Monday, Monday / Héctor Abad Faciolince: La pasión según San Mateo
Estaba preparando una nueva entrega musical, el siguiente número de «Monday, Monday» (que ha sido pospuesto para la semana que viene), y de repente recibo esta excelente nota de abajo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. Y no me quedó otra, tenía que publicarla en «Monday, Monday».
Hijo de los sesenta, fervoroso apasionado de su música, también soy desde joven aficionado a la música barroca. En mi lista de Grandes Ligas de sus autores más reconocidos incluyo a varios franceses, como Lully, Charpentier, Marais, o Jean-Philippe Rameau (mi favorito entre los galos), pero la Medalla de Oro se la lleva el ilustre autor cumbre de la música barroca (algunos dirán que de la música, punto), nacido en 1685 en Eisenach (hoy en el estado federado alemán de Turingia), Johann Sebastian Bach.
No voy a hacer hoy una pre-introducción a quien se merece un homenaje con todos los fuegos artificiales posibles. Queda para pronto. Lo aconsejable es, sin más demora, dejarlos disfrutar del hermoso texto de Héctor Abad Faciolince, dedicado a una obra monumental, la más extensa de Bach, «La pasión según San Mateo«. Y nos pide oigamos un aria ante la cual, incluso si no supiéramos qué está cantando la contralto, es imposible no conmoverse. Pero al conocer el texto, puede notarse la perfecta adecuación entre palabras y música.
Aquí tienen el texto en alemán y su traducción al español:
Erbarme dich, mein Gott,
Um meiner Zähren willen;
Schaue hier,
Herz und Auge Weint vor dir
bitterlich.
Erbarme dich!
Ten piedad de mí, Dios mío,
advierte mi llanto.
Mira mi corazón
y mis ojos que lloran
amargamente ante Ti.
¡Ten piedad de mí!
«La Pasión según San Mateo», ya reconocida y difundida, después de muchos años en la oscuridad, ha recibido elogios en todo el mundo. Hubert Parry (autor de la música de la muy popular melodía religiosa inglesa, «Jerusalem») la ha definido como «el más rico y noble ejemplo de la historia de la música sacra».
Afortunadamente, existen actualmente muchas y muy diversas interpretaciones de esta obra maestra (Wilhelm Furtwängler, Karl Richter, Otto Klemperer, Herbert von Karajan, Nikolaus Harnoncourt, Gustav Leonhardt, Frans Brüggen, Ton Koopman, John Eliot Gardiner, Peter Dijkstra, entre otros), que muestran el rico espectro de posibilidades de interpretación de esta pasión.
Marcos Villasmil / América 2.1
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La pasión según San Mateo
Héctor Abad Faciolince
Tal vez una de las creaciones más grandes y estremecedoras que se le hayan ocurrido nunca a una mente humana es un oratorio compuesto en Leipzig, Alemania, hace casi tres siglos: la Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach. Este monumento musical, que dura casi tres horas, fue creado (algunos prefieren decir que fue “descubierto” en una especie de mundo ideal donde existe la música perfecta) hacia 1727. Bach sabía que su obra era casi imposible de montar. La ciudad donde trabajaba no podía ofrecerle lo que necesitaba: tres coros, dos orquestas y seis solistas. Era tan difícil de interpretar esta obra en Leipzig, que Bach solo pudo oírla completa tres veces -si mucho cuatro- en su vida, siempre quejándose de los músicos y echando mano de toda su familia. Él era consciente, sin embargo, de haber creado algo grande. Lo demuestra el cuidado que dedicó al manuscrito de esta obra maestra.
Pese a su grandeza, la Pasión nunca llegó a imprimirse en vida de Bach, y por lo mismo se volvió casi secreta. Algunos de los 20 hijos de Johann Sebastian, cinco de ellos músicos también, creían que la música de su anciano padre era un poco pesada y pasada de moda. Y fue así como durante un siglo el gran oratorio de Bach fue olvidado y nunca volvió a tocarse completo. Si mucho, algún viernes santo, en las iglesias luteranas más ortodoxas, se cantaban partes del coro o algunas de sus arias. Un siglo de olvido para una de las máximas creaciones musicales de todos los tiempos. Incluso, para algunos entendidos, la más grande. Una grandeza que no alcanzó siquiera hasta la viuda de Bach, que murió en la indigencia.
Fue un músico romántico de origen judío, Felix Mendelssohn, niño prodigio y joven con inclinaciones más bien conservadoras en la música clásica, quien rescató, cuando tenía apenas veinte años, el gran Oratorio del viejo Bach. Según Mendelssohn, la obra de Johann Sebastian era muchísimo más rica y valiosa que las de sus hijos, y gracias a él, en 1829, se interpretó en Berlín buena parte de La Pasión según San Mateo. Poco después el mismo Mendelssohn consiguió que se imprimiera por primera vez. Ya por el solo hecho de haber rescatado y resucitado a Bach, la historia de la música tendría una deuda inmensa con Mendelssohn. Pero su propia obra es también extraordinaria. No obstante, a él le pasaría casi lo mismo que a su viejo maestro rescatado: por el hecho de preferir lo más clásico, contra las innovaciones, y sobre todo por su origen judío y la antipatía de compositores racistas como Wagner, también Mendelssohn desapareció del repertorio musical durante casi un siglo.
Pero volvamos al gran oratorio de Bach. Podrá parecer que hablar de una obra de hace tres siglos, hoy, en vez de referirme a los sucesos de esta semana (Obama en Cuba, la paz postergada en La Habana, la sangre infamemente derramada en Bruselas), es como evadir lo actual y lo urgente para irme por las ramas de lo intemporal. Tal vez no, sin embargo. Si no estoy mal, por estos días estamos en Semana Santa, y estoy terminando este artículo un viernes santo (que es cuando más se suele presentar en vivo la Pasión según San Mateo). Es más, acabo de salir de oírla en vivo en la Iglesia Grande de La Haya, con muy buena orquesta, coros y solistas. Sabía que al oírla, una vez más, me iba a conmover.
Pero si me emocionó tanto, y me parece tan actual, no es porque yo sea un creyente o un semanasanto de esos rezanderos que comulgan y se confiesan por pascua. No, no es por eso. Es porque este oratorio sobre un crimen injusto (el de un hombre bueno, sin culpas, hace dos mil años, en Jerusalem), nos habla también de lo actual y lo contemporáneo que acabo de citar: de un Obama que pide perdón, de un Castro que se traga sus diatribas, de unos fanáticos religiosos que matan inocentes, y de una paz que sería más fácil de alcanzar si más gente escuchara la música sublime de Bach. No rezo en Semana Santa. Pero oír a Bach nos reconcilia con el ser humano.