Nada es como Wolf Hall
Quitarle méritos a una serie de época comparándola con ‘Wolf Hall’ es tan fácil como injusto. Pocas series pueden permitirse alcanzar el nivel de maestría y exquisitez de la producción de BBC de 2015. Otras, las menos, no quieren. O eso dicen sus productores (yo lo escuché una vez, en boca de un señor que factura auténticas bazofias). «No es Wolf Hall porque nada es Wolf Hall» es algo que yo he escrito más de una vez.
Relanzada en España como se merece (es uno de los productos estrella del catálogo de Filmin), la versión televisiva de la obra de Hilary Mantel consta de seis episodios. Adaptada para televisión por el eficientísimo Peter Straughan y dirigida en su totalidad por Peter Kosminsky, ‘Wolf Hall’ es una de las miniseries que más jugo le han sacado a ese formato tan popular en Reino Unido. Formato que se presta además al maratón tranquilo de fin de semana. Como el libro que da lugar a la serie, tal vez no sea lo más recomendable consumirla compulsivamente. Como el libro que da lugar a la serie, es difícil no querer verla del tirón. Ganadora de BAFTAs y Globos de oro, y nominada a casi todos los Emmys importantes en su año y categoría, ‘Wolf Hall’ es, como todas las series extraordinarias, modelo y excepción. Intentar parecerse a ella es loable e imposible. Es como querer ser la nueva ‘A dos metros bajo tierra’ o la próxima ‘Mad Men’. La diferencia, lo que hace que la serie de Mark Rylance (reverencia general, por favor) sea especial es que nada en ella es revolucionario. Ni coquetea con la ultramodernidad como ‘The Crimson Petal and The White‘ (nota: ¿nadie va a tenerla de nuevo en su catálogo en España?) ni se somete al clasicismo puro y un poco aséptico de Merchant Ivory. La historia de Thomas Cromwell en la corte de Enrique VIII es oscura porque el siglo XVI lo era, apasionante porque Hilary Mantel así lo quiso y obligatoria si quieres usar la expresión «no es como Wolf Hall» con propiedad. Porque nada es como ‘Wolf Hall’, menos ‘Wolf Hall’.