Mujeres, francesas
Fotograma de la película » Belle de jour » de Luis Buñuel.
Inútilmente he esperado que un grupo de mujeres españolas organizara una respuesta al #metiómano. Lo más español del asunto fue la devastadora noticia de que el productor Cesáreo González quiso besar una vez a Concha Velasco. Quién no, pensó mi cerebro inmediato, básicamente sexual e incluso previo al sistema 1 de Kahneman. Pero, en fin, no ha habido que ir muy lejos. Siempre hay un pelotón de mariannes que salvan la civilización. Cien mujeres francesas, entre ellas dos grandes Catherines, Deneuve et Millet, se han levantado contra este espectáculo de degradación puritana y han demostrado una vez más su vieja fama de mujeres libres. Su argumento más penetrante (y penetrado) está en el último párrafo del artículo que han publicado en Le Monde: «Los accidentes que puede sufrir el cuerpo de una mujer no afectan necesariamente a su dignidad y, por duros que sean a veces, no deben hacer de ella una víctima perpetua. Porque no somos reducibles a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que tanto valoramos comporta riesgos y responsabilidades». Un párrafo difícil, adulto, pero que derrumba la clave de bóveda del movimiento #metiómano, tan trumpiano como lo que cree combatir. La voluntad de reducir las mujeres a su cuerpo. Qué digo a su cuerpo: apenas a un genou de Claire, víctima ya para siempre porque una mano indeseada se posó hace treinta años, preguntando si podía seguir cuesta arriba.
El razonamiento de las francesas tiene grandes momentos. La distinción entre la vigilia y el sueño: o el derecho de la mujer que ejerce el poder en cualquiera de sus formas convencionales a ser en otra hora cualquiera (la tarde belle de jour de Deneuve, las noches camioneras de Millet), un objeto sexual convencional. O esa «libertad de importunar» que tan briosamente vinculan con la libertad sexual, aliándose con los que creen que no hay creación artística sin libertad de ofensa.
De esa libertad de importunar los varones hacen uso a veces con gran torpeza y pésimo cálculo. Pero también ellos son objeto del uso torpe y mal calculado que las mujeres hacen de la misma libertad. Y, en consecuencia, también se ven envueltos en situaciones desagradables. Pero en la tantas veces dolorosa incertidumbre del cortejo e incluso en la inexorable evidencia de que el despecho sexual (como el puramente amistoso) afecta a las relaciones, por ejemplo, laborales, que los mismos protagonistas puedan tener, están algunas de las raíces de la libertad. Quien no entienda eso podrá ser varón o hembra, pero siempre será un niño. La edad mental a la que todo grupo totalizador pretende reducir al individuo.