancelot, el más fiel de los caballeros de Arturo, se le atribuían poderes especiales.

Otra espada mítica es Joyeuse (que podemos traducir como “Joyosa”), la espada de Carlomagno, rey de los francos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Se dice que fue forjada con los mismos materiales con los que fue creada Durendal, la espada de su sobrino Roldán, que murió luchando en la batalla de Roncesvalles. Según la leyenda, Durendal era indestructible y tan afilada que podía cortar una roca. Entre los materiales que la componían se cuentan un diente de San Pedro, una borla del sudario de María, cabello de San Dionisio y sangre de San Basilio. En cuanto a Joyosa, el Cantar de Roldán, el poema más antiguo de la literatura francesa, dice que era de oro y tan reluciente que podía cegar a ejércitos enteros. Estaba decorada con dragones y una flor de lis, símbolo de Francia, labrados en piedras preciosas. Su belleza “no tenía par”, dice el poema, pues “cambiaba de color treinta veces en un día”. Un dato de interés: la espada fue utilizada como símbolo de poder en la coronación de los reyes de Francia, desde Felipe II de Borgoña en 1270, pasando por el célebre Luis XIV, quien se hizo retratar con ella, hasta Napoleón Bonaparte, quien la empuñó en Notre Dame durante su autocoronación en diciembre de 1804, posiblemente ante los ojos asombrados de Bolívar. Hoy la espada se exhibe en el Museo del Louvre.

Otra espada que no puede faltar aquí es Zulfiqar. La leyenda cuenta que fue un regalo del arcángel Gabriel al profeta Mahoma. Se le representa como una espada curva de doble hoja, en forma de tijera, aunque su variante más plausible es la de una cimitarra de doble punta. La leyenda dice que tenía los bordes extremadamente afilados y una luz divina, y la fuerza de su golpe igualaba a la de mil soldados. Sin embargo, estos poderes solo se activaban cuando estaba en manos de un guerrero musulmán devoto. La fuente principal para la leyenda de Zulfiqar es el mismo Corán. Allí se cuenta que Mahoma la entregó a su primo y sucesor (según el Islam chiíta) Alí ibn-Abi Tahib, quien había roto su propia espada en la batalla de Uhud, en el año 625. De ahí el refrán musulmán “no hay más espada que Zulfiqar y no hay más héroe que Alí”. En el mundo árabe, algunos pasos entre montañas llevan el nombre de Zulfiqar, pues, se cuenta, fueron tallados por el mismo Profeta con ayuda de su espada. Actualmente el arma se exhibe en el Palacio de Topkapi en Estambul, aunque los chiítas aseguran que permanece oculta junto al duodécimo imán al-Mahdi, quien vendrá a la tierra antes del fin del mundo.

Sin duda muchas de estas leyendas sobre espadas y espadachines tienen su más lejano precedente en la guadaña u hoz (harpe) con que Cronos castró a su padre Urano. Cuenta Hesíodo en la Teogonía (154 ss.) que Urano, el cielo, no dejaba que ninguno de sus hijos naciera. Temeroso de que alguno le arrebatara el poder, les retenía en el vientre de Gea, la tierra. Naturalmente Gea estaba “a punto de reventar” y ya no podía con el dolor. Entonces junto a su hijo Cronos, el tiempo, urdió un plan: cuando Urano volviera en la noche a echarse sobre ella, Cronos, desde el vientre de su madre, lo castraría. Así fue, y Cronos, con ayuda de esta guadaña “enorme”, makrên, y “de afilados dientes”, karkharódonta, cumplió con el plan, arrojando los testículos de su padre al mar. De las gotas del semen de Urano surgió una diosa en medio de la espuma de las olas: Afrodita.

Posteriormente aparecerá la misma palabra, harpe, para nombrar el arma con que el héroe Perseo decapitó a la terrible gorgona Medusa. Monstruo espantoso, su aspecto era tan terrible que todo el que la mirara quedaba petrificado. Dice Ovidio en sus Metamorfosis (IV 770) que Medusa tenía serpientes en vez de cabellos, pero es Apolodoro en su Biblioteca mitológica (II 4, 1 ss.) quien nos deja un resumen más completo del mito. Polidectes, rey de Sérifos, había ordenado a Perseo traer la cabeza de Medusa. Perseo, con la ayuda de Hermes y Atenea, procedió a decapitar al monstruo, cuya cabeza decoró a partir de entonces el escudo de la diosa. Fue precisamente Hermes quien dio a Perseo una “hoz de acero”, harpe, para que matara al monstruo. Por cierto, la palabra griega para nombrar las espadas, como hoy las conocemos, es más bien xiphos, que formaba parte del equipamiento de los hoplitas en la guerra. A menudo se representaba a Tánatos, el dios de la muerte, armado de un xiphos para cortar un mechón de cabello a los que estaban a punto de morir. Hacia el siglo VI a.C. se introduce el kópis, que después cobró especial popularidad sobre todo en Macedonia, y cuya hoja podía llegar a medir hasta 65cms.

Por supuesto que estas no son las únicas espadas asociadas a mitos y leyendas antiguas. En la mitología islandesa aparece Gram, la espada del héroe Sigmund, quien mató a un dragón con ella y se bañó con su sangre volviéndose inmortal. Entre los mitos japoneses se cuenta de la espada Ame-no-Habakiri, con la que Susano-o, deidad sintoísta de las tormentas, mató a Yamata-no-Orochi, la serpiente de ocho cabezas. Susano-o también regaló una espada a Amaterasu, la diosa del sol. Se trata de la espada Kusanaki-no-Tsurugi, la más famosa de la mitología japonesa, que tenía el poder de controlar el viento. El motivo de la muerte del dragón o la serpiente a manos del héroe será frecuente en la mitología, desde Apolo y la serpiente Pitón hasta San Jorge con su espada Ascalon, una de las cuatro espadas sagradas de la Biblia. Según la leyenda, de la sangre del dragón muerto por San Jorge brotó una rosa que el caballero regaló a una doncella.

En la Shanti Parva de los Mahabharata de la antigua India se cuenta también la historia de la espada Asi. Los dioses o devas estaban en lucha contra los demonios o asura. Los devas pidieron ayuda al dios supremo, Brahma, quien creó una bestia brillante con dientes afilados que después se convirtió en la espada Asi. En la mitología celta e irlandesa se menciona a Caladbolg, la mítica espada de Fergus mac Róich, el héroe del ciclo de Úlster. Caladbolg es tan bella que produce un arcoíris al balancearse y su fuerza es capaz de cortar las cimas de tres montañas. En Francia, dice la leyenda, San Miguel se le apareció a Juana de Arco y le dijo que fuera a buscar una espada en la iglesia de Santa Catalina de Fierbois. También se dice que la Cortana o Espada de la Misericordia, una de las cinco espadas ceremoniales que se usan en la coronación de los reyes británicos, tiene una pluma del arcángel Miguel en su empuñadura. En el Museo de Burgos y en la Real Armería del Palacio de Oriente de Madrid se conservan La Tizona y la Colada, las espadas con las que, cuenta el poema, el Cid Campeador realizó sus hazañas.

La lista podría seguir. Lo que nos importa es dar cuenta de todo un motivo mitológico, una constante y seductora narrativa que conjuga belleza y poder letal. Estas leyendas se expandieron por todo el mundo a partir de la Edad de Bronce, en un proceso en el que la literatura, oral y después escrita, jugó un protagónico papel propagador. Para la literatura europea, estas leyendas se extienden desde Hesíodo hasta Tolkien, si bien encuentran su apogeo en las sagas heroicas de la Edad Media, especialmente a partir del ciclo artúrico. Hay una relación como de atracción entre el héroe y su espada, en que el poder y la fuerza superior del héroe se transmiten a su arma, y esta es capaz de seguir transmitiéndolos indefinidamente. Relación refrendada por una voluntad sobrehumana: Dios, los dioses, oscilando entre el milagro y el portento. Desde luego que esta relación escapa a toda lógica, y obedece más bien a las caprichosas leyes del mito y del relato. A los antojadizos y volubles impulsos del imaginario popular. Un imaginario que continúa vigente en nuestro aquí y nuestro ahora.

 

Mariano José Nava Contreras: (Maracaibo, 22 de mayo de 1967) es un escritor, investigador y traductor venezolano especializado en estudios clásicos. Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Granada y profesor de la Facultad de Humanidades y Educación en la Universidad de Los Andes (ULA) desde 1991.

 

 

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