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Monday, Monday / Alma Delia Murillo: Esa Voz

divas

Janis Joplin y Amy Winehouse

Estimados amigos de «Monday, Monday»:

Revisando posibles materiales para incluir en la sección -sé que tengo varias deudas pendientes, como subir más baladas de los sesenta, concluir por fin un especial sobre baladistas franceses, o un homenaje al gran Dámaso Pérez Prado y a otros músicos latinoamericanos de las grandes ligas musicales- me encontré con este hermoso texto de la escritora mexicana Alma Delia Murillo, autora, por ejemplo, de la novela «Las noches habitadas» (2015). De ella ya hemos publicado en el blog varias notas, que aparecen regularmente en el diario digital mexicano «Sin Embargo». Y es que, mostrándonos habitualmente una recta de cien millas -permítanme quienes no pertenecen a la cultura del béisbol que use esa metáfora muy descriptiva de sus dones con una pluma de ave, pluma metálica, cálamo, bolígrafo,  marcador, lápiz, tecla de computador o lo que sea que ella usa para  sus muy apreciadas creaciones- con esta nota en verdad ella la sacó del estadio, y con las bases llenas. 

Amigo lector, estas líneas están dedicadas a tres grandes cantantes de la música, que vivieron su grandeza en medio de una vida que nosotros, como dice Alma Delia, «los normales«, no conocemos, porque no nos hemos  acercado al fuego, y le hemos pedido a ellas que nos muestren cómo se puede vivir en tragedia y cantar como  diosas: NINA SIMONE, JANIS JOPLIN y AMY WINEHOUSE.

Simone, Joplin y Winehouse tienen una característica esencial: una voz inigualable, incomparable. Si hubiera que buscar una palabra que las define en su voz, en sus interpretaciones, es pasión. 

Las muertes de Janis Joplin y Amy Winehouse tienen como lugar común el peligro de las adicciones: heroína, en el caso de Joplin, alcohol y drogas fuertes, como el crack, en el caso de la inglesa.

Nina Simone es, de las tres, la única que no murió joven. Nacida en Carolina del Norte, falleció en 2003, en Carry-Le-Nouet, Francia, a sus 70 años (dejó su país en 1969, tras el asesinato de Martin Luther King). Era llamada la «High Priestess of Soul» (la gran sacerdotisa del soul). 

Janis Joplin nace en Port Arthur, Texas, y fallece en Los Angeles, California, a los 27 años, en 1970. Fue un símbolo femenino de la contracultura de los ‘60 y la primera mujer, con todo el mérito del mundo, en ser considerada una gran estrella del rock and roll. En 1971, seis semanas después de su muerte, salió el disco Pearl; fue un éxito y se mantuvo en el número uno de ventas durante 14 semanas.

Amy Winehouse muere en 2011, con la misma edad de Joplin, 27 años. una cantante y compositora británica, nativa de Londres, de familia judía, destacó por sus mezclas de diversos géneros musicales, incluidos entre ellos el jazz, R&B, soul y ska. En febrero de 2007 ganó el BRIT Award a Mejor Artista Británica. Su álbum Back to Black posteriormente se convirtió en el álbum más vendido del siglo XXI del Reino Unido.

Una aclaratoria final: a continuación tienen videos de Janis Joplin y Amy Winehouse. Ambos fueron escogidos por mí. Prefiero colocarlos en este introito porque el texto original de Alma Delia solo incluye el video de Nina Simone, y no quiero generar la impresión de que las canciones seleccionadas por mí para Joplin y Winehouse cuentan con la aprobación de la autora de la nota. En el caso de Joplin, lamentablemente, una buena parte de los videos que subsisten son de muy baja calidad. 

 

Janis Joplin, en Frankfurt, Alemania en 1969. Canta «Piece of my heart», e invita a parte del público a subir al escenario junto a ella. 

 

 

 

Amy Winehouse junto a Tony Bennett en una versión fantástica de una de las grandes baladas de jazz: Body and Soul.

 

 

Sin más, aquí les dejo con un Monday, Monday muy especial, con la música de Nina Simone, Janis Joplin y Amy Winehouse, y con las palabras de Alma Delia Murillo. 

Marcos Villasmil / América 2.1

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ESA VOZ – Alma Delia Murillo

 

Nina Simone

 

Se desea el infinito cuando no se está lleno, cuando se va por la vida con una oquedad inmensa en el pecho. Y así se ama, inconmensurablemente.
Y así esperamos que nos amen.

Llevo toda la tarde escuchando una playlist que armé con canciones de Nina Simone, Janis Joplin y Amy Winehouse. Le llamé Rotas.
Y, durante algunos segundos, traté de imaginar qué se dirían en una conversación.
Están los naturales del amor y los que nacimos fuera del amor y luego hemos llegado a él así, bastardos, con la cruz del abandono o del rechazo en la frente.

Pronto me di cuenta de que no podía pensar en lo que ellas dirían de sí mismas, sino en lo que su existencia –o la existencia de personajes similares– dice de nosotros, los “normales”.
Y es que la historia de sus vidas habla de ellas, desde luego, pero también habla de nosotros, la colectividad que contempla y demanda de esos seres extraordinariamente vivos y extraordinariamente talentosos, que nos acerquen al fuego, que nos permitan presenciar la combustión de la que nosotros nunca seremos capaces.

Debe ser imposible respirar llevando a cuestas la tragedia de no pertenecer a nada y al mismo tiempo tener algo que todos quieren de ti. La insostenible tragedia de que los demás quieran viajar a través de tu herida para llegar a su propia emocionalidad.
Porque nosotros, los espectadores que tenemos un comportamiento normal y una vida normal, necesitamos –más que espectáculo– esencia, carne, vértigo; necesitamos asomarnos a la ventana del abismo de los que están dispuestos a abismarse.

Una angustia legionaria, una herida bien alojada y talento. Qué difícil ha de ser bancársela si esas son las cartas que te tocaron en el juego, pienso.
Escuchando sus voces fascinantes siento algo diferente cada vez: ternura, inquietud, furia, amor. Pero mirándolas en la pantalla dan ganas de levantarse, saltar y bailar –o retorcerse como ellas al ritmo de su canto casi tribal.

Las he visto montones de veces en videos y no hace mucho me di un atracón con sus respectivos documentales biográficos: What happened, Miss Simone? (Liz Garbus, 2015); Amy, the girl behind the name (Asif Kapadia, 2015) y Janis Joplin, Little Blue Girl (Amy Berg, 2015).
Y si la resonancia de una aguda vitalidad acribillando su interior me llega a través de un artefacto, no puedo evitar preguntarme ¿cómo habrá sido escuchar a Janis Joplin en un concierto? ¿cómo sería estar a cinco mesas del piano de Nina Simone en algún bar?, ¿recibir la voz reptante de Amy cuando todavía podía cantar en vivo?

¿Cómo sería vivir a su lado?
Pienso en sus cercanos, en toda la gente que peleaba por un pedazo de ellas; debe ser desquiciante sentir que hay multitudes pidiendo algo de ti pero que no haya quien duerma contigo.
Las tres murieron en su cama, solas, mientras ¿dormían? ¿soñaban? ¿qué soñaría Janis Joplin en su último sueño? ¿soñaría Amy con una palabra que iba a convertir en la primera línea de su próxima canción?
Ansiolíticos, antidepresivos, heroína, vodka, ataques de ira: esa era su lista de pendientes infernales por resolver.
Lo sé, sin dudarlo, preferimos una lista que diga: súper, alquiler, verificación del coche, escuela de los niños. Ni cómo juzgar la funcional elección que la mayoría hacemos. Y así está bien, así estamos medianamente bien.
Pero es que esa voz que nace de una herida, de una carencia, posibilita una completitud que tal vez nosotros, en la medianía de nuestro bienestar, nunca conoceremos.

Dicen que Nina Simone dijo que de no haber tenido un piano que la salvara, se habría convertido en asesina.
Qué triste ironía, me digo, ellas nos salvan a nosotros de esta cordura estándar, de este índice de emocionalidad normal y aún así tuvieron que cumplir su condena. Y de qué manera.

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