Monedero: de guerrero samurai a osito de peluche
UNA NOCHE lluviosa de noviembre asistí a una cena con Juan Carlos Monedero. Él no comió nada. Llegó, desplegó su cuaderno de notas y dio una clase magistral al puñado de personas que se habían dado cita para escucharle. Era un hombre seguro de sí mismo, satisfecho de ser el látigo de la casta, con la autoestima que proporcionan los libros leídos y subrayados, con sus gafas redondas de intelectual del siglo pasado, su fular de mercadillo al cuello, su chaleco de ruso revolucionario, orgulloso de su personaje televisivo. En dos horas, el profesor nos explicó su plan para cambiar el sistema político vigente en España y en Europa. Estaba seguro de que la sociedad demandaba remover los cimientos del 78. Y él -simpático y con una ironía mortal para sus adversarios- llevaba escrita en su cuaderno la fórmula del cambio.
La semana pasada volví a verle. Era otra persona. Un hombre herido, golpeado por la realidad, hastiado de la política, con la autoestima averiada y el gesto arrumbado por esos malditos 425.000 euros que destruyeron «al guerrero samurái dispuesto a golpear aunque sea con el escudo». Así es como Monedero define al personaje que él mismo encarnó en el libro de confesiones con el periodista Ramón Lobo. Un personaje que cobró vida propia al margen de la persona que lo interpretaba y que acabó por destruirlo sin haber siquiera rodado la primera temporada completa. Tan rápido fue su ascenso a los cielos como aparatoso ha sido su aterrizaje en la realidad.
Monedero, como el griego Varufakis, parecían tipos duros y se nos han revelado como dos ositos de peluche. Creímos que querían inspirar temor y resulta que lo que buscaban era cariño. Unos blandos. El carismático ministro griego se reunió con sus colegas del Eurogrupo que le pusieron a caldo. Salió y escribió un tuit doliente. No me quieren. Me odian. Pero hombre, ¿qué se creía que era el Eurogrupo? ¿Un encuentro de terapia emocional? La política no es como las clases de la universidad, donde las alumnas le ponían ojitos al profesor Varufakis que llegaba con su moto.
Monedero ha pasado en seis meses de sus cuadernos a la realidad. Seguramente tiene razón Pablo Iglesias en que no era una persona para la acción política, sino para los libros y para las tertulias de La Tuerka. «Sin amor no se puede hacer política», confiesa en el citado libro, donde se presenta como víctima de un brutal ataque de la casta y como «un cura sin dios que necesita la verdad para tener un poco de paz en el mundo». Podemos igual no, pero creo que la casta le va a echar de menos.