Moisés Naím: De regreso
Nigel Farage y Donald Trump, durante un mítin celebrado en agosto en Jackson (Mississippi). GERALD HERBERT AP
La normalización de lo excepcional es una importante característica de este tiempo
Pasé más de seis meses sin escribir mi columna de los domingos. La suspendí temporalmente para dedicarme a terminar un libro y una serie de televisión en los cuales he estado trabajando desde hace un par de años. Concluida la tarea, aquí estoy, de regreso.
Durante esos meses, fueron muchas las veces en que me sentí tentado a reaccionar por escrito ante los muchos eventos insólitos con los que nos ha sorprendido el mundo. De la desconcertante llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE UU (que no vi venir), a las cruentas masacres en Siria, y de la derrota de importantes referendos en el Reino Unido, Colombia e Italia a la intromisión de Rusia en las presidenciales norteamericanas. Y, por supuesto, la gran ansiedad populista. Me refiero al creciente temor de que en un país tras otro lleguen al poder individuos y grupos políticos que intenten, o logren, reemplazar el defectuoso orden político, social y económico de su país por un esquema que termina siendo aún peor.
Pero quizás lo más interesante —y lo más peligroso – que está pasando es la frecuencia con la cual acontecimientos inéditos y situaciones excepcionales se han vuelto comunes. La normalización de lo excepcional es una importante característica de este tiempo. Se ha hecho normal, por ejemplo, que sucesos absolutamente irrelevantes reciban más atención que otros de gran importancia para el mundo. El pasado 13 de diciembre, por ejemplo, el noticiero estelar de la cadena de televisión estadounidense ABC incluyó la noticia de que el presidente electo, Donald Trump, se había reunido ese día con el rapero Kanye West, esposo de la muy famosa Kim Kardashian. ¿El tema de la reunión? “Asuntos multiculturales”, según un tuit del señor West. “La vida”, según dijo Trump.
Ese mismo día había tomado posesión de su cargo el nuevo secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, el portugués Antonio Guterres, evento que no fue de mayor interés para los medios. La ONU no tiene muy buena reputación, pero sin duda lo que allí pasa tiene más importancia para todos nosotros que la visita de Kanye West a Donald Trump.
Esta preferencia de los medios por recoger lo popular, lo sensacional y lo divertido más que lo importante y aburrido no es nueva. Pero en los últimos tiempos esta tendencia ha llegado a su máxima expresión. La mejor evidencia de ello es la popularización de las “noticias falsas”. Estas son “noticias” totalmente inventadas o tergiversaciones de hechos reales que sus creadores ponen a circular a través de las redes sociales. Para muchos, Facebook o Twitter se han constituido en la principal, cuando no la única, fuente de información. El portal BuzzFeed, encontró que en los últimos tres meses de la campaña electoral de EE UU, las 20 noticias falsas más populares en Facebook fueron más vistas, recomendadas y reproducidas que las 20 noticias verídicas más importantes publicadas por los medios tradicionales de mayor renombre, como el New York Times o el Washington Post.
Los titulares de algunas de las noticias falsas que más circularon fueron: “El papa Francisco apoya a Donald Trump”, “Hillary vendió armas al ISIS”, “Hallado muerto un agente del FBI sospechoso de haber filtrado información crítica contra Hillary Clinton”.
Uno de los aspectos más graves de todo esto es la normalización de la mentira. Antes como candidato y ahora como presidente electo, Donald Trump se ha caracterizado por inventar hechos, falsear datos y, más directamente, mentir. Todos los políticos suelen a exagerar, distorsionar y, en algunos casos extremos, son propensos a mentir con desfachatez. Pero aceptar la mendacidad como un elemento más del estilo personal y constante de un líder político no era normal. Ahora lo es.
Pero de todas las situaciones excepcionales que ya tratamos como “normales”, no hay ninguna más amenazante que el calentamiento global. El 2016 fue el año más caliente desde 1880. El récord anterior lo tenía el 2015. Y antes el 2014. Los diez años más calientes de la historia han ocurrido después de 1998. Así, se ha hecho normal que, cada año, la temperatura media de la superficie del planeta sea la más alta hasta ahora. De hecho, esta normalización del cambio climático ha llegado hasta el punto de que la desaparición de enormes superficies de hielo polar no causa mayor conmoción en la opinión pública. Por ejemplo, en los mismos días en que Kanye West se reunió con Donald Trump, los científicos anunciaron que la capa de hielo polar se había reducido en un tamaño equivalente a la superficie de la India.
Una de las personas que no está alarmada por estas transformaciones es Donald Trump. El presidente electo de Estados Unidos, negando la evidencia científica, ha dicho que el cambio climático es un fraude del Gobierno chino para perjudicar a su país. Antes, despreciar la ciencia no era ni aceptable, ni normal. Ya no es así.
La normalización de lo excepcional nos amenaza a todos.
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