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Monsant Aristimuño / Palestra: Hasta Kabul Llegaron

El pasado lunes, oigo en la radio las últimas noticias del avance de los talibanes hacia Kabul; en ese momento el conductor del programa interroga a un ex coronel veterano de guerra – ¿Cree usted que esta derrota fue un nuevo Viet Nam para los Estados Unidos?, y el invitado se enreda un tanto, pero terminó afirmando que sí, y situaron la responsabilidad en el Presidente Biden.

Me decepcionaron ambos personajes que analizaron tan a la ligera, y con un dejo de ignorancia (aparentemente), el significado de la huida de Kabul del presidente Ashraf Ghani, su gabinete y militares afganos que desde el momento que se anunció la retirada de las tropas americanas y funcionarios de los países aliados de la OTAN, los talibanes en menos de una semana habían controlado los 655 mil kilómetros cuadrados del país.

Lo primero es asumir que es irresponsable, es criminal, agregar mayor división a un país ya fracturado desde que los supremacistas blancos asaltaron el Capitolio Nacional en Washington. Este no es un juego de lealtades o fanatismo entre Caracas y el Magallanes, tampoco una causa de honor tipo los Montesco y Capuletos; estamos en presencia de una ruptura de la paz mundial, que no está muy en paz de por sí, para reducir el drama humano que significa la toma del poder, por segunda vez, de los muyahines (estudiantes del Corán, que es lo que significa talibán) fanáticos religiosos que no se han desprendido de la Edad Media islámica.

Estos talibanes son los mismo que derrotaron a las tropas soviéticas en su territorio, cuando intentaron implantar el comunismo en un país rural, sin mayores riquezas e intercomunicación. Desde 1978 cuando se instaló en Afganistán un líder socialista y hubo resistencia, los talibanes se refugiaron en la vecina Pakistán donde recibieron apoyo, financiamiento, armamento y entrenamiento de los Estados Unidos y otros países de la OTAN como España, Alemania y Gran Bretaña.

En 1992 los soviéticos abandonaron la inconquistable región y los talibanes se instalaron en el poder para ejercer uno de los más despiadados y atrasados regímenes fundamentalistas, la sharía. En consecuencia, fue por definición antioccidental en sus valores políticos y culturales. Alentó el Califato Islámico, se alió a Irán, Hamás y Hezbollá y convirtió su territorio en refugio de terroristas; entre ellos a Osama Bin Laden, quien planificó y dirigió los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001. Atentados  que provocaron la inmediata respuesta del Presidente Bush con la invasión a Afganistán,  la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la participación de la OTAN,  guerra que duró hasta el 2014.

Desde esa fecha, cuando se instaló un gobierno no confesional, la OTAN anunció el retiro de sus tropas, seguido por la firma de un convenio de asistencia policial y militar. Mismo anuncio que hizo Estados Unidos encargado directamente de la conformación de una fuerza militar afgana, que llegó a tener cerca de 350.000 efectivos, en contraste con los 40 o 60 mil guerreros talibanes de diferentes tribus.

Posteriormente, el 29 de febrero de 2020 el gobierno de los Estados Unidos, presidido por Donald Trump, y los talibanes, firmaron en Doha, Qatar, el “Acuerdo Para traer la paz a Afganistán” que fijó el calendario para la retirada definitiva de las tropas, luego de 20 años de conflicto armado. Ese acto fue presidido por el Secretario de Estado Mike Pompeo, el enviado especial de Estados Unidos Zalmay Kahalil Zad y el líder talibán Abdul Ghani Baradar, con la sola exigencia de liberar a los más de cinco mil prisioneros y, de no usar el territorio afgano para proteger o perpetrar ataques terroristas a los Estados Unidos.

Cuatro presidentes estadounidenses han estado presentes en la Guerra afgana. Los tres últimos han prometido “sacar sus muchachos” de allí, luego de más de 3000 muertos, dos trillones de dólares invertidos e impuesto un modelo político occidental que no fue asimilado. Ante esta realidad, Putin calla o acepta, dado que tres países musulmanes hacen la frontera sur de Rusia y, la norte de Afganistán; y China asume los hechos para soslayar posibles conflictos religiosos en su basto país, con una población creciente islamita que no son los monjes del Tibet. ¿Y Europa, qué decir de Europa? que ya está invadida, como bien denunció la grande Oriana Fallaci, hace ya algunas décadas.

De allí que simplificar no la toma, sino el abandono de Kabul a los talibanes, más que ignorancia u oportunismo, es irresponsabilidad inaceptable.

 

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