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Nabokov, el dandi moderno

Nabokov, el dandi moderno

 

 

Montreaux. El Hotel Palace, con sus toldos amarillos. Salones estilo art nouveau, balcones con vistas al lago Leman y los Alpes franceses con sus picos nevados. El novelista ruso-americano Vladimir Nabokov vivió 16 años en la suite 65 de este hotel, hasta su muerte. Con su estética heredada de la belle époque, es un espacio donde Nabokov puede proyectar sus ambiciones, rendir culto a la belleza de las puestas de sol y encontrar la inspiración. En una de sus entrevistas diría que “los conformistas sospechan que hablar de «inspiración» es tan insípido y anticuado como defender la Torre de Marfil. Sin embargo, la inspiración existe, al igual que las torres y los colmillos”.

Encumbrado como uno de los mejores estilistas del siglo XX, Nabokov maneja el lenguaje ambivalente y los dobles sentidos, domina la parodia y los juegos de palabras. En sus entrevistas se exponen algunas de sus ideas y opiniones más controvertidas; invita al lector a desarrollar un criterio propio a la hora de juzgar a los clásicos y le da unas pautas para hacerlo. Un gran escritor, dice, “es siempre un gran encantador”; el verdadero escritor es el “hombre que hace girar los planetas, que modela a un hombre dormido y manipula ansioso la costilla del durmiente”. Pero Nabokov no era solamente un profesor de literatura y un gran novelista; sus opiniones críticas, bien documentadas, cubren a menudo aspectos estéticos, éticos y metafísicos.

 

«La originalidad en Nabokov no se limita a lo estético: en sus obras abundan reflexiones filosóficas»

 

La originalidad en Nabokov no se limita a lo estético: en sus obras abundan reflexiones filosóficas. Por ejemplo, desarrolla su propio concepto de “realidad”, que es ilimitada y tiene varias dimensiones. Explica en una entrevista que hay una realidad promedio, que “no es la realidad verdadera: es solo la realidad de las ideas generales, formas convencionales de monotonía”. Cree que los mundos reales y auténticos son “aquellos que son inusuales”. Él mismo creía que cuando su arte haya sido sobado, imitado y expuesto, ese arte, también, entrará en el dominio común de la realidad promedio. Cuando todo está dicho y hecho, la realidad se volverá monótona, previsible, vulgar: “La realidad promedio comienza a pudrirse y apestar tan pronto como el acto de creación individual deja de animar una textura percibida subjetivamente”. Sus novelas, como su concepto de realidad, son una infinita sucesión de pasos, de niveles de percepción. Se puede bucear en ellas tanto como se quiera.

 

 

Nabokov desarrolla su propio cierto culto a la personalidad, nos recuerda a otros dandis con aire de impasibilidad como Charles Baudelaire, Benjamin Disraeli, Lord Byron y Oscar Wilde al menos en el aspecto estético. Como analiza la escritora Tara Isabella Barton, los dandis “son seres cuya creación es una forma de poder, no solo sobre sí mismos, sino sobre su audiencia”. El dandi, dotado de creatividad, busca crear un mundo propio en el que pueda expresar su creatividad. En una ocasión, Nabokov diría: “El mundo moderno real es el mundo que crea el artista, su propio espejismo, que se convierte en un nuevo mir («mundo» en ruso) por el simple hecho de arrojar, por así decirlo, la edad en que vive. Mi espejismo se produce en mi desierto privado, un lugar árido pero ardiente, con el letrero No se permiten caravanas en el tronco de una palma solitaria”.

 

«Distingue al verdadero genio (geniy) del hombre talentoso (talánt), una distinción muy común en el lenguaje ruso, que Nabokov aprendió desde su infancia»

 

“Tanto D’Aurevilly como su compañero dandi Charles Baudelaire creía que el dandismo se trata de la desconexión entre el poder de afectar a los demás y el poder de ser (al menos aparentemente) no afectado”, dice Barton. En la esfera íntima, privada, Nabokov se burló del dramatismo y sentimentalismo que “tomamos prestado” de nuestros referentes literarios. Esta parodia la ejercen a menudo los personajes de sus novelas, que expresan sentimientos que exageran las tendencias dramáticas y las convenciones sociales adquiridas. Nabokov es un genio de la parodia de los convencionalismos y del drama social; la hipocresía de la sociedad americana y la artificialidad de las emociones que registra en Lolita es un ejemplo de ello. Con esta parodia se demarca para siempre de los clásicos y la literatura seria, entra en un plano difícil de encasillar. En una de las entrevistas declara: “Evito derrochar mi arte en los catálogos ilustrados de nociones solemnes y opiniones serias y no me gusta su influencia dominante en el trabajo de otros”.

D’Aurevilly dijo que la cultura dandi era la de autores que, como «dioses en miniatura” son los creadores de su universo y sus reglas. Es una forma de auto-divinización. Nabokov pule su imagen, metódicamente, como pule sus obras. Con la misma solemnidad con la que aparta un libro de su mesita de noche, descarta y critica a grandes autores, generando grandes polémicas y curiosidad. Distingue al verdadero genio (geniy) del hombre talentoso (talánt), una distinción muy común en el lenguaje ruso, que Nabokov aprendió desde su infancia. Diferencia, en un momento dado, el genio de James Joyce del talento de Henry James, por ejemplo. Tiende a “fetichizar” otras ideas, mundos, obras, autores y conceptos, obedeciendo a un criterio personal y subjetivo pero no exento de buen juicio.

En una entrevista le preguntan por su interpretación de la moral americana y reconoce haber dado un portazo estridente al moralismo: “Me importa un bledo la moral pública, en América o en cualquier parte”. No se inmiscuye en juicios morales. Niega repetidamente la relevancia de la sátira en su obra, reconociendo que nunca ha tenido ni el propósito ni el temperamento de un satirista social o moral. Considera en cambio que la parodia es el instrumento más adecuado para cuestionar las convicciones sociales, para ironizarlas y desautomatizarlas: “La sátira es una lección, la parodia es un juego”. También desautoriza códigos que considera caducos y crea los suyos propios, impulsado por ese irrenunciable compromiso con la propia originalidad. Hoy se cumplen 121 años del nacimiento del escritor ruso y Nabokov es conocido como uno de los principales estilistas en prosa; pero sería injusto si los lectores no reconociéramos, más allá de la perfección de su estilo, el valor y originalidad de sus ideas y opiniones.

 

 

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