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Muertos de risa

Usamos expresiones rarísimas que, sin embargo, todo el mundo entiende porque son de uso general. Pero hay otras que se emplean mucho y que me dejan atónita

 

 

A veces usamos expresiones rarísimas que, sin embargo, todo el mundo entiende porque son de uso general. Algunas de las que más me llaman la atención son las que asocian el verbo morir con el sustantivo risa, dos ideas aparentemente incompatibles.

Uno entiende que morirse de risa sea ‘reírse mucho y con muchas ganas’, una hipérbole sinónima de mondarse de risa o desternillarse; hora se dice también partirse la caja, refiriéndose a la caja torácica, la cavidad del pecho. Es como si los espasmos de la risa nos partiesen el pecho, hiciesen que se nos desprendiesen los cartílagos o nos quitasen una corteza imaginaria. Se trata de una creativa exageración, una metáfora humorística.

También se entiende bastante bien, como hipérbole, estar muerto de risa, que es ‘violentarse o esforzarse para no reírse estando muy tentado de hacerlo’.

Llaman la atención las que asocian el verbo morir con el sustantivo risa, dos ideas aparentemente incompatibles

Pero hay otra locución que se usa mucho y que me deja atónita: morirse de risa puede significar, si se dice de una persona, ‘permanecer inactiva’; y, si se dice de una cosa, ‘estar abandonada, olvidada y sin resolver’, en una personificación un tanto sorprendente.

«Habíamos quedado, no vino a la cita, y allí estuve yo, muerta de risa, esperándola más de una hora bajo la lluvia». El uso es irónico, claro, porque maldita la gracia que nos ha hecho una situación tan desairada y desagradable.

«Hoy me he puesto este vestido, que llevaba años muerto de risa en el armario». ¿Por qué reía ese vestido olvidado y abandonado, y por qué deja de reír justo cuando decidimos volver a usarlo, darle una utilidad? Quizás, cuando no miramos, en el interior de los armarios y de los cajones cerrados, las prendas que no utilizamos se cuentanchistes unas a otras para entretenerse y se mueren de risa.

«Me esforcé en redactar un buen informe y luego se quedó muerto de risa en el cajón de la mesa del jefe». Pues vaya una gracia. ¿De qué se ríe ese informe, de ser inútil?

Nunca sabremos quién fue el primer hablante que usó ese delicioso contrasentido, un auténtico nonsense. Pero, quizás porque empleaba una ironía tan surrealista, tan irracional y absurda, la locución triunfó y se generalizó. Y ahora decimos con naturalidad esa expresión desconcertante, que no está muerta de risa, sino viva y activa en nuestra lengua.

 

 

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