Cultura

Murillo – Un viejo amor

Perdonen que prefiera, por mucho, que las calles lleven por nombre los de compositores o títulos de canciones o algo que no cause tanta vergüenza, digamos.

Vivir en esta ciudad es un vértigo, lo mismo te rodean historias de viejos amores que de mutilaciones y atentados, aunque no lo sepas.

Alfonso Esparza Oteo saltó a la fama con estos versos:

Por unos ojazos negros
igual que penas de amores
hace tiempo tuve anhelos
alegrías y sinsabores.

 

Así, Alfonso Esparza se llama la calle donde vivo, que es una calle pequeña y nada memorable y tal vez sólo yo reparo en estas cosas porque soy cazadora de historias inútiles, pero desde que llegué aquí pienso en ello. La injusticia poética urbana. Compositor y apasionado de la música (¿se puede elegir la música sin sentir pasión por ella?), Alfonso trabajó desde sonorizando al piano viejas películas mudas hasta como director de Casa Wagner Music y de la XEB, ¿y le asignan esta callecita poca cosa, inadvertida y silente?

En cambio toda la alcaldía lleva el nombre de Álvaro Obregón, corrupto y saqueador como todos los presidentes que ha visto pasar este país y cuyo brazo mutilado —por todas las diosas— estuvo expuesto en formol en una especie de nicho de mármol aquí a unas cuantas cuadras, en el parque de La Bombilla. Yo, que no puedo evitar gravitar hacia los parques, suelo pasar tiempo en ese sitio que fue diseñado para relatar la “grandeza” de un tipo que francamente distaba mucho de ser grande.

Pero es que esto de hacer patria en las paredes de nuestras ciudades es el relato nítido de lo que somos. Hay calles y avenidas que, rotundamente, dan vergüenza: Avenida Hank González, por citar un caso. Acabáramos. El que manejó los hilos de la corrupción en el gobierno de Carlos Salinas, al que incluso se le asoció con los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu… bueno, ese señor tiene, ¿por qué no?, toda una avenida in memoriam.

Y qué pensar del Viaducto Miguel Alemán en honor, claro que sí, de don Miguel Alemán Valdés, ese ladrón de antología, el padre de los que aprendieron a saquear este país bajo el título de abogados y a punta de plumas fuente y cuellos almidonados.

La lista es infinita, con dos pensadas todos podemos citar nombres de viaductos, avenidas, boulevares y calles que homenajean a señores miserables. Insisto, la nomenclatura urbana como un discurso identitario que nos retrata mal, pinchemente, para decirlo en chilango.

Por cierto, tocará esperar al 8 de marzo (no falta tanto) para rebautizar esa patria de padres y paredes que excluyó a todas las mujeres que dejaron un nombre para recordarse. Antonieta Rivas Mercado, Elena Garro, Hermila Galindo, Rosario Castellanos… hay para escoger.

Y si salimos de las demarcaciones de la Ciudad de México y el Estado de México el desgarriate es alucinante: hay una calle Felipe Calderón en Hidalgo, existe una colonia Manlio Fabio Beltrones en Sonora y hasta Andrés Manuel López Obrador tiene ya la suya en Chilpancingo, Guerrero. No la chiflen que es cantada. Nunca mejor traído.

Vuelvo a mi Alfonso Esparza, que tuvo la mala fortuna de estar en el restaurante de La Bombilla cuando el histórico atentado donde mataron a Álvaro Obregón y por eso su nombre vino a dar a esta calle deslucida y no a su natal Aguascalientes o a un parque lleno de jacarandas y colibríes o yo qué sé.

Mi gusto es o esa que dice “y por esa calle vive la que a mí me abandonó” son otras composiciones reconocidas de Esparza Oteo, pero aquel estribillo del viejo amor que ni se olvida ni se deja me hace escuchar como fondo la voz seca de mi abuela cantándola. Perdonen que prefiera, por mucho, que las calles lleven por nombre los de compositores o títulos de canciones o algo que no cause tanta vergüenza, digamos.

Que un viejo amor de nuestra alma sí se aleja, pero nunca dice adiós.

 

 

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