Modistos y costureras
El diseñador Lorenzo Caprile durante la presentación del programa ‘Maestros de la costura’ en Madrid.
El masculino ‘modisto’ vulnera el sistema igual que el femenino ‘portavoza’
El modista Lorenzo Caprile me insistió hace tiempo para que escribiera sobre el término “modisto”, del que él reniega. Lo fui dejando para mejor ocasión, y eso me hacía sentir en deuda con él. Me parecía una batalla perdida como tantas otras que en estos tiempos acaban produciendo vías de agua en el sistema de nuestra lengua. Pero quizás esa mejor ocasión sea ésta, a raíz de la polémica que ha desatado “portavoza”.
La respetada filóloga feminista Eulàlia Lledó ha escrito un artículo en el HuffPost español donde señala que “portavoz” es una palabra de género común (es decir, que vale tanto para hombres como para mujeres, lo mismo que “modelo” o “corresponsal”, pongamos por caso) y por tanto no necesita la adición de una a para el femenino. Pero le opone el caso de “modista”, que cumplía la misma condición de “portavoz” como sustantivo de género común y que sin embargo se consagró en el Diccionario de 1984 con la opción «modisto» para designar a hombres con ese oficio. Ella sugiere que la influencia de los modistas para no ser equiparados con las modistas de toda la vida propició que se aceptara la modificación, mientras que con “portavoza” parece producirse la presión contraria.
El sistema lingüístico del español contiene entre sus herramientas el sufijo -ista, que forma una sola pieza. Es decir, esa letra a con la que termina no es una marca de género, sino una parte solidaria en el engranaje del elemento, igual que sus compañeras la i, la s o la t. Salvo en “modista”, que se puede convertir en “modisto”, ninguna otra palabra del español general con esa sufijación forma una alternativa en masculino: idealista, socialista, anarquista, taxista o especialista, entre algunos centenares de términos posibles en nuestra lengua.
Por tanto, la creación de “modisto” provoca un fallo en el sistema, igual que lo haría “portavoza”, que además en su segundo elemento incurriría en doble femenino (pues “voz” ya tiene ese género).
El problema que se deduce de lo que plantea Lledó reside en si pueden escandalizarse ante “portavoza” quienes defienden “modisto”. Y a mi entender, tiene toda la razón.
El Libro de estilo de EL PAÍS dice sobre “modista”: “Aunque la Academia admite también ‘modisto’ debido a su extendido uso, en EL PAÍS debe escribirse ‘el modista’, como ‘el periodista’, ‘el electricista’, etcétera, pues la palabra se forma sobre la base ‘moda’ y el sufijo ‘-ista’, que denota oficio o profesión y construye palabras de género común”.
Así pues, el manual de este diario rechaza desde hace decenios “modisto”. Pero se trata sólo de estilo, es decir, una elección propia; encaminada a evitar cierto sexismo que se puede deducir del deseo de algunos diseñadores de no alinearse con la tradicional modista de barrio; a la que el diccionario académico de 1884 retrataba así: “Mujer que tiene por oficio cortar y hacer vestidos y adornos para las señoras”.
Antes de incorporarse esa definición, se describía a la modista como “la que tiene tienda de modas”; porque entonces quienes componían o arreglaban vestidos se llamaban a su vez “costureras”.
El prestigio de la palabra “modista” fue creciendo, gracias a la categoría de muchos diseñadores y diseñadoras, pero quizás aquéllos, como explica Lledó, quisieron separarse del recuerdo histórico de costureras y modistillas. Desde luego, Lorenzo Caprile no figura en ese grupo.
Deuda saldada.