MONDAY, MONDAY: B.B. King – In Memoriam
Ha fallecido en Las Vegas, a los 89 años un grande entre los grandes de la música, uno de los más extraordinarios intérpretes y compositores del blues: B. B. KING. América 2.1 se une a los amantes de la música en todo el mundo, que recuerdan con cariño y despiden con pesar al genial guitarrista norteamericano.
King, además de ingresar al Salón de la Fama del Rock and Roll y al Salón de la Fama del Blues, recibió la Medalla Nacional de las Artes, la Medalla Presidencial de la Libertad, y ganó más de una docena de premios Grammy, incluyendo el premio del Salón de la Fama de los Grammy por su canción «The thrill is gone.» Vinculado íntimamente con el desarrollo y popularización del blues, logró asimismo unir su poderosa emoción con las estructuras más complejas del jazz.
B.B. KING ejerció una enorme influencia no solo en algunos de los más importantes guitarristas de rock -es conocida su profunda y fecunda amistad con el gran guitarrista británico ERIC CLAPTON- sino que fue una de las figuras decisivas en el desarrollo de la moderna música popular. Con Clapton hizo múltiples grabaciones, participando siempre en el festival benéfico «Crossroads», que Clapton organiza anualmente y en el cual participan los mejores guitarristas de rock y blues del mundo. Entre esas grabaciones de ambos destaca sin duda alguna «Riding with the King».
Para la revista Rollling Stone King es el más grande guitarrista de la historia.
A continuación, compartimos el obituario que publicara el New York Times. Colocamos primero la traducción castellana, luego el texto original en inglés. Asimismo, videos con algunas de sus canciones más reconocidas.
Como abreboca, una extraordinaria versión de una de sus canciones emblemáticas (y una de mis favoritas de siempre), «How Blue Can You Get». La grabación fue hecha el 22 de septiembre de 1985, en Champaign, Illinois, en el concierto benéfico anual «Farm Aid», que busca ayudar a familias campesinas en problemas. Se puede observar algo que la nota del New York Times destacará sobre la popularidad de King: el público es mayoritariamente joven, y blanco.
Y aquí puede verse el video-clip de la canción «Riding with the King»:
B. B. King, será siempre extrañado, en especial por quienes pensamos que la música negra norteamericana es vanguardia y ejemplo de lo mejor de las artes del siglo XX.
Marcos Villasmil/América 2.1
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B. B. King, el músico que por generaciones definió el blues, fallece a los 89 años
B. B. King, poseedor de una voz cansada de lo mundano y de una guitarra plañidera que lo llevaron de los campos de algodón de Mississippi a escenarios globales y a la cúspide del blues norteamericano, falleció el pasado jueves en Las Vegas. Tenía 89 años.
En su página web se reportó su fallecimiento mientras dormía.
El Sr. King armonizó el country blues con los ritmos de la gran ciudad, y creó un sonido reconocible instantáneamente por millones: una guitarra punzante con un vibrato fulminante, notas que se enroscaban y saltaban como un animal, y una voz que gemía y se doblegaba ante el peso del deseo, la nostalgia y el amor perdido.
“Quería conectar mi guitarra con los sentimientos humanos”, afirmó en su autobiografía de 1996 “Blues all around me” (Blues a mi alrededor), escrita con David Ritz.
En sus presentaciones, su canto y sus solos fluían entre sí, mientras él escurría notas de su guitarra, vibrando su mano como si estuviera herida, y su rostro una máscara de sufrimiento. Muchas de sus canciones –como su mayor éxito, “The thrill is gone” (“viviré aún/pero muy solitario estaré”), eran poemas de dolor y perseverancia.
El historiador de la música Peter Guralnick afirmó que King ayudó a expandir la audiencia del blues a través de “la finura de su interpretación, la absorción de múltiples influencias no simplemente provenientes del blues, modales dignos y corteses, y un deseo de adaptarse a nuevas audiencias, ofreciéndoles algo a lo que podían conectarse.”
Las siglas B. B. significaban “Blues Boy”, un nombre asumido por él cuando saboreó la fama por primera vez en la década de los cuarenta. Sus pares eran músicos de blues como Muddy Waters y Howlin’ Wolf, cuyos sobrenombres encajaban a la perfección con sus accidentadas vidas. Pero él nació siendo un King, aunque en una cabaña de aparceros, rodeado de jornaleros en extrema pobreza y ricos terratenientes.
B. B. King salió de gira y nunca regresó luego de que una de sus primeras grabaciones alcanzara los primeros puestos de las listas de venta de rhythm-and-blues en 1951. Sus comienzos fueron en bares, salones de baile y clubes nocturnos de gueto, tocando 342 veces en 1956, y entre 200 y 300 shows por año durante el siguiente medio siglo, ascendiendo hasta llegar a salas de concierto y casinos prestigiosos y al reconocimiento mundial.
Fue acogido por los simpatizantes del rock’n’roll de los sesenta y setenta, que mantuvieron una lealtad inquebrantable con el paso de los años. Su estilo interpretativo influenció a muchos de los más reconocidos guitarristas de rock, incluyendo a Eric Clapton y Jimi Hendrix.
B. B. King afirmó en una entrevista de Tv de 2003 que su éxito comercial comenzó gracias a una actuación en el Fillmore West, el palacio del rock en San Francisco, en 1968. Varios años antes, recordaba, lo habían presentado en un elegante club de Chicago de esta manera: “O.K., amigos, es la hora de los intestinos de cerdo y las coles rizadas, las patas de cerdo y las sandías, porque aquí está B. B. King.” King se molestó.
Al ver filas de “blancos con pelo largo” afuera del Fillmore, le dijo a su jefe de giras, “pienso que nos contrataron en el sitio equivocado.” Pero entonces el promotor, Bill Graham, lo presentó a una multitud que había agotado las entradas: “damas y caballeros, les presento al presidente de la junta directiva, B. B. King.”
“Todos se pusieron de pie, y yo comencé a llorar”, dijo King. “Ése fue el comienzo de todo.”
En su cumpleaños ochenta era varias veces millonario. Era dueño de una mansión en Las Vegas, con un closet lleno de smokings bordados y de chaquetas, una cadena de clubes nocturnos con su nombre (incluyendo uno muy popular en la calle 42 de Manhattan) y tenía la satisfacción personal y profesional de haber perdurado.
En medio de todo, él nunca abandonó al gran amor de su vida, su guitarra. Contó esta anécdota mil veces: Tocaba en una sala de baile en Twist, Arkansas, a comienzos de los cincuenta, cuando dos hombres se enfrascaron en una pelea y tumbaron una estufa de kerosén. King huyó del fuego, pero de pronto recordó a su guitarra de 30 dólares. Regresó al edificio en llamas para rescatarla.
Luego oyó que el pleito había sido a causa de una mujer llamada Lucille. Por el resto de su vida sus guitarras se llamaron Lucille; eran Gibsons grandes, con curvas como cadera de mujer.
Se casó dos veces, con poco éxito, siendo legalmente soltero desde 1966; según su propia cuenta tuvo 15 hijos con 15 mujeres distintas. Pero a su lado siempre estaba una Lucille.
Riley B. King (la B intermedia al parecer no significaba nada) nació el 16 de septiembre de 1925, hijo de Alberto y Nora Ella King, ambos aparceros, en Berclair, un poblado de Mississippi en las afueras de la pequeña localidad de Itta Bena. Sus recuerdos de la Depresión incluían la música góspel, el sonido rasgado de los discos de blues de 78 rpm, el sudor del trabajo desde el amanecer hasta el anochecer, y la escena de un hombre negro linchado por una multitud blanca.
A comienzos de 1940 su madre había muerto y su padre se había ido. Estaba solo y con 14 años, “trabajando un acre de algodón, viviendo de un préstamo de 2.50 dólares mensuales”, escribía Dick Waterman, un estudioso del blues. “Cuando la cosecha fue recogida, Riley terminó su primer año de independencia debiéndole a su casero 7.54 dólares.”
Una revelación se produjo en noviembre de 1941: comenzó a transmitirse el programa “King Biscuit Time”, por la emisora de radio KFFA, en Helena, Arkansas. Era el primer programa de radio que transmitía el llamado blues del Delta de Mississippi, y el joven Riley King lo oía durante su hora de almuerzo en la plantación. Un guitarrista autodidacta, supo entonces lo que quería ser cuando creciera: un músico que sonara en la radio.
El programa King Biscuit presentaba a Rice Miller, un primigenio músico de blues, y uno de los dos artistas que tocaron bajo el nombre de Sonny Boy Williamson. Luego de servir en el ejército y casarse con su primera esposa, Martha Denton, King, de 22 años, fue a buscar a Miller a Memphis para solicitarle trabajo. Memphis, y su centro musical, la calle Beale, quedaban a 130 millas del lugar de nacimiento de King, pero a él le pareció la capital del mundo.
Miller tenía dos presentaciones programadas, una en Memphis y otra en Mississippi. Le dio a King la oportunidad de reemplazarlo en el trabajo de paga inferior, 12.50 dólares. Él ganaba 5 dólares al día en la plantación. Nunca regresó a su tractor.
Fue todo un éxito, y rápidamente se convirtió en un popular disc jockey de blues en una emisora de radio de Memphis, WDIA. “Antes de Memphis”, escribió en su autobiografía, “yo ni siquiera tenía un tocadiscos. Ahora estaba sentado en un cuarto con miles de discos y la posibilidad de tocarlos cuando quisiera. Yo era como un niño en dulcería, que podía comer lo que deseara. Yo me atraganté.”
En Memphis se habían escuchado cinco décadas de blues: sonidos country del Delta, boogie-woogie de taberna, “jumps and shuffles”, y “gospel shouts”. Él se apropió de todos. Oyendo discos, absorbió los sonidos de big-band de Count Basie, el jump blues de Louis Jordan, los estilos de guitarra eléctrica del jazzista Charlie Christian y del músico de blues T-Bone Walker.
En el aire, en Memphis, le pusieron el sobrenombre de “Beale Street Blues Boy” (El chico del blues de la calle Beale). De allí pasó a ser Blues Boy, que se convirtió luego en B. B.. En diciembre de 1951, dos años después de llegar a Memphis, produjo un disco sencillo, “Three O’Clock Blues,” que logró mantenerse en el primer lugar de las listas de rhythm-and-blues por quince semanas. (N. del T.: «Three O’Clock Blues» forma parte del ya mencionado disco «Riding with the King», grabado por B.B. King y Eric Clapton, en el año 2000.)
La grabación original de «Three O’Clock Blues». Observa las fotos del joven Riley King, el «Blues Boy»:
Comenzó entonces una gira por los escenarios más importantes para un músico de blues: el teatro Apollo en Harlem, el teatro Howard en Washington, el Royal en Baltimore. Para el momento en que su esposa se divorció, luego de ocho años, estaba tocando en un promedio de 275 funciones al año, en el llamado “circuito chitlin’.”
Hubo tiempos duros, como por ejemplo cuando el blues pasó de moda en la audiencia joven negra, a comienzos de los sesenta. King nunca olvidó el abucheo que recibió en el teatro Royal, de adolescentes que preferían los sonidos más dulces de Sam Cooke.
“No conocían el blues”, afirmó 40 años después. “Les habían enseñado que el blues estaba en el lugar más bajo de la escalera social, era tocado por esclavos, y ellos no querían pensar en ese asunto.”
Su segundo matrimonio, con Sue Hall, también duró ocho años, finalizando en divorcio en 1966. Respondió con su grabación más conocida, “The Thrill Is Gone,” un blues de tono menor, sobre haber amado y haber perdido. Fue co-escrito y grabado originalmente en 1951 por otro cantante de blues, Roy Hawkins, pero King lo hizo suyo.
A continuación, «The Thrill is Gone», en el Festival de Jazz de Montreux, Suiza, en 1993:
El éxito de “The Thrill Is Gone” coincidió con un aumento de la popularidad del blues entre una audiencia joven y blanca. King comenzó a tocar en festivales de música folk y en auditorios universitarios, conciertos de rock y complejos turísticos, así como a aparecer en “The Tonight Show.”
Aunque nunca tuvo otro éxito tan grande, delante de él tuvo más de cuatro décadas de giras. Finalmente tocó en todo el mundo, Rusia y China, Europa y Japón. Su calendario de giras, al cumplir 81 años, incluyó nueve ciudades en dos semanas en Dinamarca, Bélgica, Holanda, Alemania, Francia y Luxemburgo. A pesar de los problemas de salud, mantuvo una abultada programación de giras hasta el 2014.
Además de ganar más de una docena de premios Grammy (incluyendo un premio honorífico por su trayectoria), tener su estrella en el Hollywood Boulevard y haber ingresado a los Salones de la Fama del Rock and Roll y del Blues, B. B.King recibió en 1995 el Kennedy Center Honors y la Medalla Presidencial de la Libertad en 2006, premios raramente asociados con el blues. En un diálogo público con William Ferris, director de la Fundación Nacional para las Humanidades, contó la forma en que llegó a ser un cantante de blues.
“Creciendo en una plantación de Mississippi, trabajaba de lunes a sábado al mediodía; iba al pueblo el sábado por la tarde, me sentaba en una esquina y comenzaba a tocar y cantar.”
“Colocaba un sombrero o una caja delante de mí. La gente que solicitaba una canción góspel era muy amable, y decía: “ Hijo, eres muy bueno. Sigue adelante. Algún día serás grande.” Pero nunca ponían nada en el sombrero.
“Pero la gente que pedía les cantara una canción de blues dejaban propina y quizá una cerveza. Siempre hacían algo por el estilo. Algunas veces ganaba entre 50 y 60 dólares en una tarde de sábado. Ahora sabe por qué soy un cantante de blues.”
Traducción: Marcos Villasmil
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Finalmente, una versión muy especial de «The Thrill is Gone», en el festival Crossroads de 2010. A la derecha de King están Eric Clapton, Robert Cray y Jimmie Vaughan.
EL TEXTO ORIGINAL DEL NY TIMES:
B. B. King, Defining Bluesman for Generations, Dies at 89
B. B. King, whose world-weary voice and wailing guitar lifted him from the cotton fields of Mississippi to a global stage and the apex of American blues, died Thursday in Las Vegas. He was 89.
It was reported on Mr. King’s Web site that he died in his sleep.
Mr. King married country blues to big-city rhythms and created a sound instantly recognizable to millions: a stinging guitar with a shimmering vibrato, notes that coiled and leapt like an animal, and a voice that groaned and bent with the weight of lust, longing and lost love.
“I wanted to connect my guitar to human emotions,” Mr. King said in his autobiography, “Blues All Around Me” (1996), written with David Ritz.
In performances, his singing and his solos flowed into each other as he wrung notes from the neck of his guitar, vibrating his hand as if it were wounded, his face a mask of suffering. Many of the songs he sang — like his biggest hit, “The Thrill Is Gone” (“I’ll still live on/But so lonely I’ll be”) — were poems of pain and perseverance.
The music historian Peter Guralnick once noted that Mr. King helped expand the audience for the blues through “the urbanity of his playing, the absorption of a multiplicity of influences, not simply from the blues, along with a graciousness of manner and willingness to adapt to new audiences and give them something they were able to respond to.”
B. B. stood for Blues Boy, a name he took with his first taste of fame in the 1940s. His peers were bluesmen like Muddy Waters and Howlin’ Wolf, whose nicknames fit their hard-bitten lives. But he was born a King, albeit in a sharecropper’s shack surrounded by dirt-poor laborers and wealthy landowners.
Mr. King went out on the road and never came back after one of his first recordings reached the top of the rhythm-and-blues charts in 1951. He began in juke joints, country dance halls and ghetto nightclubs, playing 342 one-night stands in 1956 and 200 to 300 shows a year for a half-century thereafter, rising to concert halls, casino main stages and international acclaim.
He was embraced by rock ’n’ roll fans of the 1960s and ’70s, who remained loyal as they grew older together. His playing influenced many of the most successful rock guitarists of the era, including Eric Clapton and Jimi Hendrix.
Mr. King considered a 1968 performance at the Fillmore West, the San Francisco rock palace, to have been the moment of his commercial breakthrough, he told a public-television interviewer in 2003. A few years earlier, he recalled, an M.C. in an elegant Chicago club had introduced him thus: “O.K., folks, time to pull out your chitlins and your collard greens, your pigs’ feet and your watermelons, because here is B. B. King.” It had infuriated him.
When he saw “long-haired white people” lining up outside the Fillmore, he said, he told his road manager, “I think they booked us in the wrong place.” Then the promoter Bill Graham introduced him to the sold-out crowd: “Ladies and gentlemen, I bring you the chairman of the board, B. B. King.
“Everybody stood up, and I cried,” Mr. King said. “That was the beginning of it.”
By his 80th birthday he was a millionaire many times over. He owned a mansion in Las Vegas, a closet full of embroidered tuxedoes and smoking jackets, a chain of nightclubs bearing his name (including a popular room on West 42nd Street in Manhattan) and the personal and professional satisfaction of having endured.
Through it all he remained with the great love of his life, his guitar. He told the tale a thousand times: He was playing a dance hall in Twist, Ark., in the early 1950s when two men got into a fight and knocked over a kerosene stove. Mr. King fled the blaze — and then remembered his $30 guitar. He ran into the burning building to rescue it.
He learned thereafter that the fight had been about a woman named Lucille. For the rest of his life, Mr. King addressed his guitars — big Gibsons, curved like a woman’s hips — as Lucille.
He married twice, unsuccessfully, and was legally single from 1966 onward; by his own account he fathered 15 children with 15 women. But a Lucille was always at his side.
Riley B. King (the middle initial apparently did not stand for anything) was born on Sept. 16, 1925, to Albert and Nora Ella King, both sharecroppers, in Berclair, a Mississippi hamlet outside the small town of Itta Bena. His memories of the Depression included the sound of sanctified gospel music, the scratch of 78-r.p.m. blues records, the sweat of dawn-to-dusk work and the sight of a black man lynched by a white mob.
By early 1940 Mr. King’s mother was dead and his father was gone. He was 14 and on his own, “sharecropping an acre of cotton, living on a borrowed allowance of $2.50 a month,” wrote Dick Waterman, a blues scholar. “When the crop was harvested, Riley ended his first year of independence owing his landlord $7.54.”
In November 1941 came a revelation: “King Biscuit Time” went on the air, broadcasting on KFFA, a radio station in Helena, Ark. It was the first radio show to feature the Mississippi Delta blues, and young Riley King heard it on his lunch break at the plantation. A largely self-taught guitarist, he now knew what he wanted to be when he grew up: a musician on the air.
The King Biscuit show featured Rice Miller, a primeval bluesman and one of two performers who worked under the name Sonny Boy Williamson. After serving in the Army and marrying his first wife, Martha Denton, Mr. King, then 22, went to seek him out in Memphis, looking for work. Memphis and its musical hub, Beale Street, lay 130 miles north of his birthplace, and it looked like a world capital to him.
Mr. Miller had two performances booked that night, one in Memphis and one in Mississippi. He handed the lower-paying nightclub job to Mr. King. It paid $12.50.
Mr. King was making about $5 a day on the plantation. He never returned to his tractor.
He was a hit, and quickly became a popular disc jockey playing the blues on a Memphis radio station, WDIA. “Before Memphis,” he wrote in his autobiography, “I never even owned a record player. Now I was sitting in a room with a thousand records and the ability to play them whenever I wanted. I was the kid in the candy store, able to eat it all. I gorged myself.”
Memphis had heard five decades of the blues: country sounds from the Delta, barrelhouse boogie-woogie, jumps and shuffles and gospel shouts. He made it all his own. From records he absorbed the big-band sounds of Count Basie, the rollicking jump blues of Louis Jordan, the electric-guitar styles of the jazzman Charlie Christian and the bluesman T-Bone Walker.
On the air in Memphis, Mr. King was nicknamed the Beale Street Blues Boy. That became Blues Boy, which became B. B. In December 1951, two years after arriving in Memphis, Mr. King released a single, “Three O’Clock Blues,” which reached No. 1 on the rhythm-and-blues charts and stayed there for 15 weeks.
He began a tour of the biggest stages a bluesman could play: the Apollo Theater in Harlem, the Howard Theater in Washington, the Royal Theater in Baltimore. By the time his wife divorced him after eight years, he was playing 275 one-night stands a year on the so-called chitlin’ circuit.
There were hard times when the blues fell out of fashion with young black audiences in the early 1960s. Mr. King never forgot being booed at the Royal by teenagers who cheered the sweeter sounds of Sam Cooke.
“They didn’t know about the blues,” he said 40 years after the fact. “They had been taught that the blues was the bottom of the totem pole, done by slaves, and they didn’t want to think along those lines.”
Mr. King’s second marriage, to Sue Hall, also lasted eight years, ending in divorce in 1966. He responded in 1969 with his best-known recording, “The Thrill Is Gone,” a minor-key blues about having loved and lost. It was co-written and originally recorded in 1951 by another blues singer, Roy Hawkins, but Mr. King made it his own.
The success of “The Thrill Is Gone” coincided with a surge in the popularity of the blues with a young white audience. Mr. King began playing folk festivals and college auditoriums, rock shows and resort clubs, and appearing on “The Tonight Show.”
Though he never had another hit that big, he had more than four decades of the road before him. He eventually played the world — Russia and China as well as Europe and Japan. His schedule around his 81st birthday, in September 2006, included nine cities over two weeks in Denmark, Belgium, the Netherlands, Germany, France and Luxembourg. Despite health problems, he maintained a busy touring schedule until 2014.
In addition to winning more than a dozen Grammy Awards (including a lifetime achievement award), having a star on Hollywood Boulevard and being inducted in both the Rock and Roll and Blues Halls of Fame, Mr. King was among the recipients of the Kennedy Center Honors in 1995 and was given the Presidential Medal of Freedom in 2006, awards rarely associated with the blues. In 1999, in a public conversation with William Ferris, chairman of the National Endowment for the Humanities, Mr. King recounted how he came to sing the blues.
“Growing up on the plantation there in Mississippi, I would work Monday through Saturday noon,” he said. “I’d go to town on Saturday afternoons, sit on the street corner, and I’d sing and play.
“I’d have me a hat or box or something in front of me. People that would request a gospel song would always be very polite to me, and they’d say: ‘Son, you’re mighty good. Keep it up. You’re going to be great one day.’ But they never put anything in the hat.
“But people that would ask me to sing a blues song would always tip me and maybe give me a beer. They always would do something of that kind. Sometimes I’d make 50 or 60 dollars one Saturday afternoon. Now you know why I’m a blues singer.”