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Murillo: Mi primera amenaza

En México está ocurriendo un fenómeno de hostigamiento contra varias mujeres periodistas y columnistas de opinión. Cuando nuestras publicaciones incomodan, recibimos mensajes con amenazas de violación o de muerte. Las redes sociales se han convertido en un tiroteo rutinario, pero no debería ser normal que esto suceda. Algunas compañeras columnistas nos hemos coordinado para dar a conocer nuestras historias bajo el hashtag #MiPrimeraAmenaza, queremos que se sepa, queremos darnos voz unas a otras, queremos contarles que ser mujer y escribir, trae costos emocionales tan altos que a veces nos planteamos dejar de hacerlo; pero también queremos que tenga un costo para los agresores, quienes desde la comodidad del anonimato y con la certeza de que no habrá consecuencias, nos atacan brutalmente. Esto tiene que parar. Comparto aquí mi testimonio publicado el día de ayer, 28 de mayo, en el periódico Reforma:

UNA PERRA ZORRA

Escribo a la mitad de la velocidad que suelo hacerlo y con la mano izquierda porque tengo la derecha lesionada; admito que también escribo con la voluntad a medias, hay una parte de mí que no quiere hacerlo porque tengo miedo. Reconozco ese nudo que las palabras deberían bastarme para desanudar, aunque no sé cómo, si sólo son palabras. Como sólo eran palabras las que me llegaron en el mensaje SMS: “Uyyy una perra zorra sin modales pinche zorrita me la voy a coger”. ¿Quién me escribía eso? ¿Por qué? ¿Cómo había conseguido mi número telefónico?

Llevaba un mes recibiendo una avalancha de agresiones en Twitter como resultado de mis columnas donde cuestionaba la posible candidatura de Félix Salgado Macedonio, el presunto violador. Intentaba manejarlo: silenciar, bloquear, no leer; incluso escribí un texto retomando los insultos recibidos para convertir el malestar en otra cosa. Pero noté que los mensajes donde amenazaban con matarme simplemente habían desaparecido y las agresiones habían cambiado: pasé de ser muy pendeja y muy vendida a muy puta, a leer que escribía mis críticas porque deseaba que me cogieran, que me violaran, porque en el fondo estaba admitiendo que me gustaba el sexo o a poco todavía era virgen…

Me mantenía en control porque esa es la rutina de Twitter, ¿cómo es que se volvió rutinario recibir amenazas de violación en una red social por decir lo que opinas? Pero mi control se esfumó cuando recibí el mensaje en mi línea telefónica; entonces sentí otra cosa, la punzada en el vientre de un miedo conocido, la amenaza de un abuso sexual que mi cuerpo reconoce porque ya vivió la experiencia cuando era una niña. Eso disparó todas las alarmas interiores.

Sentí la boca seca, amplié la pantalla para ver el número remitente, no tenía idea de quién podría ser pero era viernes por la tarde y esa mañana había publicado aquí una columna cuestionando la degradación moral de Morena por apoyar a Salgado Macedonio, el alud de insultos misóginos y sexuales era notable. ¿Y si está relacionado?, ¿el mensaje SMS será una suerte de continuidad de los mensajes en Twitter?, ¿estaré loca?

Lo primero que pensé fue no volver a escribir sobre el tema, lo reconozco; el miedo desencadena fantasías oscuras cuando vives en un país cuyos niveles de violencia son dantescos.

Respiré, conversé con otras mujeres que publican en diferentes medios mexicanos y me sorprendió la similitud de los casos. Hay un modelo de hostigamiento que busca la autocensura porque es verdad que todas, en algún momento, nos planteamos dejar de escribir para recuperar la calma.

Luego hablé con Artículo19 que de inmediato me brindó acompañamiento, hablé con la directora SignaLab que me devolvió un análisis de datos de mi cuenta de Twitter con la dimensión de los ataques. No estaba loca, quizá mis palabras escritas habían incomodado demasiado. Luego de mucho pensarlo y tras semanas de ansiedad y pesadillas que no me atrevo a contar, decidí presentar una denuncia ante la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión.

Necesitaba sacármelo de encima, encontrar la forma de que el desasosiego no siguiera creciendo en mi interior porque hay que decirlo: ser víctima de hostigamiento es una experiencia traumática. Te quita la tranquilidad, te hace guardar un secreto que no cuentas a los tuyos para no asustarlos ni involucrarlos, te llena de dudas.

Finalmente hace unos días me llamaron a ratificar la denuncia en la FEADLE, una perito en telecomunicaciones extrajo la información de mi teléfono y un perito en informática rastreó los ataques a mi cuenta de Twitter. La agente del Ministerio Público dijo reconocer algunas arrobas virulentas por otros casos, “son cuentas que sólo crean para eso y luego las cancelan”. Lo dijo con tal tono de trámite que me sentí ridícula.

Ridícula, si esto es muy común y estás bien, te hubieras callado. Eso pensé.

Pero reconocí la voz milenaria que nos ha enseñado a ser una víctima digna, una mujer estoica que sabe callar, que asume como rutina los insultos a su cuerpo. Y no es momento de guardar silencio, aunque venga otra tanda de agresiones por este texto y aunque mi mano derecha se haya resistido a escribirlo.

Sí, sólo son palabras, nada más pero nada menos. Y no nos vamos a callar.

 

 

 

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