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Mucílago Sánchez

El Tomo X de L’Encyclopédie definía en 1765 el mucílago como «una especie de cuerpo mucoso, vegetal, que se distingue por la propiedad de asimilarse al agua, para constituir con ella una especie de gelatina tenaz, lenta y viscosa, totalmente insípida, con el mínimo grado de aptitud para la fermentación vinosa». Y añadía: «Esta sustancia es totalmente análoga a la goma». O sea, que el mucílago se percibía como algo tan resbaloso que, para decir lo que es, el médico del duque de Orleans, Gabriel Venel, que escribió el texto, tuvo que explicar por tres veces a qué se parecía: a los mocos, a la gelatina y a la goma.

Así de delicuescente, evanescente, inconsistente, camaleónica y fláccida está siendo  la actitud de Sánchez durante la crisis venezolana. Se ha jactado de liderar la posición de la UE pero aguardó, mudo, a lo largo de todo el miércoles para poder ir a remolque de Bruselas. O sea, a remolque de la nada, a la espera de que sean los acontecimientos en Caracas los que dicten sentencia. Y cuando rompió a hablar, fue para seguir la misma pauta.

El jueves llamó a Guaidó, desde Davos, para elogiar su «coraje» y darle su «respaldo» pero no le reconoció como “presidente legítimo”, tal y como ya habían hecho Estados UnidosCanadá y la práctica totalidad de las democracias latinoamericanas.  A continuación, Moncloa aclaró que lo que Sánchez apoyaba es que en Venezuela hubiera «elecciones libres», pero no que Guaidó constituyera un «gobierno de transición». Eso dejaba sólo dos opciones: o que las «elecciones libres» las convocara Maduro, disparatado oximorón, dada su trayectoria, o que las «elecciones libres» se convocaran a sí mismas, en una especie de poltergeist para la historia de la politología.

El viernes al mediodía, cuando ya el Reino Unido había reconocido a Guaidó, Alemania había divulgado su disposición a hacerlo y PP y Ciudadanoshabían presentado mociones en ese sentido en EstrasburgoBorrellanunció, arrastrando los pies, que España propondría  que la UE hiciera lo propio, si Maduro -todavía Maduro, de nuevo Maduro- no permite al pueblo que se exprese en las urnas «de manera libre, segura y contrastada».

Tras instar a nuestro corresponsal político, Daniel Basteiro, a hacer «un máster en derecho internacional», por osar preguntarle algo tan enrevesado y malicioso como «¿quién es el presidente de Venezuela?», el ministro de Exteriores se metió en un jardín, al precisar que esa exigencia electoral no debe concretarse «de la noche a la mañana», porque la UE «no puede hacer seguidismo de otros países», pero «tampoco se puede dilatar, de manera que se pierda la ocasión».

Sólo después de que Maduro se burlara de él, emplazándole a que convocara elecciones en España, Sánchez no ha tenido más remedio que concretar, este sábado, el plazo testimonial de ocho días. Es obvio que, cuando se cumpla, el pulso entre Trump y Putin, en las calles y cuarteles de Caracas, ya se habrá resuelto en un sentido o en otro; y tendrá poca o ninguna importancia lo que decidan España y el resto de la UE. Total, que a este Gobierno lo seguimos por lo bien que se explica.

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Sánchez tenía cuatro elementos clave a su favor para dar la talla en la crisis: 1) un amplio consenso en la opinión pública española, en pro de la restauración de la democracia en Venezuela; 2) un sólido apoyo parlamentario pluripartidista, con Pablo Iglesias batiéndose en retirada, como excepción, y Errejón borrando las huellas de su pasado chavista; 3) una posición común en todas las democracias hermanas, con excepción del México escorado a la izquierda por López Obrador; y 4) una clara disposición por parte de MerkelMacron y May -la triple M que seguirá dominando Europa, con Bréxit o sin Bréxit– a propiciar la caída del dictador, disfrazado de presidente electo, tras unos comicios fraudulentos.

Con tan buenos ladrillos por amalgamar, Sánchez podía haber servido de sólido cemento y se quedó en inestable mucílago. A la hora de la verdad, su probada audacia, al hacerse con el poder por dos veces en el PSOE, ha naufragado en el limbo de la indefinición diplomática y la cobardía política con lengua de trapo. Es decir, en su propio vacío como gobernante.

Por una vez, desde que llegó al poder, le hubieran bastado sus 84 diputados. No era una cuestión numérica. La manifestación ya estaba en marcha, arrastrada por el ascendiente y significado transversal de los ex presidentes Aznar y González. Sánchez sólo tenía que encabezarla.

Era una ocasión única para arrebatar la bandera del activismo democrático a las que llama despectivamente»tres derechas» y demostrar que la causa de la libertad, en un país tan emocionalmente cercano, puede unirnos a todos. Pero le han faltado lucidez y -quién lo diría- agallas. Y lo peor es que este episodio es todo un síntoma del tono de sus casi ocho meses gobernando.

Le han faltado lucidez y -quién lo diría- agallas. Y lo peor es que este episodio es todo un síntoma del tono de sus casi ocho meses gobernando

Sánchez viste bien, de viaje oficial en viaje oficial, de palacio en palacio, su metro noventa de estadista; pero, a la primera de cambio, cuando toca pasar de las musas al teatro, se estira y repliega como aquel Hombre de Goma de los tebeos mejicanos de los 60. Sístole, diástole. Flexión, extensión. Elongación, encogimiento.

Concluida su tabla de gimnasia, Sánchez se ha quedado agazapado, como cada noche, en la suspensión gelatinosa de esa indefinición y, a no ser que el Ejército abandone a Maduro y Guaidó emerja como triunfador, pronto volverá a apelar al elixir del diálogo. Otro mucílago, otra emulsión blandengue, para eludir el estado sólido de las propuestas concretas y los actos consecuentes.

Es lo mismo que está ocurriendo sobre Cataluña; lo mismo que, en el fondo, late tras el tumbado decreto de los alquileres, la exhumación de Franco o los propios Presupuestos. Sánchez pretende hacernos creer que lo suyo es el quiero y no puedo, por el obstruccionismo de los separatistas, de la oposición, de la familia del dictador o de sus propios aliados podemitas. Pero resulta que cuando puede, no quiere -o no sabe-, como está demostrando la crisis venezolana. O, no digamos, la violenta guerra de los taxistas contra los consumidores, a cuenta de las VTC, en la que el Gobierno se ha quitado medrosa e irresponsablemente de en medio y las autonomías oscilan entre la prevaricadora rendición de Torra y la destartalada ocurrencia de Garrido.

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¿Para qué quería Sánchez reemplazar a Rajoy? Hay quien dice que para utilizar unos meses el Falcon, hacerse fotos -con y sin gafas- junto a los grandes líderes mundiales y adquirir, al final de la escapada, la condición de ex presidente, a modo de chollo vitalicio. Yo le concedo el beneficio de la duda y doy por hecho que pretende seguir en la Moncloa la próxima legislatura. Pero no atisbo a entender para qué, al margen de para subir los impuestos -ya está crujiendo a las empresas vía cotizaciones sociales- y poder repartir más dádivas, hasta estirar el mucilaginoso chicle del clientelismo.

Lo que no atisbo por ninguna parte es una visión de España, ni del mundo, que vertebre un proyecto como el de Felipe González en torno a la protección social y la integración europea, el de Aznar respecto a la defensa de las libertades o el de Zapatero sobre la promoción de los derechos civiles. What makes Pedro run?, que dirían los catadores de políticos en Washington. ¿Qué es lo que motiva a Pedro, si no es el poder por el poder?

Lo que no atisbo por ninguna parte es una visión de España, ni del mundo. ¿Qué es lo que motiva a Pedro, si no es el poder por el poder?

A medida que van pasando los meses, es obvio que le gusta estar ahí, con Iván, con Begoña y con su perra. Por eso ha circulado tanto el chiste de que el problema de Sánchez es que no se fía de que Guaidó cumpla su promesa de convocar elecciones de inmediato, si se le otorga un mandato provisional e interino. En todo caso, volvemos a lo que ocurría con Rajoy: estar ahí, sí, muy bien, pero ¿para qué?

Es obvio que su estilo es el opuesto. Rajoy era la estabulación hierática; Sánchez, el movimiento continuo. Empiezo a dudar, sin embargo, de que, además de querer pasar por todas partes, pretenda llegar a ningún sitio. Por supuesto que la quietud garantiza el inmovilismo. Pero el desplazamiento sucesivo -o incluso simultáneo- en sentidos contrapuestos, también.

Rajoy no hubiera llamado a Guaidó, pero el efecto de llamarle, para decirle lo que le dijo Sánchez -qué valiente eres y qué solo te voy a dejar-, es intercambiable. Hemos sustituido un poste de telégrafo, en una desoladora carretera secundaria, por una ameba contorsionista, dentro de un infantil calidoscopio. Hemos cambiado un fósil por una mucosa. Al Estafermo por el Mucílago.

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Treinta años antes de que se publicara ese Tomo X de L’Encyclopédie, nuestro Diccionario de Autoridades, citando la Palestra Farmacéutica de Félix Palacios de 1706, ya incluía al mucílago como un “licor muy espeso y viscoso que se hace en las boticas de raíces, simientes y frutos, machacados y cocidos en agua y después colados por una manga o paño”.

La fascinación por ese fluido se remonta, pues, varios siglos. Hasta bien entrado el XIX se confundió con el líquido sinovial de las articulaciones y se le atribuyeron todo tipo de propiedades medicinales. El mencionado artículo de Venel parece, a partir de su tercer párrafo, el monólogo del doctor Dulcamaraen L’elisir d’amore. Acérquense, escuchen y compren porque resulta que «el mucílago se emplea como remedio tanto en el interior como en el exterior… es el emoliente, relajante y lubricante por excelencia… sirve para las inflamaciones del bajo vientre, de los riñones, de la vejiga… para las gonorreas virulentas, los esputos de sangre, las pérdidas de las mujeres, la incontinencia, la disentería, las diarreas irritables, los cólicos biliosos y nefríticos, la pasión ilíaca, el ardor de orina, el escorbuto, la erisipela, el reumatismo o el envenenamiento».

No es difícil imaginar a los charlatanes del siglo pasado -o a los community managers del presente-, esgrimiendo en medio de la plaza un frasquito del ‘Mucílago del General Davids’, que el fabricante de tintas Thaddeus Davids and Company incluía en su catálogo de productos, a modo de remedio milagroso.

El mucílago curaba o no curaba, pero lo que más fascinaba a quienes lo descubrían por primera vez era su capacidad de hincharse al entrar en contacto con el agua y adquirir ese esbozo de consistencia maleable, ni sólida, ni líquida, que tantas veces percibimos cuando un mindundi con arrojo pasa de ejercer de pinche de la política, concejal o, a lo sumo, diputado de a pie, a transformarse, por mor del destino o el azar, en un ungido de los dioses. Lo que cabía en el frasquito de una modesta covachuela ya necesita grandes residencias, escenarios suntuosos, séquitos nutridos, dispositivos de seguridad y asesores aúlicos para adquirir, mediante el frote, todo el esplendor de su emulsión

Es ese momento mágico, en el que los gobernantes piensan que tienen el don de la levadura y son capaces de fermentar y amplificar cualquier fluido humano con el que entren en contacto. Luego resulta que sólo producen pegajosos geles o incluso esporas babosas como el ‘hongo del perro enfermo’ –mucílago crustacea– que pringan a quienes tocan.

La política contemporánea, en general, y la situación española, en particular, no es líquida, como viene diciéndose, sino mucilaginosa. Su maleable inconsistencia la hace tan dúctil y atractiva como potencialmente letal, al modo de la drosera stenopétala, la planta carnívora también conocida como «rocío del sol», cuyo grácil despliegue radial atrapa a la vista, guía al olfato e incita al gusto. ¿Y qué son esas gotas brillantes, seductoramente segregadas en el centro de cada pétalo? Mucílago dulce. De eso murieron EduardoPatxi , SorayaElenaAntonioCésar y otros insectos menores. Ahora le toca a Susana, pero ella no se deja.

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